«Una, dos, tres embestidas duras. Los labios danzando al compás, compartiendo dulces gemidos ahogados. Las manos en la nuca del otro, en su cabello, deleitándose con la tierna piel de su espalda. Una lengua recorriendo sensualmente aquel cuello tatuado y las pelvis juntándose, desesperadas. La estrecha abertura jugosa que lo acogía a la perfección, los húmedos pliegues por los que se deslizaba hasta llegar al punto que ambos ansiaban. Y los verdes y salvajes ojos de ella, rogando por sentir su dura polla más profunda, más honda, ¡más, más! Esos ojos hipnóticos clavados en los de él. ¿En los de él? No. En los de su hermano Jack. Su hermano Jack embistiéndola, lamiéndole cada recoveco, agarrándola del pelo, clavándose cada vez más dentro de ella...»
Me desperté sobresaltado, con el corazón en un puño. La frente, perlada de sudor, me palpitaba. Encendí la luz de la mesilla de noche con las manos temblorosas y me llevé un gran susto.
- ¡Joder, Ian, tío! - exclamé, apartándome el sudor de la frente y del flequillo húmedo - ¿Qué haces aquí?
- Esperar a que dejes de gemir - mi amigo y compañero estaba sentado en el sillón de mi habitación con las piernas cruzadas al estilo indio y su característica tableta en la mano - ¿Otro sueño erótico?
Me senté, apoyando la espalda contra el cabecero de la cama. Él sonreía de manera burlesca y sus ojos verdes, al igual que su cabello teñido, me examinaron.
- Era una pesadilla.
- Pues bien que la disfrutabas, cabrito - se carcajeó, aunque después calló y dejó de mirarme - ¿Oyes eso?
Yo no estaba para escuchar nada. Me recuperaba de mi alteración, aunque la erección monumental no me la quitaba nadie. A pesar de mi excitación, el sueño no me había gustado un pelo. Seguía teniendo esa sensación extraña en la boca del estómago cuando distinguí, en el silencio de la madrugada, los gemidos amortiguados de alguna pobre humana que habría tenido la desgracia de caer en las garras de mi hermano. Qué equivocado estaba.
- Todas las malditas noches lo mismo - bufé, hastiado. Me pasé la mano por el cabello negro, que ya necesitaba un corte - ¿No se puede ir a su casa a follar?
Pero Ian no me miraba. La luz azulada de su dispositivo iluminaba su rostro atento a la pantalla. Se mordisqueaba el piercing negro que tenía en el labio. Me resultó raro. Mi amigo era un genio de la tecnología, un puto Picasso con los ordenadores, pero era también un pervertido y le tenía un asco tremendo al mujeriego de mi hermano Jack. Ian siempre me seguía las bromas (o mejor dicho, él era quien las empezaba). Pero esa vez no.
- Tío, ven a ver esto.
Me levanté de la cama rápidamente y me puse el pantalón del pijama mientras llegaba hasta él. En la pantalla de la tableta, una presentadora del único noticiario digital de todo el territorio Lýko leía unos papeles.
«Y nos llega una noticia de última hora que estoy segura de que alegrará a mucha gente. El joven Alpha Jerek Kingston, de la manada Sigg Moon, le ha pedido matrimonio a Katrina Smith, que es la futura heredera de la manada Red Moon. Nos informan de que... ¿Sí? Sí. Vale. La fecha de unión no está confirmada, pero según nos dicen, está muy muy cerquita. Al parecer, las dos manadas se unirán y formarán una sola. Esto es todo lo que sabemos de la pareja. Muchas felicidades»
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𝐏𝐫𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐩𝐡𝐚𝐬 ©
WerewolfDonde el bien y el mal no se distinguen, una mediática familia de Alphas, los Kingston, son puestos a prueba por la propia contradicción humana. Irina, que odia su condición de licántropo, revoluciona el palacio, descubriendo poco a poco los lazos...