Audrey no sólo tenía un alma gris por estar tan triste. Ella me trataba muy bien, pero, ¿y a los demás?
Audrey se caracterizaba por tener su vocecita gritona y cuando algo no salía como ella quería pues la utilizaba muy bien. Ella provocó en el último mes que despidieran a dos personas. Una de ellas no colocó la ropa en su clóset en el orden de colores que a ella le gustaba—entiéndase que Audrey le gustaba el orden rosa, blanco, gris y demás colores y el empleado colocó blanco, gris, rosa y demás colores—, y el otro empleado, alguien de la cocina, hizo el uso de la cebolla en el platillo de mi humana, cosa que ella aborrecía con todo su ser. Fue despedido apenas Audrey vio el trozo de cebolla en el plato.
Audrey era demasiado malcriada para una niña de diez años. Pero después de estar todos estos días con ella supe que no era del todo su culpa. Audrey tenía al peor ejemplo y ese era su padre.
El día que Audrey despidió al empleado cebolla—así lo apodé—, su padre al llegar a la mansión entró enfurecido a la habitación de mi humana.
—Me enteré de lo que hiciste, ¡no puedes estar despidiendo a todo el mundo, Audrey!
—Quiso envenenarme, papi—respondió ella en voz baja, pero conocía esa mirada, ella quería gritar.
—¡Era una estúpida cebolla!
—Soy alérgica a las cebollas.
—¡No lo eres! ¡Estoy cansado de tu actitud, Audrey! ¡Cansado!
—¡Pues yo tampoco te soporto! ¡Eres el peor papá del mundo! ¡Ojala mamá estuviera viva y tu hubieses muerto en lugar de ella!
No me acerqué lo suficientemente rápido para proteger a Audrey. El señor de la casa le pegó una cachetada, luego de eso ambos guardaron silencio. El señor tenía lágrimas en los ojos como aquella vez que lo vi en la habitación prohibida. Audrey se levantó de la cama y salió corriendo hacia el baño de su habitación. Aproveché ese momento para gruñirle al señor de la casa por más miedo que le tuviese.
—Grrr—Él no me entendía, solo quería que se fuese de ahí, quería proteger a mi humana.
—Cierra la boca, perro pulgoso.
¿Pulgoso? ¿De qué hablaba? Audrey me hacia una baño de antipulgas todas las semanas.
Me estaba molestando, primero trataba mal a su hija y ahora me trata de pulgoso, esto es el colmo. Cuando se dio la vuelta quise morderle, pero era muy pequeño aún, y mis dientes a duras penas cortaban los filetes que me daba el chef a escondidas. No era tan tonto, no atacaría al señor, al menos no por esta noche.
Cuando finalmente se fue, yo me dirigí a la puerta del baño. Escuchaba los sollozos de Audrey al otro lado, quería limpiarle las lágrimas con mi lengua, quería acariciarla con mi cabeza, quería estar ahí para mi humana, sea alma pura o no, era mi humana.
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A los ojos de Firulais
SaggisticaMi nombre es Firulais, o bueno, así me llamó un Chihuahua hace un tiempo mientras compartíamos un bocadillo que habíamos conseguido en la basura, según él en Latinoamérica ustedes los humanos llaman a los perros callejeros como Firulais, ningún perr...