Capítulo 30.

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Hola, soy yo de nuevo, Firulais, pero alguna vez me llamaron michi.

Un Michi es un miau.

Un miau es un gato.

Y es mentira que los gatos tienen siete vidas, miren que me la arrancaron a la primera.

Esta vez les contaré dos breves historias, mi vida como Michi y mi vida como cucaracha.

Cuando era un gato, mi mamá nos dió mucha leche con sus tetitas, era una madre muy dedicada, pero como siempre tuve que separarme de ellas. Una noche bajo una lluvia torrencial una viejita me tomó y me llevo dentro de su casa. La señora no tenía un alma pura, era muy mala con su empleada y podría decirse que estaba obsesionada con los michis, tanto así que en la casa éramos al menos veintiséis gatos.

Nos alimentaba, nos acariciaba y nos hacía ver culebrones mexicanos—Y déjenme decirles que eran bue-ni-si-mos—. Sin embargo sabía que no podía quedarme mucho tiempo en ese lugar, debí buscar un alma pura.

La señora no era mala con sus michis, si no con su entorno. Odiaba a los perros e incluso había colocado algunos huesos con veneno en la basura para que algunos perros callejeros lo comieran por accidente. Repito, su adoración eran los michis.

Supe en ese momento, cuando ví como mataba a esos animales que tenía que salir de ahí. Lo hice pero algo salió mal, un auto me atropelló y así fue como supe que los gatos no tienen siete vidas.

No les quería contar mucho sobre esto. Solo quiero que se queden con algo: Hay personas que nos engañan con las fachadas, muchos de ellos siempre tienen máscaras así que ten siempre cuidado porque el que menos te esperes puede hacerte daño.

Hasta rimó, ¿verdad?

Pude haberme quedado con la señora pero no era el alma pura que estaba buscando, no desperdiciaría una vida quedándome solo por comodidad, tenía una misión, y esa era conseguir mi alma pura.

Me arrepentí no haber mirado bien por las calles cuando mi nuevo cuerpo era...

—¡Una cucaracha, mamá, mátala mátala!

Debo decir que siendo cucaracha fue donde más adrenalina sentí.

Podía entender como los humanos no les agradaba. A nosotras nos gustaba un poco la basura, a decir verdad era el único lugar donde podíamos conseguir un alimento que nos gustara. La cocina de los humanos era la mejor parte, pero debíamos tener cuidado o seríamos aplastadas.

Y nadie quería ser aplastado por el zapato de un humano.

Sabía que nunca conseguiría un alma pura siendo una cucaracha. Nos odiaban, éramos plagas y nadie nos respetaba.

Hasta que conocí una humana, era muy linda y solitaria. Una vez me vio en su baño y se asustó, pero se armó de valor y solo me rodeó.

—Tu allá y yo acá, ¿De acuerdo, cucarachita?

No podía responderle, pero le hice caso, caminé rápidamente con mis finas patas y me metí en el desagüe. Pero quería volver a ver a la humana. La siguiente noche salí de mi escondite y ella me volvió a ver.

—¿Por qué no te vas, cucarachita? Si mi papá te ve te va a matar.

No quería irme, me llamaba la atención que no hubiese agarrado cualquier cosa para matarme.

Así fueron las cosas, yo la visitaba y ella siempre me decía lo mismo.

—Tu allá y yo acá, cucarachita.

Nunca me lastimó y nunca ví el peligro.

Una noche no fue ella la que entró el baño, era un señor, supongo que era su papá, y apenas me vio tomó su zapato y me aplastó.

No pude despedirme de mi amiga, la única persona en el mundo que había sido capaz de respetar una cucaracha diciendo su típica frase. Me tenía miedo, quizás asco, pero ella nunca levantó su zapato, me dejó vivir.

Esta vida me preparó para la siguiente, quizás una de las peores. Ser un ratón no era tan genial como la película de Ratatouille que había visto en aquel sofá de la viejita.

Era feo, muy feo.

Ah y les aseguro que no cualquiera puede cocinar.

Ah y les aseguro que no cualquiera puede cocinar

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No soy una aparición, realmente estoy aquí :)

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A los ojos de FirulaisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora