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El lunes había llegado con rapidez, ni señales de Clarke, Lexa agradecía que el viaje de su madre se extendiera unos días por que aun estaba intentado descifrar cómo contarle que la mujer que amaba se había ido sin más.

Se negaba a levantarse de la cama, pero sabía muy bien que debía hacerlo, luchaba con todas sus fuerzas por encontrar la ganas de levantarse e ir a clases, pero el peso de sus lágrimas se negaban a colaborar. Durmió toda la mañana y parte de la tarde, le hizo creer a Nya que se encontraba enferma, y que la dejara en paz. La empleada sospechaba que se debía a la usencia de la rubia, pero no se imaginaba las razones reales.

A eso de las 3 de la tarde Lexa se levantó y fue por un café a un lugar perdido de la ciudad sin siquiera sacarse el pijama. Caminó por horas cerca del parque central de la ciudad, y si siquiera se detenía a sentir vergüenza por la gente que la confundía por una vagabunda triste. Simplemente no se detenía a tomar en cuenta los comentarios, ni a recibir las manos estiradas que le ofrecían un pañuelo para secar sus lágrimas. Solo quería caminar siendo invisible.

Había caído la noche sobre el parque y no paraban de llegar mensajes de sus amigos preguntándoles por qué ella y Clarke habían faltado a clases y dejando caer chistes al respecto. Lexa sintió un enorme deseo de aventar el teléfono a la pequeña fuente que tenía en frente, pero la pereza de imaginarse yendo a comprar otro la detuvo.

Lloró sentada en una banca hasta que los ojos se le secaron, fumó por lo menos 11 cigarrillos en todo ese tiempo, y la pena era tanta que ni siquiera podía convertirse en rabia. No tenía pena porque Clarke se hubiese llevado su auto, y ni siquiera tenía ganas de revisar sus cuentas bancarias, porque se negaba a la posibilidad de que hubiera hecho algo tan horrible como eso. Y ni siquiera le importaba, no le importaba el auto o el dinero, ni siquiera su orgullo, le importaba su Clarke, su Clarke que se había ido. No había otra opción, si verdaderamente le hubiese pasado algo, ya se hubiera sabido.

Se esforzó por levantar su cuerpo y arrastrar la pesada pena que cargaba. Al llegar a esa gran casa vacía, se miró en el espejo de la entrada y entendió que no podía verse así. Decidió darse un largo baño, lo que parecieron horas en esa gran bañera llena de espuma, las ocupó para limpiarse los sentimientos, ya no quería sentir nada.

Cuando el agua ya estaba fría, la morena se levantó y sin siquiera secarse caminó desnuda a la puerta. Al abrirla vio un gran ramo de flores y a Clarke, quien al verla rápidamente se puso roja como la sangre y  dejó caer el ramo de sus manos. La impresión de Lexa era tanta que se quedó inmóvil, completamente mojada y desnuda, mientras escuchaba como lo que parecía un eco la voz de Clarke diciéndole que no era su intención haberla visto así.

Lexa no se movía, no decía nada, solo mantenía su cara de asombro, bajo el umbral de la puerta del baño. A Clarke le pareció raro y se apresuró a tomar la toalla que colgaba de la puerta para abrigar a Lexa.

- ¿Cómo entraste? - preguntó Lexa casi sin emoción en la voz y sosteniendo la toalla sobre ella.

¿Cómo que cómo? con la llave que me diste, Lexa, lo que me recuerda... - alzó las llaves del auto de Lexa y las dejó sobre la mesa de noche. - Gracias por prestarme tu auto, hermosa, le dejé el estanque lleno y no me detuvo ningún policía.- añadió sonriendo. 

Lexa seguía sin reaccionar y Clarke comenzó a asustarse, la ayudo a sentarse en la cama y se agachó frente a ella, a la vez que preguntaba:

-¿Te sientes bien? ¿Ocurre algo? - Lexa la miró con una mirada fulminante y dijo con voz alzada

-Cinco días, Clarke. Ningún mensaje, ninguna llamada. Fui a tu casa, al café al hospital, y llegas de pronto con unas preciosas flores sin más ¿Dónde estabas? Pensé lo peor. - y de la nada volvieron las lágrimas.

Mi refugio - CLEXA AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora