LAS CARTAS DE “EL CLUB 69 DE ARIES.”
LAS RAÍCES DE MI FAMILIA.
CAPÍTULO ONCE.
—Si este lugar hablara, que no te contaría Angélica, aquí tu padre se cogió a las tres pinches hermanas cabronas, a mi madre Gladiola, a mi tía Patricia y a mi tía Panchita, aquí
mismo mi madre Gladiola se cogió a mi tía Patricia, y después se cogió a Ana cleta, yo también aquí me cogí a mi tía Panchita, y seguido me tiro aquí a Ana cleta.
Pero ahora estas tú aquí Angélica, y por regla sexual, creo que también dejaras huella en este lugar, o más bien tendrás que donar las nalgas como toda la familia, eso te lo aseguro cabroncita lame papayas, eres igual que tu madre Patricia, les gusta mamar el bizcochito y que una buena y larga reata les deshaga la panochita. —
Explicó Melquíades acercándose a Angélica, agarrándole el par de nalgas, mirándole sus dos grandes senos que dibujaba su blusita que no escondía sus pezones de la vista.
Mientras Ana cleta, también muy despacio se les acerco, sonriendo le manoseaba la panochita a su prima-hermana. Diciéndole:
—Ahorita te voy a dar otra lamida de bizcochito primita, y tú le vas a mamar el pinche garrote a tu primito, esa será la huella que dejarás en este lugar cabroncita. —
Angélica de nuevo se dejó manosear por su primo sus nalgas, su prima ya le acariciaba de lleno su bizcochito, manoseándole también sus dos grandes senos, pero ella ponía cara de preocupada y de ya me anda, ya me anda, así que mirando para todos lados del establo, les comentó:
—Pues lo temido llegó, Ana cleta, ya me hizo efecto los tres vasos de agua, me anda del baño y no lo veo aquí. ¿En dónde me hago? Además, aquí no veo ni madres de agua, ni miró un rio, ni cascada, ni una chingada, está todo muy seco y muy desértico.
Ustedes dos me dijeron que me enseñarían una cascada, y que me gustaría, y noto que son como los políticos usan la mentira para atraer a la gente. —
Al escuchar las protestas, enseguida sonriendo se miraron Ana cleta y Melquíades, mientras Angélica desesperada miraba para todos los lados del establo, buscando un lugar privado en donde desahogar el riñón a gusto.
—Enséñale la cascadita a Angélica, anda Ana cleta, enséñale la cascadita primita. —
Comentó Melquíades, ahora agarrándole con sus manos las nalgas a su prima Ana cleta, quien sin protesta alguna, enseguida caminó rumbo a la escalera que estaba en la esquina del establo, al llegar se comenzó a subir en está, alcanzando los dos troncos que estaban sobre la base.
Tantito arriba se encontraba amarrada una gruesa madera, que daba de lado a lado del establo, para que se agarrarán al pasar y no se fueran a caer.
Angélica miró a su prima como
con mucha habilidad y sin problema caminaba hasta la mitad de los troncos, agarrándose de la rama con la mano derecha después se paró frente a ellos.
Melquíades con su cara de malicia miraba hacia arriba, no perdiendo ni un detalle de lo que Ana cleta hacía. Mientras Angélica levantando la cara hacia los troncos, la miraba con doble angustia, una de que no se fuera a caer su prima por subirse tan alto, y se rompiera toda la madre.
No sabía qué putos changos hacia ahí trepada la cabrona, la segunda angustia era de poder encontrar en donde hacer lo que ya le urgía, sin que ninguno de los dos pendejos, le
dijeran en donde putas estaba el pinche baño.
Con la minifalda que traía puesta Ana cleta, desde abajo se le veían las piernotas, se le podía ver sin mucha distinción su bizcochito, ya estando en frente de ellos, Ana cleta con
una mano se jaló su faldita hacia arriba, enseñándoles a sus primos que no tenía puesta su panti, dejándoles ver ahora todo su bizcochito peludo,
ahora sin soltarse de la rama que
tenía enfrente, se puso en cuclillas, se le miraron sus nalgas dejándoles ver su deliciosa papayita semi abierta.
Angélica toda confundida volteó para ver a Melquíades, quien con la cara levantada no perdía ni un detalle.
— ¡Mira esto Angélica! ¡Mira! ¡Esta es la cascadita! —
Gritó Ana cleta con una sonrisa pícara, agarrándose de la rama, enseguida soltaba la cabrona un chorro claro de orina, cayendo desde arriba de los troncos, estrellándose contra el seco piso del establo, ahí estaba su cascada desahogando sus
tres vasos de agua que se había bebido en la cocina.
Mientras Melquíades se reía, mirando esa deliciosa papayita abrirse soltando toda la orina, a una altura de dos metros y medio, admirándole las nalgas a su prima.
—Ja jajá…. ¡Mira Angélica! ¡Como cae! Ja jajá… ¡Mira la cascadita! Ja jajá. —
— ¡Pinches locos! ¡Hijos de puta! ¡Esto es una pinche locura insana! ¡Malditos dementes! —
Gritó sorprendida Angélica. Que no daba crédito a su pinche mamada de cascada.
— ¡Vamos Angélica, sube al pinche tronco! ¡Usa la escale-
ra como yo! ¡Vamos enséñame tu cascadita antes que te gane
abajo! —
Gritó Ana cleta, sosteniéndose con las manos de la rama, aún estaba de cuclillas, con sus piernas un poco separadas soltando su orina.
— ¡Estás loca! ¡Estás bien pendeja, si crees que voy a enseñarles mis meados desde ahí! —
Gritó Angélica protestando, pero ya muy preocupada, porque ya le andaba de orinar con mucha urgencia.
—Prima, estas pinches locuras nunca las harás en tu casa, nunca las harás en Toluca, eso te lo aseguro, vamos ahora sube, quiero ver tu bizcochito abrirse y soltar la cascadita, no me decepciones putita, y te prometo darte en tu fundillito bien rico con mi camote cuando te bajes. —
Expresó Melquíades, repegándose a Angélica con ambas manos le agarraba el bizcochito y las nalgas, ella muy seria y preocupada lo miró de arriba para abajo, mirando el charco en el suelo que formó la orina de su prima.
Enseguida alzó su cara mirando Ana cleta aún sentada en el aire, enseñando sin ninguna vergüenza ni pudor, sus dos nalgas y su bizcochito.
Amadora de los retos como era Angélica, no se intimido, comenzó a caminar rumbo a la escalera, moviendo sus nalgas cubiertas por la pequeña minifalda, mientras Ana cleta todavía soltaba sus últimas gotas de orina, chocando estas contra el suelo, sin perder ni un momento su posición frente a su primo, quien le sonreía ante esta deliciosa y loca hazaña.
Con un poco de miedo a la altura. Angélica se subió la escalera, llegaba hasta arriba parándose en los troncos, se sujetó rápido con sus dos manos de la rama, con miedo y con mucho cuidado, caminó hasta donde estaba su prima, mirándola sentada con una sonrisa, al saber que no los decepcionaría esta putita lame panochas, digo, la noble princesita.
Al pararse Angélica a un lado de Ana cleta, le gritó:
— ¡Esto es una pinche locura! ¡A ver si no me parto mi puta madre, por tu pinche mamada de cascadita! Pero no… no los decepcionaré par de cabrones, yo también puedo hacerlo ¡Pinches ojetes están enfermos! ¡Están de mentes! —
Después de decir su protesta, la muy cabrona como pudo en las alturas se quitó toda la minifalda azul, levantó un pie y con el otro pie se la aventó a Melquíades, quien la atrapo en el aire cuando caía, ahora Angélica se quedaba sin que nada le tapara sus dos blancas nalgas y su bizcochito, le enseñaba sus deliciosos vellitos que adornaban su papayita.
Con cuidado separó un poco más sus piernas, poniéndose de cuclillas como su prima, ya no se podía aguantar más, su bizcochito enseguida se abrió, soltando un chorro que ya no
aguantaba adentro de su vejiga, contemplando su primo como salía esa hermosa cascadita amarillenta en medio de la caliente panochita.
Que caía desde esa altura hasta que se estrellaba contra el terregoso piso, viendo como no se cerraba el bizcochito, mientras Ana cleta que estaba junto a ella, se inclinaba asomándose riendo y mirando de cerca, como la papayita sacaba toda la caliente orina.
Cuando terminó Angélica de orinar, puso una cara de descanso, enseguida les sonrió mirando a los ojos a su primo Melquíades, quien se acercó unos pasos para mirar esas dos
papayitas peludas que le invitaban a fornicárselas, esas nalgas de Ana cleta y estas enormes nalgas blancas que Angélica tenía, y que hace unos minutos fueron de él, ya tenía ganas
otra vez de cogérselas.
—No se levanten mis amores, no pierdan la postura par de putas, ahora regreso. —
Comentó Melquíades mirándoles el bizcochito, enseguida fue hacia la esquina, agarró una escalera de tijera que era de seis peldaños, la separó y empezó a subir hasta estar cerca de
las dos panochitas, ellas no se soltaban de la rama, sin perder
esa posición, abrieron más las piernas enseñándole todo su bizcochito abierto a su primo.
