Por favor abstenerse a leer si son de mentes sensibles.
La primera vez que conocí a la picana eléctrica de Lee fue tres días después de presenciar la peor escena que mis ojos habían visto en su vida. Fue impresionante de ver como Bee golpeaba una y otra vez a Cleo. Ella era fuerte, demasiado, yo no me creía tan fuerte como la perrita.
Pero lo pudimos comprobar poco después.
Lee había bajado tan relajado como siempre al sótano. Se acercó a nuestras jaulas y aún con mi gruñido él ni se inmutó, de hecho me ignoró por completo y se dirigió hacia Cleo.
—Ya pronto podrás descansar, chica. Estoy seguro de que será muy pronto—Acarició su cabeza y luego me miró—. ¿Quién se irá primero? ¿Ella o tú?
—¡Guau!—Ladré en respuesta. Una mirada de reconocimiento alumbró sus ojos, como si se sintiera orgulloso de que yo le respondiera.
—Aquella vez en la perrera no había sido mi turno, por lo que no podía traerte conmigo, perro—habló él alejándose de nosotros y yendo hacia una de las mesas—. Pero al fin estás aquí. Necesito descargarme un poco, el otro perro no duró demasiado.
Por primera vez quería que un humano me entendiera, que no solo escuchara ladridos sino palabras.
¿Por qué él hacía esto? ¿Por qué su hermana también? ¿Por qué se divertían al hacerlo? ¿Por qué tenían el alma tan negra?
Todo eso salía tras mis ladridos, pero él seguía sin entender. En realidad solo lo molestaba más por lo que de un momento a otro, me sacó de la jaula, me colocó contra el suelo impidiendo que me moviera y luego deslizó el grueso cuero de un bozal en mi hocico.
—Me gusta que los perros chillen, pero los ladridos me aturden, así que cállate.
Mi corazón latía a mil por hora. Sabía que iba a sufrir, que la electricidad en mi cuerpo dolería mucho. Yo no quería que me hicieran daño, yo solo quería cumplir mi misión. ¿Por qué era tan difícil hacerlo? ¿Por qué todo se me complicaba y solo conseguía personas malas?
—No te resistas, dolerá más si lo haces—susurró Cleo sin mirarme, busqué su mirada y por más que lo hiciera me evitaba—. No puedo seguir viendo lo que eras Firulais, a partir de hoy vas a cambiar.
No pude contestarle, el bozal estaba muy cerrado alrededor de mi hocico, incluso por un momento pude sentir que no podía tragar saliva, poco después sentía que no podía respirar.
—Si estás nervioso dolerá más, solo piensa en lo más bonito que te haya pasado en la vida, Firulais—Cleo aulló con dolor.
Lee de un momento a otro me amarró las patas, las delanteras y las traseras, dos y dos, con gruesas cuerdas que me lastimaban. Luego amarró mi cuello con otra de las cuerdas a uno de ellos tubos que sobresalían de la pared. Después volvió a la mesa y agarró la picana.
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A los ojos de Firulais
Non-FictionMi nombre es Firulais, o bueno, así me llamó un Chihuahua hace un tiempo mientras compartíamos un bocadillo que habíamos conseguido en la basura, según él en Latinoamérica ustedes los humanos llaman a los perros callejeros como Firulais, ningún perr...