24. Finales e inicios

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—¿Por qué ya no más besos?

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—¿Por qué ya no más besos?

Hay momentos en los que creo que Edward y yo intercambiamos papeles y hoy es un día de ellos, es decir, yo soy el tonto irresponsable que apenas y sabe cómo vive y él es el responsable que usa el cerebro, sin embargo, en este momento somos todo lo contrario.

—Edward —imito la tonada que mamá usa cuando va a regañarme—, quemamos el pan y mi mamá casi me deshereda —recuerdo con irritación mientras termino de secar mi cabello con la toalla—. Vamos a ir lento. Y esta vez lo cumpliremos sin importar cuán calientes estem... esté el horno de la estufa.

Aprieto los dientes y dejo la toalla sobre el lavabo. «Por favor que no se haya dado cuenta que iba a decir que estábamos calientes, por favor Dios».

Él se ríe a través del celular.

—¿Qué tiene que ver el horno de la estufa con ir lento? —interroga, confundido.

Muerdo mi mejilla interna en tanto pienso en alguna mentira creíble.

—Es una analogía, tonto —le digo como si fuera bastante obvio—. Las relaciones son como pan en el horno. Tienen que ir a fuego lento, cocinándose poco a poco hasta que, de forma pareja, el pan esté listo. Si se apresura el tiempo o si el horno tiene toda la llama, se puede quemar. Así somos nosotros. Si vamos muy rápido o somos muy intensos, no funcionará.

Relamo mis labios luego de soltar lo primero que salió de mi cabeza. Veo hacia el espejo que tengo delante de mí y entrecierro los ojos, amenazando a mi reflejo para que se mantenga serio y así los nervios no nos delaten. Edward chasquea la lengua.

—La inteligencia que tienes para inventar una analogía y no para admitir que estábamos caliente me sorprende muchísimo.

Mi rostro se calienta en completa vergüenza y es aún peor que cualquier otra ocasión porque esta vez puedo verme en el espejo. Lo patético que me veo sonrojado, uh. Obvio que míster no dejo pasar nada de largo, lo escuchó. Después de todo sí tiene sentidos de un perro.

—¡Agh!, ¿podrías solo seguirme el rollo y hacer que esto sea menos vergonzoso? —me quejo.

Tomo el celular y le quito el altavoz, luego llevo este a mi oreja y con la otra mano apago la luz del baño a fin de salir de ahí y terminar de vestirme, solo me faltan los zapatos para estar listo, aunque emocionalmente no creo estarlo. No sé cómo estará Edward, supongo que debe estar más nervioso que yo; en su voz no se nota, pero decirle la cruda verdad a quien apreciaste en su momento no debe ser nada fácil. Y menos cuando esa verdad también te hizo daño a ti.

—Calientes —repite con una clara diversión—. Eso estábamos.

Me siento sobre mi cama una vez que salgo del baño y curvo mis labios en una sonrisa, me ha contagiado su buen humor y los nervios se han disipado un poco, sin embargo, eso no quita que esté preocupado y que ahora mismo esté más rojo que Clifford por sus últimas palabras. No tiene que decirlo de esa forma, podría ser menos directo y hacer que no me sienta tan avergonzado, además no estábamos calientes, estábamos pensando con todo menos con la cabeza, pero calientes no. Bueno, sí, un poco, pero solo un poco.

Una perfecta confusión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora