ᛏᚱᛖᛁᚾᛏᚨ᛫ᚢ︍᛫ᚲ︍ᛁᚾᚲ︍ᛟ

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Arrastrando el pie volví a recorrer toda la manada

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Arrastrando el pie volví a recorrer toda la manada. La gente ya cuchicheaba, pero nadie me preguntaba si necesitaba ayuda, si estaba bien. Cuando iba a atravesar los portones que daban al exterior, al frío bosque, un coche llegaba. En el asiento del copiloto iba mi madre.

Parpadeé, me froté los ojos y pensé que ahí se acababa todo, que las alucinaciones ya estaban haciendo mella en mí. Pero no, era mi madre, era ella, y no se fijó en mí; el coche siguió circulando hacia el castillo. Fue una señal evidente para mí.

Continué con mi cojera hasta el interior del bosque, donde comencé a gritar el nombre de Jack al no encontrarlo en la casita de madera. Los pájaros escapaban de las copas de los árboles con el escándalo que estaba formando, pero necesitaba encontrar a Jack. Tras una hora de desesperación, él acudió.

Vino hacia mí con ese cuerpo cada vez más encorvado, con los ojos abiertos como si se hubiese tomado dos o tres razas de café, con ese pelo rubio cada vez más escaso. Me acogió en sus brazos y yo me dejé llevar, besando sus labios, acariciando su cuerpo. Él quedó sorprendido, pues desde que nos reencontramos me había mostrado algo menos receptiva al contacto sexual, pero no dudó en corresponderme, en empotrar mi cuerpo cansado contra el tronco de un árbol, en frotarse contra mí como si estuviésemos en celo.

Fue sucio, pero sucio de feo, no de pasional; un acto del que ahora me arrepiento. Sus embestidas eran rápidas y cortas, el tronco del árbol arañaba mi espalda y él me manoseaba de tal manera que me hacía sentir arcadas. Por eso mismo, y por el cansancio que arrastraba desde hacía mucho tiempo, me quedé dormida sobre el pasto verde mientras Jack meneaba su flácido miembro, observándome con una avidez inquietante.

Ahora estoy aquí. Escribiendo estas letras ilegibles, apresuradas, sobre este papel arrugado que espero que, de una forma u otra, llegue a ti. Espero que estas mujeres desnutridas, agotadas y asalvajadas no me lo arrebaten: la desesperación saca lo irracional del ser humano. Todas están sucias, tienen las pupilas gigantescas por no haber visto la luz del sol en semanas y tienen piojos en sus largos y grasientos cabellos. Ya me he acostumbrado al hedor de la habitación, a los sollozos de una niña asustada en un rincón y a las discusiones que a veces se producen entre algunas de las reclusas.

Todas somos víctimas de Jack, por un motivo u otro.  Hay algunas brujas cuyos poderes han sido reducidos a la nada, hay lobas infieles o hechizadas, como la Luna de Red Moon, a quien Connor buscaba desesperado. Tú estarás igual en estos momentos. 

Me encerró tras haber follado en el bosque. Siento estas palabras, me duelen, me pican, y escribiendo esto no sé cuál será mi final. Solo sé que esta carta va dirigida a ti: Jack, tras horas de mi encierro, me arrojó a la cara un par de hojas de papel y un lápiz con el que te escribo todo esto.

La desesperación aquí es tan inmensa y conjunta que todas, tarde o temprano, enloqueceremos. Todas hemos sido seducidas por Jack, todas nos sentimos enormemente culpables, todas tenemos ese resquemor en nuestro interior que nos pide venganza, que nos exige sangre. Algunas ya se han rendido. Otras siguen aporreando la puerta de acero, como si eso fuese a cambiar algo.

No sé lo que pasará. Solo sé que te quiero. Y que si he escrito todo esto ha sido para pedirte perdón. Otra vez. Lo siento. Has sido el único ser noble que he conocido en este mundo de barbarie. Realmente eres el único ser noble con el que me he topado en mi vida. 

También sé que vendrás a por mí, que me buscarás, aunque no lo merezco. No merezco nada de ti. Debería pudrirme en esta celda mohosa para pagar todo lo que te he hecho. Deberías olvidarme, pero sé que no lo harás.

Junto a mí está la Luna de Red Moon. No recuerdo su nombre, pero está abrazada a mí, observando cómo escribo, aunque no es capaz de descifrar ni una palabra por la oscuridad que inunda este cubículo. Me pide que le digas a Connor que ella está bien, que le dan de comer, que el corazón de su bebé sigue latiendo dentro de ella, pero que acuda a salvarla, que no puede aguantar más tiempo sin él, que se va a morir no del hambre ni de la suciedad, sino de la pena.

No podemos escribir la dirección de este lugar. Ninguna de nosotras se acuerda de cuál es el exterior de esta cárcel. Ni siquiera sabemos qué es lo que hay tras la puerta por donde nos pasan la poca comida de la que disponemos, por la que nos peleamos.

Lo único que sé es que todas estas mujeres han sido atraídas por Jack. Ellas han contribuido a los asesinatos de nuestra manada, Jerek, ¿me entiendes? Tu hermano ha construido una red de mujeres de distintas especies que actúan como peones para él, que han sido manipuladas para matar por él, para amenazar e incluso reclutar a otras. Aquí, en esta jaula, estamos las que nos hemos dado cuenta del juego, las que han abierto los ojos... Pero imagina las que habrá allí fuera, siendo seducidas por él para cometer toda clase de fechorías que ninguna de ellas haría si no fuese por su influencia.

No puedo escribir más. Mi vista está empezando a emborronarse. No sé si moriré pronto o pasaré el resto de mis días aquí. No sé si lograrás sacarme de aquí. Por eso quiero decirte que te quiero. A pesar de todo lo que has sufrido por mi culpa, por mis caprichos, por ser egoísta, contradictoria, irracional, dura, seca y estúpida. Siempre te he descrito como un niño, pero ahora me doy cuenta de que soy yo quien debe madurar, quien ha estado arrasando con todo.

Te quiero. Siempre tuya, Irina.

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𝐏𝐫𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐩𝐡𝐚𝐬 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora