ᚹᛖᛁᚾᛏᛁᛊᛁᛖᛏᛖ

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Estabas lívido

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Estabas lívido. Con el rostro tan blanco como el de un fantasma, mirabas a la lejanía, sin apenas reaccionar a mis sacudidas.

Comenzaba a preocuparme seriamente por tu estado. Quieto, sentado en el sofá como si te hubieran clavado allí, pasando tu dedo pulgar alrededor del meñique donde yo misma había trazado ese lazo rojo que representaba aquello que nos condenaba: el destino. Qué cabrón era ese mismo que había colocado al cachorro en aquel arbusto impregando por un rastro erróneo. El destino, aquel que borraba el guion y lo reescribía a su antojo.

Aquel día se había asesinado a nueve licántropos. Ocho eran adultos, cinco machos y tres hembras, a manos de Jack Kinsgton, que ya cargaba más de quince muertos a sus espaldas. El cadáver rstante, el de un cachorro de apenas siete años de edad, era por cortesía del irresponsable Alpha de Sigg Moon, Jerek Kingston, y todo su séquito de pandilleros impulsivos, más conocidos como la Brigada Especial.

El pueblo estaba destrozado, rabioso, hundido, sediento de venganza. El pueblo podía tolerar una veintena de muertes de adultos, pero los lobeznos eran, para ellos, intocables. Habían soportado demasiado, habían permanecido en silencio durante demasiado tiempo, y no pensaban dejar pasar ni un desliz más. Todo eso escupían en la prensa, escrita o susurrante de oído a oído, de la que yo tampoco me libraba.

Me señalaban como el detonante, la caprichosa convertida que había enfrentado a los dos hermanos, perturbando la paz de la manada. Yo tenía cosas más importantes de las que preocuparme que un escritor cabreado por una injusticia que ni le incumbía. Pero tú... Tú, tan dulce e inmaduro como eres, Jerek, te veías afectado por lo sucedido. Tanto, que eras incapaz de articular palabra. Me senté frente a ti, cruzada de brazos.

- Sé que me estás escuchando - te dije, mirándome las uñas mordidas - La hemos cagado. Mucho. Un cachorro que no pintaba nada allí, se habría extraviado... - observé cómo apretabas la mandíbula - El caso es que no tenemos culpa: solo intentábamos protegernos a todos de un puto asesino, ¿merecemos que nos apedreen?

- Te estás pasando - me advertiste, sin mirarme.

- Estoy diciendo la verdad - me recosté sobre la silla - Lo que pasa es que lo estás viendo desde la perspectiva moral. Así no es como se gobierna. Se gobierna con la mente fría y el corazón de acero.

- Así es como piensan los dictadores - farfullaste, con los ojos llenos de tormento clavados en la ventana que daba a la calle y, por lo tanto, al gentío.

- Así es como pensamos los inteligentes - te corregí y me puse en pie, abrochándome la americana del traje de chaqueta que me había puesto para la ocasión - Ya no hay vuelta atrás, no sirve de nada lamentarse, así que enfrentemos la cuestión y miremos hacia delante.

Sentí tus ojos clavados en mi espalda cuando me di la vuelta para mesarme el plo engominado, observándome en el espejo del recibidor. Con la cara limpia y brillante, los ojos puros y transparentes, y la barbilla alta.Me giré y alcancé la manilla de la puerta, deteniendo la mano sobre el frío metal para volver la cabeza y mirarte por un momento.

𝐏𝐫𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐩𝐡𝐚𝐬 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora