A la mañana siguiente del fatal incidente, tú y yo nos dirigimos a palacio tras hablar detenidamente nuestro próximo movimiento. Varios guardias nos escoltaron y también tratamos de pasar por las calles menos concurridas. Una parte de mí, la que tenía los enajenados ojos de Jack grabados en la mente, se esparaba encontrarnos con él tras doblar una esquina. Lo imaginaba caminando hacia nosotros con los rayos del sol deslumbrándonos, pero su figura envuelta en tinieblas y llamas.
Por suerte, eso no sucedió, y llegamos al castillo de paredes frías y pasillos impersonales y escalofriantes. Tú permanecías a mi lado, guiándome por las interminables salas. Nuestro objetivo era reunirnos con tu padre, Zero Kingston, y después investigar en la biblioteca.
Me detuve en mitad de un pasillo, agarrándote del brazo. Me miraste con curiosidad y fuiste a agarrar mi mejilla, pero aparté tu mano.
- Quiero... quiero ver el estudio de tu madre - te dije - ¿Qué tal si tú te reúnes con tu padre y yo voy investigando?
Me miraste con desconcierto y después examinaste el reloj que tenías en la muñeca. Ese día estabas vestido más formalmente que lo habitual.
- Si quieres podemos ir a ver lo de mi madre después. Mi padre...
- No. Ahora. Ve con tu padre. Yo voy al estudio - sentencié, firme.
Parpadeaste varias veces, mirándome con el entrecejo arrugado, pero al final asentiste con cierta confusión sobre tus facciones inocentes. Sin embargo, no te atreverías siquiera a contradecir mis decisiones. Estabas procesando como Alpha, pero yo era la cúspide de la jerarquía emocional que regía tu vida. Así nos iba.
- Acompáñala - le ordenaste a un guardia.
Te sonreí y asentí levemente, teniendo en cuenta tu gesto. Me puse de puntillas y te di un beso en la mejilla. Noté que me observabas, pero continué mi camino junto al soldado, ya de espaldas a ti.
En realidad, yo no iba a inspeccionar nada. De milagro había entendido todo lo que había pasado respecto a tu madre ausente. Yo lo único que quería era librarme de ese encuentro con tu padre. En la gala a la que asistí con Jack, ese hombre de pelo cano y barriga cervecera me había intimidado. Lo noté varias veces mirándome de reojo o poniendo ciertas muecas que no me gustaban un pelo. En el fondo, tenía miedo a que me juzgasen por aparecer contigo después de haber estado con Jack, dejándote de lado a ti. A ojos de los demás, me vería como una aprovechada e insensata. Así que saqué la carta que tú mismo me había proporcionado al decirme que tu madre pintaba.
Subí todas esas escaleras y el guardia empujó la puerta de acero tras la que supuestamente Astrid (¿Kingston?) pasaba las horas. Alcé las cejas cuando me la encontré allí, sentada en en un taburete frente a un lienzo en blanco, con una túnica que duplicaba su talla y su cabello cano recogido en un moño. ¿Esa era la mujer que estaba desaparecida? Se encontraba allí, tan normal, y el joven soldado tuvo que pensar lo mismo que yo, pues dio media vuelta y fue a bajar las escaleras, solo que lo agarré del brazo.
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𝐏𝐫𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐩𝐡𝐚𝐬 ©
Hombres LoboDonde el bien y el mal no se distinguen, una mediática familia de Alphas, los Kingston, son puestos a prueba por la propia contradicción humana. Irina, que odia su condición de licántropo, revoluciona el palacio, descubriendo poco a poco los lazos...