No podía. Simplemente, no podía. En cuanto lo veía, en cuanto sus ojos azules chocaban con los míos, mi mente no atendía a razones ni seguía ninguna lógica. Cuando cerré de nuevo la puerta de cada, lo hice empujándola fin el pie al estar ya con mis piernas alrededor de su cintura, colgada de él y besándolo ardientemente.
- Joder - gruñó en mis labios - He deseado esto desde que me separé de ti.
Me llevó directamente a la habitación, agarrándome del culo y palmeándolo cada vez que dejaba pequeños mordiscos en su cuello. Cerró la puerta del cuarto apoyándose en ella y me bajó al suelo. Ya notaba su miembro duro contra lo vientre. Los besos que nos arrebatábamos eran húmedos, lengua con lengua, jadeos en la boca del otro. Me giró y me aplastó contra la puerta, sometiéndome a su escultural cuerpo. Se frotó, erecto y caliente, contra mis nalgas ansiosas de recibirlo, aunque seguía con la ropa puesta, que ya estorbaba.
- ¿Crees que no siento su olor? - gañó en mi oído, erizándome los vellos de la nuca, la cual recorrió con su lengua mientras seguía frotándose contra mí, aliviándome y torturándome a la vez - Él no te hace esto, ¿a que no?
Jadeé, con las bragas cada vez más mojadas. Giré la cabeza y nos besamos con ferocidad, cada vez más apegados. Me quitó la camiseta y sus dedos pellizcaron mis pezones erectos, colándose en mi sujetador.
- Contéstame - azotó mi muslo y me echó la cabeza hacia atrás para lamerme el cuello - ¿Él hace que te sientas así? ¿Él hace que te tiemblen las piernas?
- N-no - logré pronunciar.
Me giré y lo conduje hacia la cama, en la que cayó de improviso y yo aproveché para montarme a horcajadas sobre él, deseosa de sentir su dura polla arremetiendo contra mí.
- Oh, no, claro que no - no me dejó tregua y nos giró a ambos, poniéndose encima de mí.
Se quitó la camisa y se desabrochó el pantalón mientras yo me subía la falda que tenía puesta. Su cuerpo arropó al mío mientras apartaba a un lado mis bragas: ni siquiera se detuvo a quitármelas. Mirándome a los ojos, agarró mis piernas y apoyó el interior de mis rodillas sobre sus definidos hombros. Ahuecaba en su gran mano el miembro duro y venoso, que condujo a mi lubricada entrada.
Se inclinó y me besó, acallando el gemido que brotó de mi garganta al sentirlo penetrarme con fuerza. Lo hacía con rabia, con saña, una estocada tras otra, invadiendo sin aviso mi pequeño coñito húmedo. Los fluidos de ambos caían sobre el colchón y yo arqueaba la espalda, sintiendo su pene más directo por la posición de mis piernas.
Me besó las pantorrillas mientras se desquitaba, se desahogaba con mi cuerpo, dándome el más sensual de los placeres. Tumbada sobre las sábanas tibias y revueltas, podía apreciar más que nunca sus marcados abdominales, sus pectorales que llamaban a lamerlos y la bendita V que desbocaba en su pelvis castigadora y, por tanto, en su duro pene.
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𝐏𝐫𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐩𝐡𝐚𝐬 ©
VârcolaciDonde el bien y el mal no se distinguen, una mediática familia de Alphas, los Kingston, son puestos a prueba por la propia contradicción humana. Irina, que odia su condición de licántropo, revoluciona el palacio, descubriendo poco a poco los lazos...