Jack se había ido de mi casa tras rozar sus labios con los míos y dejar una palmada en una de mis nalgas. Habíamos acordado que me recogería a las siete para ir a cenar a un lugar especial, como él dijo. Sus ojos azules me miraron cargados de lujuria cuando me comentó que podríamos pasar la noche allí.
Así que a las cinco y media de la tarde, intentando que tu nombre («Jerek, Jerek, Jerek») no apareciese en mi mente, comencé a prepararme para la gran noche. Me puse un bonito vestido floreado y por debajo una exquisita lencería que guardaba como oro en paño. Quería que todo saliese bien con Jack. En esa cena, tenía pensado sondear su cara más tierna. Intentaría convencerle para que cambiase algunos de sus métodos como Alpha. Me sería difícil, pero era su Luna y podía con ello.
Me maquillé y me rocié de perfume hasta que llamaron a la puerta. Eran las seis y cuarto. Extrañada, fui a abrir y me encontré cara a cara con tu amigo Ian y su cabello verde. Tenía cara de pocos amigos, sin la sonrisa y la calidez que siempre desprendía.
- Merece una disculpa, ¿no crees? - me reprendió sin ningún preliminar, y yo me crucé de brazos.
- Le he propuesto empezar de nuevo.
- Eres tú la que se ha equivocado.
- Tú no tienes dos mates, Ian. No lo entiendes.
- Le has hecho mucho daño - espetó.
Callé. Escuchar eso me dolía. Un poco. Me escocía imaginarte desparramado en el sofá, sin ganas de nada, incluso llorando. Sacudí la cabeza.
- Yo he intentado hacer todo lo que he podido para solucionarlo.
Negó con la cabeza. Si fuera por su mirada, ya estaría a tres metros bajo tierra.
- Eres igual que él - afirmó tras unos segundos de silencio.
-¿Que quién? -salté, a punto de cerrarle la puerta en las narices.
Puso un pie para impedirlo.
- Que Jack. Dices odiarlo pero eres un calco. Los dos sois igual de manipuladores y mentirosos.
- Vete a tu puta casa, Ian.
- Está fatal por tu culpa.
- No le importas. Deja de defenderlo.
- Arréglalo con él, Irina. No te cuesta nada.
- No es asunto tuyo.
Cerré la puerta y él llamó de nuevo, pero lo ignoré. Me había cabreado. A mí nadie me decía cuándo pedir perdón. Me da vergüenza y rabia escribir esto, pero tengo admitir que, en ese momento, me alegró haberte hecho daño. ¿Quién eras tú para insinuar que yo no permitía a los demás tener amor propio?
Bufando y pensando una y otra vez en lo mismo estuve hasta que llegó Jack. Me besó en la puerta de mi casa y evaluó mi figura.
- Estás preciosa, cariño - ronroneó, con sus ojos templados sin parar de recorrer mi cuerpo.
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𝐏𝐫𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐩𝐡𝐚𝐬 ©
Hombres LoboDonde el bien y el mal no se distinguen, una mediática familia de Alphas, los Kingston, son puestos a prueba por la propia contradicción humana. Irina, que odia su condición de licántropo, revoluciona el palacio, descubriendo poco a poco los lazos...