X. THE LITTLE SECRET

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CAPÍTULO DIEZ
El pequeño secreto de los hermanos Malfoy

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NADA MÁS ENTRAR EN LA enorme habitación de su amiga, Daphne Greengrass abrió la boca hasta que sintió que le dolía la mandíbula

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NADA MÁS ENTRAR EN LA enorme habitación de su amiga, Daphne Greengrass abrió la boca hasta que sintió que le dolía la mandíbula. Era mucho mejor de lo que se esperaba, aunque un poco lúgubre en su opinión. Era el doble de amplia que una habitación normal, y en el centro de ella estaba una enorme cama de más de metro y medio, con doseles de los que colgaban cortinas transparentes. Los muebles estaban a juego con la cama, repartidos por la estancia de forma casi milimetrada. En el espacio que suponía que solía estar libre había otra cama, también más grande de lo que se esperaba. Seguramente era en la que dormiría ella.

Dianne observaba la expresión de su amiga, intentando adivinar qué era lo que podía estar pensando en aquel preciso momento. Estaba apoyada en el marco de la puerta de su habitación, mientras la pelirroja caminaba por la habitación como si fuera la primera vez que veía una. Casi la hizo sonreír con diversión, pero las comisuras de sus labios apenas se movieron.

Hacía unos minutos que Draco se había separado de ambas niñas, alegando que tenía que comprobar de primera mano que los elfos no quitaran algo que necesitara para hacerle sitio a Blaise. Dianne sabía que simplemente era una excusa para no tener que soportarlas a ambas a la vez. No había que ser un genio para darse cuenta de ello.

—¿Qué te parece? —le preguntó a su amiga.

Daphne giró bruscamente, haciendo que su melena se agitara. Sus enormes ojos esmeralda brillaban como si tuvieran luceros dentro.

—Es mejor de lo que me imaginaba—admitió, aunque luego torció el gesto—. Un poco lúgubre.

—Todas las habitaciones son un poco lúgubres—señaló Dianne, separándose del marco de la puerta y entrando en la habitación. Cerró detrás de su espalda—. De hecho, es como mi difunta abuela Druella adorara toda la decoración de ese estilo: oscura, deprimente y un poco rococó. Si la viruela dragónica no mataba a mi abuelo, estaba seguro de que lo haría la decoración.

Daphne hizo una mueca, algo incómoda. A veces se llegaba a preguntar cómo podía ser posible que la rubia fuera tan directa. Parecía no tener pelos en lengua, en cualquier tema. Era como si no le importara en lo absoluto lo que la gente pensara de ella.

Dianne se sentó en su cama, dobló una pierna y observó a su amiga. Al verla parada en medio de la habitación, le hizo una seña para que sentara con ella. Luego, la observó con los ojos algo entrecerrados. Sabía que estaba pensando en algo, pero no quería decirlo.

Dianne y la piedra filosofal¹ ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora