ᚹᛖᛁᚾᛏᛖ

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-  Les habla el Alpha Jerek Kingston

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- Les habla el Alpha Jerek Kingston. Quiero que se organicen en grupos de cinco soldados y estén haciendo guardia por todas las calles. Necesito un escuadrón de veinte guerreros para dos casas de la calle Terrer, y máxima precaución, no dejéis entrar a nadie en un perímetro de cinco metros. Buscamos al Alpha Jack Kingston. Repito, buscamos a Jack Kinsgton.

- Pero, Alpha, no podemos...

- Necesito que lo inmovilicéis. Ya sé que os puede, pero, de verdad, lo necesito.

Apreté el teléfono móvil entre mis dedos y esperé la respuesta con cierta ansiedad en la boca del estómago. Ian me miraba de hito en hito e Irina se mantenía abrazada a mí. No me había soltado ni un solo segundo desde que se puso un vestido que Ian fue a recoger a su casa y me abrazó. Estaba llorando, lo sentía por sus lágrimas manchando mi camiseta. Yo le acariciaba el cabello con dulzura mientras aguardaba la respuestas del general del ejército de la manada.

- Lo intentaremos, Alpha - contestó finalmente.

- Deprisa - ordené y colgué sin dar posibilidad a réplica.

- Gracias, Jerek - susurró Irina en cuanto me metí el teléfono en el bolsillo y nos quedamos los tres en completo silencio.

- Tienes que contarme todo lo que sucedió - le dije, separándola de mí para mirarla.

Sus ojos verdes rehuían de mí, y pensé que si en ese momento, tras haberme escuchado disponer a nuestro ejército para protegernos, ella seguiría creyendo que yo era un inútil.

- Era un ritual - dijo de pronto. Ian y yo nos miramos - Un ritual, te lo juro. Había símbolos en el suelo y una candela y...

- Espera, espera - Ian la frenó. Yo no podía objetar nada aun: mi mente maquinaba a toda velocidad - ¿Por qué no nos cuentas tranquilamente todo lo que viste?

Y ella nos lo contó. Su voz temblaba o se volvía agresiva y rabiosa. Evitaba pronunciar el nombre de Jack, y cuando lo hacía, evitaba mirarme a mí. Yo, en mi cabeza, intentando no pensar en la herida que me estaba provocando todo eso, ataba cabos y me planteaba cuestiones. Oír de la boca de mi mate lo que había sufrido por culpa de mi hermano me ponía los pelos de punta.

Negué con la cabeza. Jack no era mi hermano. Ya me lo había dicho Ingrid. Un hermano no provocaba todo ese dolor, un hermano no te eclipsaba, un hermano no te desterraba de tus tareas de mando. Jack estaba podrido por dentro. No sabía cómo abordar el tema, pero yo estaba seguro de que no compartíamos la misma sangre. Además, nuestra madre estaba desaparecida y él era el principal sospechoso, un verdadero hijo de puta.

Me separé de Irina y resoplé, con una mano en la frente. Tenía demasiadas cosas de las que preocuparme.

- Ian, necesito hablar contigo a solas.

Vi, por el rabillo del ojo, el ceño fruncido de Irina, pero no podía encargarme de eso ahora. Además, una pequeña y maligna parte de mí quería que supiera que, por mucho que quisiera protegerla de mi hermano, había perdido toda la confianza que había depositado ciegamente en ella: me había lanzado su ponzoña a la cara y me había mentido desde el primer momento en el que llegó.

𝐏𝐫𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐩𝐡𝐚𝐬 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora