ᚲᚢᚨᛏᚱᛟ

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«¿Mate? ¿Qué es un mate?».

«Qué pregunta tan complicada. Es tu alma gemela. Todos los licántropos tenemos una pareja de por vida».

«¿Cómo? ¿Y por qué?».

«Puff... Qué cosas me preguntas, Irina. Hay muchas teorías, alguien te las explicará algún día».

«A ver si te he entendido. Tú puedes ser mi alma gemela sin más, sin conocerte, ¿no? Es como la leyenda del hilo rojo».

«Sí. Sabes que es esa persona por lo que te hace sentir. Tiene un olor muy fuerte y muy agradable, y te atrae muchísimo».

«Lo sabes bien. ¿Tú tienes mate?».

«Sí. Se ha ido de viaje y lo echo mucho de menos. Pero si vivieras en una manada, como una licántropo normal, lo sabrías de todas formas. Es muy importante para nosotros y nos pasamos la vida queriendo estar con nuestro mate. Yo lo adoro».

«Entonces será muy especial, ¿no? Nunca terminas con esa persona, no hay peleas, siempre os queréis...».

«No te creas. Lo de los mates es un arma de doble filo».

«¿Por?».

«Porque te obsesionas tanto con esa persona que no piensas en nada más. Tu mate está por encima de todos. No sería la primera vez que un macho mata a otro por celos, o que un licántropo encierra a su mate por no querer estar con él. O con ella».

«Joder. Vaya mierda, ¿no? Así mejor no tener nada».

«La verdad es que es muy peligroso. Hay mucho loco suelto que haría lo que fuera por tenerte».

Recordando meses después esa conversación que tuve con Tatiana entre cigarro y cigarro, le tuve que dar la razón. Para mi desgracia, me había tocado un mate que me encerraría si no quisiera estar con él. Pero en este caso eso no sucedió. Fue mucho peor.

Cuando llegué a mi vecindario, en mi ciudad humana y en mi mundo humano, lamentaba tener que despedirme de mi familia. Incluso buscaba alguna posibilidad para seguir con ellos. Simplemente, no me cabía en la cabeza no desayunar con ellos por la mañana, no recibir los consejos de mi madre y no disfrutar de más partidas de ajedrez con mi padre. De todas formas, estaba segura de que ellos lo entenderían. Mi madre, más bien. Siempre me había dado la sensación de que mi madre entendía muchas cosas . Les diría que quería cambiar de aires, que ya era hora de independizarme y que aprendería a manejar rápido el inglés (aunque siempre había sido una negada para los idiomas y para los estudios en general).

Pero cuando llegué a mi casa, al bloque de pisos donde vivía, mis padres no estaban. Mi casa estaba precintada. Había policías dentro y los vecinos se asomaban desde sus balcones. Una policía me dijo que a mi madre le habían pegado un tiro. Así, sin más. Me mareé, pero aun así corrí hasta el hospital, planta seis, habitación cincuenta y dos. «Pero no puede entrar, señorita, están operándola». Mi padre, sentado en una de las sillas del pasillo de la planta seis, parecía haber ganado unos cuantos años más. Estaría tan cansado que ni se dio cuenta cuando me acerqué a él. Olía a casa. Se me llenaron los ojos de lágrimas.

𝐏𝐫𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐩𝐡𝐚𝐬 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora