Después de rotar y rotar por toda la habitación, callados y simplemente disfrutando de la compañía del otro, caímos rendidos en la cama.
- ¿Te importa si me quito la camiseta? - me preguntaste, mirándome con el amago de una sonrisilla que evitabas dejar ver.
Nos estábamos riendo por una tontería cualquiera que yo había soltado. Estábamos relajados conciencia, pues, por mucho que bromeáramos, el ambiente triste y melancólico no se disolvía. Te miré con una media sonrisa.
- No me importa. Quítatela.
Cerré los ojos, aunque poco después los entreabrí para repasar de arriba a abajo tu torso moreno. Tenías una leve barriga y el vello oscuro que recubría tu pecho me tentaba a toquetearte. Algo cohibido, te tumbaste a mi lado y, casi por un impulso animal, me abracé a ti. Suspiraste y tuve la suerte de que me rodearas con tus brazos.
Una calidez muy agradable me inundó el estómago y el pecho, haciéndome vibrar con tu contacto. Acariciaste mi pelo y me colocaste sobre tu tierno cuerpo, haciéndome sentir cada resquicio de tu suave carne. Apagaste la luz de la mesilla y nos quedamos en penumbra, en un silencio sepulcral únicamente interrumpido por nuestras respiraciones acompasadas.
- ¿Jerek?
- ¿Sí?
Dudé.
- Lo siento.
Te removiste. La ansiedad me hizo apretar los labios mientras recorrías mi espalda de arriba a abajo con tus tiernos dedos.
- Buenas noches -me susurraste.
Al día siguiente, me propusiste asistir contigo a varias reuniones de control con el ejército y con tu padre que no podías denegar. Rechacé la idea. Me daba vergüenza mostrarme en público junto a ti después de haber estado con Jack. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarme a la realidad, pero ese día escogí quedarme en tu habitación, aislada, como si todos los problemas que teníamos no existieran.
Me sentí un poco inútil durante todo el día y agradecí bastante la comida que un sirviente me llevó en una bandeja, pero noté en mí una extraña decepción al almozar sola, sin tu compañía. El silencio hasta me aplastaba. Estaba a punto de subirme por las paredes cuando llamaste a la puerta a las ocho de la tarde, tras horas y horas sin vernos.
- Pasa - dije, echada en la cama.
Sabía que eras tú por tu rico olor a frambuesas. El corazón se me aceleró. Apareciste ante mí, con tu rostro tímido de siempre, como si estuvieras estorbando (en tu propia habitación).
- ¿Quieres regresar a casa? - me preguntaste mientras te quitabas la chaqueta americana, y me incorporé de golpe, lo que me provocó un mareo.
Mientras puntitos negros nublaban mi vista, sentí que te sentabas a mi lado y me ponías una mano en la frente.
ESTÁS LEYENDO
𝐏𝐫𝐢𝐬𝐢𝐨𝐧𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐩𝐡𝐚𝐬 ©
WerewolfDonde el bien y el mal no se distinguen, una mediática familia de Alphas, los Kingston, son puestos a prueba por la propia contradicción humana. Irina, que odia su condición de licántropo, revoluciona el palacio, descubriendo poco a poco los lazos...