19. Unexpected return.

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"Porque el amor no se compra, no se vende, no se impone, ni puede ser evitado. El amor sucede".

-Jorge Amado.

Elodie MacQuoid.

23 de octubre de 2018, Alaska.

-La deuda, ¿nos has dejado la maldita deuda a nosotros?-preguntó, sensato y tranquilo.

De verdad que admiraba la capacidad de manejar sus emociones y siendo sincera creo que sí debería aprender un poco de él. No me haría mal.

La razón por la que acaba de soltar esa pregunta se me paso por la mente, si en el bosque casi me había afirmado que fue él pude entender que solo pregunto para no hacer suposiciones de algo y no crear un espectáculo en vano, fue muy maduro de su parte a decir verdad.

-Pasen.-nos invitó, el hombre.

Clavo sus ojos en mí y un escalofrió recorrió mi espina dorsal. Era como ver a una versión de Dewey más vieja, no podía negar que a simple vista podía deducir que el padre de Dankworth a su debido tiempo fue quizá igual de guapo que su hijo.

Solo que ahora ya podría imaginarme todas las enfermedades relacionadas con la vejez que debía tener.

Dewey hizo lo mismo que su padre y pude deducir que me decía un simple: Si no quieres pasar o hacer esto, no hay problema.

Pero eso me lo ratificó el mismo cuando dijo:

-Si no quieres quedarte nos iremos. Solo dilo.

-Está bien, pasemos.

La versión decrepita de Dewey se hizo a un lado y nos dejó pasar, la casa era muy urbana. Tenía cortinas que dejaban pasar demasiada luz y una alfombra como las típicas casas de las series estadounidenses, solo faltaba que una mujer saliera de la cocina con un delantal para sorprenderse de nuestra visita.

-Siéntense.-dijo el hombre, señalándonos los sofás con una de sus manos mientras que él se sentaba frente a nosotros.

Parecía que no podía mantenerse muy bien de pie y no entendía porque al principio había dicho algo tan hiriente y después nos había ofrecido hospitalidad.

Quizá le importaba ser un mejor anfitrión que un mejor padre.

No ayudas, de verdad...cierra la boca.

Me senté en donde nos había señalado porque quizá la plática iba a ser más larga de lo que esperaba. Me coloque en uno de los extremos porque quería pasar desapercibida y que ninguno de los dos se sintiera incómodo con mi presencia o que por mí no sintieran la libertad de hablar cómodamente.

Mi cerebro prendió una aleta y pensé que quizá sería mejor si esperaba en el auto. Así que me levante con cuidado y dije:

-Yo podría esperar afuera.-señale el pórtico que se veía precioso por la ventana, estaba lleno de flores de distintos colores y tamaños.

-No, supongo que si viniste con él desde el pueblo debes ser importante para mi hijo. –me detuvo su padre.

-¿Ahora si soy tu hijo?-preguntó Dewey, con una sonrisa burlona.

-Siéntense y podré explicar todo.

Yo retome mi asiento en el lugar más alejado posible con la esperanza de que tal vez en algún momento me volviese invisible.

Esperaba que Dewey se sentara unos cuantos metros alejado de mi para que su conversación fuese fluida pero él tomo asiento a mi lado, quise recorrerme pero hacia lo mismo que yo hasta que no me quedo más espacio para deslizarme y él quedo tan junto a mi cuerpo que nuestras rodillas se rozaban.

INEFABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora