El cuarteto asesino

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Abby Harris

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Abby Harris.



En ese momento los ojos se me estaban cerrando, pero no le presté mucha atención porque me faltaban solo cuarenta minutos para acabar la serie que estaba viendo. Aparte, estaba buenísima y me estaba dando una buena idea para un próximo libro, pero eso no tenía que saberlo nadie.

Sin embargo, me decepcioné un montón cuando la terminé, me metí a redes y descubrí que la cancelaron. ¡¿Qué le pasaba a Netflix?! Había series más cancelables que esas, por Dios, ¿tenían que cancelar justo la que yo veía? Tenían algo conmigo, eso seguro.

La puerta de mi cuarto se abrió, pero no me dio tiempo de lanzar el teléfono a algún lugar y tampoco fingir que dormía, así que le di una mirada culpable a Adrián, mi hermano mayor.

— ¿Qué haces despierta? Son las seis y media.

—Es que vengo despertando —mentí, pero él me conocía.

—Te vas a morir con esos malos horarios y ni siquiera te pagaré un buen ataúd.

Me gustaba que ya pudiéramos bromear sobre ese tipo de cosas sin tener malos recuerdos o traer algún tipo de dolor.

Se sentó en el borde de mi cama, pero luego se acostó a mi lado. Me acurruqué contra él, pero luego me fijé en que llevaba ropa de salir.

— ¿No vas a trabajar?

—Puedo llegar un poco tarde. Tu cama es muy cómoda.

Rodé los ojos, pero le extendí un poco de mi cobija y pronto me quedé dormida. Cuando desperté, como a la una de la tarde o un poco más, Adrián seguía dormido en mi cama. Él dormía tranquilito y a mí me iba a dar un infarto porque había faltado al trabajo.

Me paré de inmediato y tomé una almohada para aporrearlo con ella.

— ¡Adrián! ¡Despierta, tonto!

Se quejó y tomó mi almohada para abrazarla y girarse hacia el otro lado, me fui por ahí y le pegué en la cara con la almohada.

—Deja de joder —murmuró.

— ¡Que son la una de la tarde! ¡Te van a botar! —exclamé, soltando la almohada y quitándole la cobija de encima.

Ahí si abrió mucho los ojos y se sentó de golpe, luego frunció el ceño y se volvió a acostar.

— ¡¿Pero qué...?!

—Ya cállate. Es sábado, por eso seguí durmiendo.

—Ah.

Pensé dejarlo dormir, pero yo no me quería hacer el desayuno, así que volví a aporrearlo.

— ¡¿Qué quieres?!

— ¡Que me alimentes!

—Hazlo tú misma. Estás grandecita —musitó buscando una mejor manera de acomodarse en mi cama.

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