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Conocía esa melodía. Luna Nueva de Alexandre Desplat, su padre la había hecho escucharla en una oportunidad.

Era un fanático de la música clásica y esa pieza era una de sus favoritos. La imagen de su amado padre cerrando los ojos y disfrutando las notas tocadas en el piano con una sonrisa en su rostro.

Se recordó a sí misma creciendo en esa misma imagen, su progenitor deleitándose con aquella composición que tanto le gustaba.

Entonces, ¿por qué una pieza que solía traer calidez al cuerpo se sentía tan triste y fría?

Bueno la temperatura estaba considerablemente baja, pues se colaba en sus vestiduras haciéndola temblar. Incluso los huesos le dolían de la exposición al frío.

Esta vez se encontraba en un bosque de apariencia otoñal, aunque los colores castaños se veían faltos de contraste. Las hojas secas bajo sus botas negras crujían con cada paso y a pesar de que agudizó el oído lo más que pudo, parecía incapaz de oír algún sonido de la naturaleza, como el cantar de un pájaro o incluso el criar de un grillo, la música era su única compañía.

Echó un vistazo a sus ropas, un corto vestido negro con una falda ancha cubría su torso y sus piernas hasta sus muslos. Este se encontraba desgarrado en algunas partes, al igual que las medias panty negras que cubrían sus piernas, que a través de sus orificios dejaban ver horribles raspones sobre sus rodillas.

Se sentía fatigada, pesada y algo entumecida pero algo le decía que debía seguir caminando.

Siguió avanzando en aquel paisaje melancólico que parecía ser interminable, hasta que disminuyó el volumen de la música.

Se atrevió a levantar la mirada, la cual, hasta ese momento, estaba plantada en su propio caminar, cuidando no tropezarse con nada.

Unas figuras vestidas de negro aparecieron a unos metros de ella. Cuatro de ellos sostenían paraguas negros en una mano mientras la otra cargaba un ataúd. Detrás de ellos venía otro cubriéndose igual con una sombrilla pero en sus manos había un objeto que ella no fue capaz de distinguir.

¿Estaba en un funeral?

Apresuró un poco su paso, siguiendo la marcha de los cinco chicos cuya vestimenta era demasiado elegante para una caminata en el bosque. Sus trajes negros, aún de espaldas se veían relucientes e impecables.

Trató de alcanzarlos pero sus esfuerzos eran en vano, pues aunque los jóvenes avanzaran lentamente, un paso de ellos era como diez pasos de ella.

Siguió corriendo detrás de la procesión, sus pisadas acompañados por el piano cuyo sonido aún no sabía de dónde provenía.

Se distrajo tanto cuestionándose el origen de la melodía que no se percató de que los chicos se habían detenido hasta que casi se choca contra la espalda del último.

—Disculpe—dijo inmediatamente aunque la persona frente a ella no se inmutó.

Rodeándolo para obtener una mejor vista de su rostro, acabó por perderse en el lugar que se erguía frente a ellos, que parecía ser el destino del grupo.

Un claro de grama seca, sin ninguna  hoja en el suelo, con una lápida en el centro y un hoyo frente a esta. A su lado, había una pila de tierra, un par de palas y una soga.

Los cinco chicos avanzaron al centro con ella siguiéndolos detrás.

Asomándose por sobre los hombros de los muchachos fue capaz de ver a través de la tapa del ataúd, la cual era de cristal, en el pecho del cadáver un crucifijo de plata que se le hacía familiar y en sus manos, cuyas uñas estaban pintadas perfectamente con un negro brillante, puestas cuidadosamente sobre su regazo, unas florecitas púrpuras en un ramo junto a unas orquídeas.

𝗔𝗣𝗢𝗖𝗔𝗟𝗜𝗣𝗦𝗜𝗦  | T᙭TDonde viven las historias. Descúbrelo ahora