Capítulo 4

1.2K 135 13
                                    

La mañana avanzó sin nada sobresaliente, por la tarde Hai e Igor abandonaron el lugar con una parte del dinero para buscar una nueva sede en aquella ciudad donde quedarse y empezar a rendir frutos; en cambio, Toni, Gustabo y José se encontraban vigilando la sede del FBI, en busca de señales de Horacio o algún indicio de Carlo; los tres se resguardaban en un coche prestado, a unos cuantos metros de la entrada principal de la entrada del estacionamiento del edificio, escondidos detrás de una pequeña colina.

No les fue difícil averiguar donde se encontraba la nueva sede, Gustabo hace meses que no se presentaba a trabajar y no sabía que se ubicaba en un nuevo sitio, pero utilizando su pico de oro con algunas personas en Garaje Central, consiguió la nueva dirección y un coche prestado.

El plan consistía en vigilar la sede, esperando la aparición de algún agente y poder seguirlo, lo malo es que no avistaron ni un solo movimiento desde que llegaron. Según Gustabo, no podía contactar a su hermano ya que no contaba con su número telefónico, tampoco podía entrar a la sede porque si lo veían podrían agarrarlo, y no sabe que podrían hacer con él; un día en una de las recurrentes visitas de Horacio a la caravana, este le advirtió que los altos mandos lo seguían buscando y que si lo encontraban, no lo mandarían a trabajar ya que ellos no daban segundas oportunidades, tampoco querían matarlo pues ellos sabían de su condición y si lo hacían, podrían desperdiciar una oportunidad de usarlo en algún futuro.

Así que ahí se encontraban, en un profundo silencio, un poco incómodo para el moreno del grupo y uno calmado para los dos rubios. Los tres estaban perdidos en sus pensamientos, pero aun así seguían atentos a cualquier movimiento proveniente del edificio.

La noche empezaba a caer y el sol a ocultarse causando que los cielos se pintaran de diferentes tonalidades, entre ellas un ligero, pero notorio color rosa. No pasó mucho rato hasta que un vehículo, demasiado ruidoso para su gusto y de color negro, saliera de la sede.

Empezaron a seguirlo a una distancia considerada, la adecuada para no perderlo y la ideal para no ser vistos por el federal. Lo siguieron por un largo rato, hasta que el coche contrario empezó a detenerse, entrando por un umbral, parecía ser una mansión, así que se escondieron detrás de una de las casas vecinas y esperaron a que el federal entrara por completo.

Sin previo alguno, Gustabo empezó a bajar del coche para dirigirse al portal de la mansión, seguido por Toni quién le sostuvo del brazo para intentar parar su paso, cosa que logró.

- ¿Qué coño haces? – preguntó Toni al otro, jalándolo de regreso al auto.

- Hombre, voy a la casa, es la de Horacio – respondió el ojiazul con un tono de ironía mientras se cruzaba de brazos.

- No te voy a dejar ir solo.

- No me va a pasar nada, es como mi hermano y a aparte, te prometí que encontraría a tu hermano, es el único que podría ayudarnos – continuó – espera en el auto, ya vuelvo – Sin más, Gustabo avanzó lejos de él, obligando a Toni a obedecer su petición.

El ojiazul tocó el timbre a lado del umbral, espero pacientemente la llegada de su compañero y cuando por fin se asomó, este le miró confundido, hasta se podría decir que enfadado, como cuando hace unos meses se enteró que vivía en una caravana y nunca le dijo nada hasta después de 3 meses desaparecido.

- ¿Qué mierda, Gustabo? – cuestionó el de cresta – Se supone que volverías hace cinco días – abrió el portón para dejar pasar al otro.

- Lo sé, pero hubo un contratiempo – se explicó. Ambos avanzaron hasta entrar a la casa del peliblanco.

- Explícate – vociferó, encarando al rubio.

- Bien, creo que es mejor que nos sentemos – empezó a andar por la sala del otro hasta llegar a un sofá blanco para tomar asiento, siendo seguido por otro, pero este no se sentó, solamente se cruzó de brazos delante suyo, con un notorio enfado y el ceño fruncido.

- ¿Y bien? – preguntó al ver que el ojiazul no daba indicios de empezar a contar los motivos de su reciente desaparición.

- Horacio, quiero... necesito que sueltes a Gambino – corrigió sus propias palabras.

- ¿Por qué haría eso? – preguntó levantando una de sus cejas.

- Porque se lo prometí a su hermano... - confesó arrastrando las palabras.

- ¿Qué cojones, Gustabo? Se supone que debías de atrapar al Gambino mayor, es lo que planeamos, tu ibas a por el mayor de los dos y yo iba a por el otro – empezó a hablar con cierto tono mandante en su voz, era obvio que estaba molesto, pero a la vez confuso - ¿Por qué se lo prometiste? ¿Te amenazaron acaso?

- No Horacio, no – recalcó – escucha – soltó un suspiro antes de continuar – me hice amigo de Toni, es buena persona y el solamente quiere irse con su hermano de regreso a sus tierras y yo...

- Gustabo, es un mafioso ¡Un maldito mafioso! – gritó interrumpiendo al ojiazul – Matan personas, ¿Cómo se supone que va a ser buena persona?

- Lo conozco, sé que es...

- ¿Cómo que lo conoces? – volvió a interrumpir.

- Estuve hablando con él durante el viaje – confesó a regañadientes.

- ¿Acaso viniste con él?, ¿Estás loco, Gustabo? – preguntó acercándose al contrario para agarrarlo de sus hombros con fuerza.

- Suéltame, me estás lastimando – apartó al otro, el cual solo bufo y se sentó en el sofá individual.

- ¿Pogo volvió? – soltó al aire la pregunta, dirigiendo su mirada al mayor.

- ¿Qué? No, me deshice de él – contestó el ojiazul.

- ¿Cómo? ¿Cuándo? – lo miró incrédulo.

- En Marbella, por eso me tardé en regresar, él ya no está – contestó, bajando sus hombros restándole importancia – ya no existe – culminó, dando la primera mentira de la noche.

- Entonces, si Pogo no regreso, ¿Por qué quieres dejar libres a los italianos?

- Ya te dije, me hice su amigo y son buenas personas.

- No te creo, Gustabo, hay algo más que no me estás diciendo – se levantó del sofá.

- Que no, hazme caso, me cayeron bien, eso es todo – intentó persuadirlo soltando la segunda mentira de la noche, no le contaría de sus sentimientos hacia el italiano, no ahora – Entonces, ¿Me ayudarás? – le miró suplicante.

- Si no me quieres decir la verdad, está bien, pero yo no tengo a el otro Gambino, lo entregué en cuanto llegué, cumplí mi misión – dijo mientras desviaba la mirada, intentando que este no descubriera la mentira que acababa de soltar.

- Joder, pero ¿No podrías hacer algo? Por mí – volvió a mirarle suplicante mientras hacia un puchero con su boca, sabía que el menor no se resistiría, le era imposible cumplir los caprichos del mayor.

- Joder, Gustabo – soltó un suspiro – Bien, te ayudaré, pero no prometo nada – el contrario solo se dedicó a abrazarlo y soltar un ligero "gracias" para después despedirse, no sin antes de pedirle su número telefónico y poder estar en contacto. Salió de la casa del de cresta para dirigirse al vehículo, donde lo estaban esperando pacientemente; al subir al vehículo miró a los otros dos con una sonrisa de triunfo en su rostro.

- Nos ayudará a encontrar a Carlo – soltó y observó cómo los orbes bicolores del italiano comenzaban a recuperar el brillo que había perdido desde la desaparición de su hermano. Toni solo se dedicó a darle una sonrisa y a abrazarlo como pudo. Empezaron un nuevo viaje, pero esta vez para dirigirse de nueva cuenta al hostal.

Lo que no sabían era que el federal escondía algo en su sótano, probablemente algo con cabello rubio cenizo y con orbes azulados.

Déjame AyudarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora