Capítulo 34.

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Y no lo permití, por supuesto, por algo les dije que debía ganarme un Perroscar

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Y no lo permití, por supuesto, por algo les dije que debía ganarme un Perroscar. Aunque bueno, mis aullidos nocturnos en la jaula de Happy Animals no eran del todo falsos, realmente empecé a odiar la oscuridad, no me gustaba quedarme solo y me encantaba que la tienda siempre estuviera llena de clientes, me hacía sentir... seguro.

Aysel al ser siempre la última en salir se compadecía de mí y por lo tanto siempre me llevaba a casa, nunca me dejó solo. Así fue por dos cortas semanas, el tiempo junto a ella se me pasaba volando, era maravilloso, realmente amaba a esa humana.

Mis dos semanas en la tienda junto a Aysel fueron maravillosas hasta que... no lo fue.

Era temprano cuando el doctor Hayashi trajo consigo a la tienda a una adorable familia, eran personas buenas pero... no eran Aysel. El doctor estaba muy contento, sonreía de oreja a oreja cuando se acercó a Aysel y le habló por lo bajo, no pude escuchar que conversaban, solo pude notar como la sonrisa que siempre cargaba Aysel se borraba poco a poco de sus labios, estaba triste, eso podía olerlo a kilómetros. Ella me miró desde su posición y una lágrima se deslizó por su mejilla, después solo huyó. El doctor estaba confundido, se notaba que no podía entender la actitud de la humana, sin embargo se recompuso rápidamente y se acercó a mi jaula.

—Oye amiguito, ¿Cómo estás?

—¡Guau! —Ladré emocionado, el doctor era una increíble persona, me gustaría volver a cantar una canción junto a él en su auto.

Abrió la puerta de la jaula para después darse la vuelta en dirección a la familia.

—Ven Klary, acércate lentamente para que él te olisquee un poco—La niña se acercó a mi entre emocionada y nerviosa—. Tranquila, él no te hará daño.

La niña, Klary, estiró su brazo por lo que pude olerla mejor, su alma era de un blanco hermoso, era una buena chica por lo que la dejé acariciarme. Ella contenta sonreía mientras rascaba detrás de mis orejas. Oye, de verdad que muchos humanos tenían el don, Klary era muy habilidosa a pesar de su edad.

—¿Qué te parece? —le preguntó el doctor a la niña.

—¡Me gusta! ¿Podemos llevarlo a casa, mami?

¿Casa? Esperen, ¿ellos estaban aquí para... llevarme? No, no quiero.

Me empecé a incomodar y ellos lo notaron. Antes de que el doctor pudiera meterme dentro de la jaula de nuevo como pude salí de ella y hui así como lo hizo Aysel.

¡Aysel! Ella no podía permitir esto, debía encontrarla.

Cerré los ojos para concentrar a mi nariz a llevarme al lugar correcto. Olí manzanas, una sabrosa carne que casi me hizo correr tras ella pero me detuvo ese peculiar olor a fresas que siempre olisqueaba en el cuello de Aysel. Sin pensarlo mucho y cuidando que nadie me pillara caminé hacia ella hasta que la encontré, sobre el suelo sollozando. Me acerqué con cuidado a ella e hice que levantara su rostro el cual antes se encontraba cubierto por sus brazos y piernas, cuando me vio frunció el ceño confundida mientras sus lágrimas marcaban largos caminos por sus mejillas.

A los ojos de FirulaisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora