Adoraba la tranquilidad de mi casa. Me había despertado sola entre las sábanas tibias, con el tímido sol colándose por las rendijas de la persiana. Todo estaba en silencio, aunque la cabeza me retumbaba un poco por los chupitos y la música a tope de la noche anterior. Me lo había pasado de miedo. Habíamos bailado muy cerca, habíamos saltado como cabras locas con la música tecno y nos habíamos reído tanto que nos había dolido la barriga.
Eras extremadamente tierno y eso me encantaba. Aunque no te escandalizabas con mis métodos de seducción y mi actitud deshinibida, te avergonzaba hacer ciertas cosas y no te atrevías a dar el primer paso. Me gustaba ver cómo te soltabas y dejabas a un lado tus inseguridades, y me sorprendiste al bailar y frotarte así contra mí. Me dejaste deseosa, aunque tenía claro que contigo las cosas eran diferentes: nos lo tomábamos con tranquilidad, como una pareja de humanos normal y corriente. Nunca pensé que diría esto, pero contigo sentía que debía esperar al momento adecuado para hacer ciertas cosas.
Me levanté de la cama, me estiré y fui a hacerme un café. Reparé en el desorden de mi casa y decidí que ese día terminaría de decorar el sofá y empezaría a pintar una de las paredes. Aunque quizás me proponías algún plan, pensé sonriendo. Me gustaba ir contigo a los sitios y abrazarte. Te habías convertido en mi osito de peluche particular.
La sonrisa en mi rostro se borró. Me abrazabas, me llevabas a sitios especiales y me hablabas de tus pensamientos porque no sabías la verdad. Te habías creído mi mentira y me arrepentía, pero a esas alturas era demasiado tarde para retractarse. Había tomado la decisión y no había vuelta atrás. Si disfrutaba de ti era porque me creías antes a mí, una desconocida, que a tu hermano. Sí, habíamos follado. Tu hermano y yo nos habíamos acostado. Y tú eras muy iluso y crédulo.
Suspiré y me puse con el sofá hasta que llamaron a la puerta. Me levanté del suelo, me sacudí la camiseta y fui a abrir, aunque me detuve con la mano en la manilla de la puerta. Melocotones. Maldito fuera, ¡melocotones! Maldije entre dientes y me alejé de la entrada. ¿Debía ignorarlo? Sería lo mejor, pero lo cierto es que en el fondo quería saber para qué venía. Además, si no le abría, seguiría aporreando la puerta, como estaba sucediendo. Sí, debía enfrentarme a mis problemas, mostrarme firme y...
Cuando abrí la puerta, nuestras miradas conectaron de inmediato. Sentí cosquilleos en el vientre y en los dedos de los pies. Su mirada azul me taladraba. ¿Cómo podía alguien ser tan intenso? Todo su gran y fornido cuerpo imponía y desprendía presencia.
- ¿Qué quieres? - le espeté.
- Vengo a ver a mi mate.
- Tu mate está perfectamente - quise cerrar la puerta, pero me lo impidió y entró en casa.
- ¿Dónde está?
- Vete, Jack - le ordené, apoyando las manos en su duro pecho y empujándolo para hacerlo salir, pero era muy robusto para mi fuerza.
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𝐏𝐫𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐩𝐡𝐚𝐬 ©
WerwolfDonde el bien y el mal no se distinguen, una mediática familia de Alphas, los Kingston, son puestos a prueba por la propia contradicción humana. Irina, que odia su condición de licántropo, revoluciona el palacio, descubriendo poco a poco los lazos...