Cuerpecito, contrólate.

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Abby Harris

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Abby Harris.



Aunque aquel mensaje de la chica perdida me había subido los ánimos, había funcionado solo durante un rato. El resto del día, me seguí sintiendo mal.

Al día siguiente, también.

No tenía ganas de nada y seguía sin abrir el mensaje de Lily, aunque ya estaba empezando a sentirme culpable y esa culpabilidad se hacía presente en una comezón en los brazos. Y estaba cansada de sentirme así, porque yo siempre era alegre y cuando me sentía mal, me costaba volver a la normalidad.

Estaba sola en casa porque a mi hermano lo invitaron a una reunión de amigos (profesores compañeros de trabajo) y hace rato no sabía nada él, tal vez ya había empezado la «diversión».

Tenía hambre, así que me encontraba en la cocina tratando de ver qué podía comer, porque todo lo que hacía se me quemaba o sabía mal. Miré la caja de cereales, pero ya había comido muchos de esos.

Me sobresalté cuando el timbre del departamento sonó. Me repasé con la mirada, solo tenía un short que no se veía por el camisón de mi hermano que traía encima y me llegaba hasta la mitad de los muslos, medias de diferentes pares y el cabello hecho un nido de pájaros.

Bueno, si venía alguien a molestar, tal vez lo espantaba así.

Decidí abrir, pero cuando lo hice decidí haberme arreglado aunque sea un poco.

—L-Lily —balbuceé—. ¿Qué haces aquí?

Traía el cabello recogido en una coleta medio floja, una camiseta de arcoíris junto a unos vaqueros y unos zarcillos circulares gigantescos. También parecía haberse delineado los ojos y ¡Dios! Lo hacía perfecto. Se veía perfecta.

Y yo parecía un bollo mal envuelto. Qué pena.

—No respondiste mi mensaje ayer... así que pasé a ver si todo estaba bien —Se encogió de hombros con una sonrisa tímida.

—Ah, e-está todo bien —aseguré, mentía—. Es que no he mirado mucho el teléfono... no he tenido ganas... ¿quieres pasar? —invité, medio nerviosa.

Ella asintió con la cabeza y me hice a un lado para que entrara, cuando lo hizo, cerré la puerta lo más lento que pude solo para no tener que voltear a verla, acababa de mentirle.

Finalmente, me giré, ella estaba observando todo, pero luego se giró hacia mí y me puse nerviosa.

— ¿Qué hacías? —preguntó, animada.

Yo apenas pude levantarme de la cama hoy.

—Veía qué podía comer... pero todo me sale mal —murmuré caminando hacia la cocina, ella me siguió.

El espacio era pequeño, así que solo dimos unos pasos para llegar ahí.

— ¿Te ayudo? —Se ofreció—. Bueno, lo único que sé hacer son panqueques... ¿tienes para hacer panqueques?

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