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Entró a la habitación tiritando de frío, a pesar de que traía una toalla sobre los hombros. Cerró la puerta tras de sí y caminó hasta la cama, dejándose caer sentada.

Le dolía la cabeza, sus sienes palpitaban y sus ojos ardían de tanto llorar. Su cabello estaba empapado y su nariz tapada.

Su labio inferior se había hinchado dónde la había cortado el anillo de Seulgi, sus rodillas y las palmas de sus manos estaban raspadas.

Pero más le dolían y pesaban sus pensamientos, los gritos aún frescos en sus aturdidos oídos.

Su cuerpo estaba entumecido, casi paralizado de no ser por los pequeños escalofríos que la recorrían de vez en cuando.

‹‹Debes darte una ducha›› pensó, recordando la verdadera razón por la que había subido.

Se puso de pie y se dirigió al baño con paso lento, sus pies descalzos en contacto con el frío piso de madera.

Se duchó en silencio, la cabeza gacha y la mirada fija en el agua teñida de un ligero rojo carmín.

Salió, se vistió con la ropa más holgada que encontró y se sentó en la cama con las piernas cruzadas. La vista fija en el bosque justo al otro lado del ventanal.

Fue entonces cuando sus ojos se cristalizaron y la punta de su nariz se enrojeció. Pero no lloró, sólo miró cómo los árboles se movían con el viento y cómo las estrellas iluminaban el cielo nocturno.

No pasaron más de veinte minutos cuando oyó la puerta abrirse.

Ese patrón de pasos bastante conocido para ella.

Se acercó con cuidado, recién duchado y también vestido cómodamente. Jugaba con los cordones de su hoodie entre sus dedos cuando habló.

—¿Estás bien?—preguntó. Ya sabía la respuesta, pero prefirió preguntar para empezar la conversación.

Ella miró hacia otro lado y enmudeció sus labios antes de contestar.

—Claro—contestó en voz serena pero ahogada—Como yendo a la universidad un Lunes por la mañana.

El chico apretó los labios en una fina línea.

—Odias eso.—se sentó en la cama, justo detrás de su amiga.

—Que bien me conoces.

La estadounidense peinaba las puntas de su cabello húmedo de forma muy lenta. Sus manos temblaban así que pensó que haciéndolo con más cuidado él no se daría cuenta. Pero el pelinegro estiró el brazo pidiéndole sin palabras que le entregara el cepillo.

La chica lo pensó un segundo, apretando su agarre sobre el mango del mismo, pero cedió y lo dejó sobre la palma de su amigo.

Con la otra mano, el chico de Ansan pasó el largo cabello castaño hacia atrás y comenzó a desenredarlo con cuidado, al momento que su amiga bajaba la cabeza y jugaba con sus dedos.

Solo bastaron unos cuantos segundos de él peinándola para que ella dejara las lágrimas caer. En completo silencio.

—¿Quieres que hablemos de eso?

—¿Tú quieres?

Él lo pensó un momento, enfocado en deshacer un pequeño nudo con el que se había encontrado.

—No en realidad—admitió—Pero supongo que deberíamos hacerlo. 

Ella tomó un respiro, sorbiéndose la nariz, pero no dijo nada.

Permanecieron en silencio un rato más mientras él peinaba su cabello hasta que en voz baja y ahogada ella habló.

—Tuve mucho miedo—confesó.

𝗔𝗣𝗢𝗖𝗔𝗟𝗜𝗣𝗦𝗜𝗦  | T᙭TDonde viven las historias. Descúbrelo ahora