Todos tenemos una historia que contar, la cuál, nos ha marcado profundamente. La suya siempre ha sido trágica, comenzó como cualquier otra, con un sueño y una gran esperanza, pero aquello se fracturó en mil pedazos, incluso él se rompió, hasta su interior.
Un pequeño tan inocente a los ojos de cualquiera, hasta de los más perversos, se le podía ver parado sobre una caja hueca de madera, pará poder alcanzar el fregadero, dónde sus pequeñas manos llenas de cicatrices lavaban los trastos que le traían y aunque se reforzara, parecía jamás terminar. Sus muñecas dolían al igual que sus rechonchas piernas.
Podía soportar las blasfemias, los gritos y aquellas palabras asquerosas dirigidas a su cuerpo, igual que los sutiles pero precisos toques, para poder llevar algo de dinero a su hogar. Con tan solo doce años tuvo que dejar atrás los momentos divertidos, tan llenos de pureza y sin ninguna preocupación, dónde todo era felicidad y ahora todo eso se había esfumado tan rápido como el aleteo de un colibrí.
Al terminar su turno, con la espalda ardiendo, con callos en sus manos y rodillas raspadas por fregar el piso del restaurante, le esperaba otro trabajo que cumplir. Tony siempre decía: mientras el cuerpo se mantenga de pie, no importa si estás muriendo por dentro, puedes sobrevivir otra día más.
A pesar de todo, él era optimista, creía que no era posible que alguien sufriera toda una vida, en algún momento él podía encontrar la felicidad, como un tesoro enterrado en la tierra, siempre fue bueno en ese juego, pero lo que quiere, debe estar enterrado tan profundo, porque por más que escarbaba no encontraba ningúna señal, dónde le dijeran que todo iba a mejorar. Es un juego sin fin.
Con pasos apresurados, se dirigía agitado a su siguiente trabajo, el cuál igual que el otro, le pagaban miserias, aprovechándose de él por ser tan incrédulo y peor aún, un miserable Omega. Odiaba tanto ese lugar y no por el hecho de ser insultado cada día y a veces ser golpeado, sino por ver animales ser desmembrados, cortados y después ser colgados, escurriendo sangre por todo el piso, sangre que era el deber de Tony limpiar. Aún resonaba en su cabeza el chillido de aquel cerdito al ser golpeado en la cabeza. El dueño de la carnicería era él único amable con él, demasiado amable, si alguien más mirara podría decir que tenía otras intenciones con él pequeño y no precisamente para ayudarlo.
Anthony era un alma pura, inconsciente de lo que pasaba a su alrededor.
Sus ojos almendrados, miraban con impaciencia el reloj colgado en la pared, esperando que la manecilla pequeña estuviera en el número siete, la hora que debería irse de ese lugar. Además le faltaba una última cosa por hacer y por nada del mundo podía llegar tarde. Cómo cada día, brincaba de emoción al ver que su tiempo en el trabajo había acabado, ahora podía irse, disponiéndose de todos agitando la mano, para después salir corriendo del local.
No importaba que sus piernas dolieran o que su respiración se agotara, sintiendo cómo si sus pulmones fueran perforados por clavos, porque era lo único que le hacía olvidar el infierno dónde estaba y ahora mismo corría sin detenerse para poder verlo.
Con su corazón casi saliendo de su pecho, llegó al lugar, un hermoso local pintado de rosa, con las luces alumbrando la habitación entera. Tony se ponía de puntillas para poder apreciar por la ventana aquel bailé tan bonito. Niñas con tutús rosas igual que la ropa que traían por debajo, danzaban al ritmo de una canción, todas siendo tan coordinadas, pasos que Tony aprendía e intentaba hacerlos, moviendo sus pies y brazos sobre la acera, sonriendo cada vez que lo hacía bien.
Las personas que pasaban a un lado de él, solo podían pensar que era muy raro y estúpido, muchos se reían otros miraban con desagrado, pero eso no le impedía a Tony seguir bailando, porque cuando lo hacía, se sentía tan libre.
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Al ACECHO➝stony
FanfictionDónde un rubio se obsesiona de un trabajador de un burdel y hará lo posible para tenerlo. •omegaverse