Quien se chupo un dedo de la mano derecha, se lo puso en la papayita de Angélica, enseguida chupo uno de los dedos de la mano izquierda colocándoselo en la panochita de Ana cleta, los dos dedos daban vueltas en las dos papayitas, enseguida les comenzó a meter dos dedos en cada panocha.
Mientras ellas le sonreían, aprobando las metidas de dedos que Melquíades les daba, poniendo su cara de cachondo.
Ellas se voltearon a ver una a la otra. Ana cleta le acerco la cara buscando los labios a Angélica, las dos primas se besaron fundiéndose sus bocas en un beso lesbiano.
Mientras su primo las masturbaba con los dedos, ahora les hundía ya cuatro dedos en cada panochita, empezándoseles a mojar su bizcochito caliente.
El primo muy contento, les metía los dedos hasta los nudillos, sus dedos gordos que quedaban afuera les acariciaba despacio sus deliciosos clítoris, mientras que el par de putitas no separaban sus bocas dándose de largos besos lesbiano, entre cerrando sus ojos.
Con una mano se agarraban duro de la rama, bajaron cada de ellas una mano, y con sus dedos índice y medio se abrían más el bizcochito, para que Melquíades tuviera más facilidad
en masturbarlas, ya este cabrón tenía una erección entre las piernas, la panochita era su vicio.
—Bájense mis amores, que me las quiero chiquitear a las dos juntas, ya tienen bien empapadas sus panochitas, dejen me meterles ahora el dedo por su fundillito. —
Señaló Melquíades, mientras las miraba muy apasionadamente besarse en los labios, como si fueran unas grandes amantes.
Ellas terminaron su beso lesbiano y enseguida voltearon su cara mirándolo con una sonrisa.
Cuando Melquíades les sacó las manos de las calientes panochitas, las chicas colocaron sus dos manos en la rama, poniéndose de pie.
Ahora comenzaron a caminar sobre el tronco, hacia donde se subieron, llegando las dos hasta la escalera de madera, enseguida con cuidado se trataba de bajar. Melquíades miró
darse la vuelta Angélica para bajarse, le miraba las desnudas nalgas bajar,
enseguida el culito de Ana cleta bajaba la escalera, este todavía estaba cubierto de su pequeña minifalda de
color negra.
—Son unos pinches locos, par de calientes. —
Comentó Angélica moviendo la cabeza en señal de desaprobación.
— ¡Cállate perrita caliente! Ahora agáchate bien primita, agárrate de la escalera que te voy a joder las nalgas. —
Ordenó Melquíades, acariciándole con sus dos manos las nalgas de su prima. Angélica obediente se agachó dejándole su delicioso culito a la vista de su primo, con ambas manos la joven se agarró de la escalera, esperando ser fornicada,
Melquíades se bajó el pantalón dejando el vergonón de fuera, se inclinó un poco y con las manos le abrió las nalgas de su prima-hermana Angélica.
De inmediato encontró el rico culito, que estaba hundido entre las nalgas, ahora acercó su cara y le escupió en el pequeño fundillito, dejándoselo bien ensalivado, entonces se enderezó poniendo la punta de su garrote en el fundillito, sin cerrarle las nalgas y mojada como estaba Angélica.
Melquíades empezó empujar su garrote, un empellón, dos y en el tercero se le abrió el fundillito, tragándose la gruesa punta de su vergota, que se abría paso nuevamente en el caliente y apretado fundillito de su nueva amante.
— ¡Ah! ¡Ya me entro! ¡Mi fundillito! ¡Ah! —
Se quejó Angélica, al sentir la gruesa vergota penetrar su pequeño fundillito. Melquíades soltó las nalgas, ahora con sus dos manos la agarró de la cinturita, comenzando a empujársela, en el primer empujón, nada más ocho pulgadas entraron en el apretado fundillito, y un segundo empujón solo entraron diez de sus once gordas pulgadas, porque sus deliciosas y grandes nalgas de Angélica no le permitían comérselo todo.
Pero esta perra, ya lloraba de placer al sentir la gruesa vergota llegarle bien al fondo de su caliente tripa, lloraba de pura felicidad y placer, si, esta rica cogida era mejor que sus
pobres juguetes, si ahora solo eran pobres y tal vez hasta pendejos “amantes”.
— ¡Ah! ¡Jódeme mi culito! ¡Ah! ¡Ah! —
Decía Angélica agachándose pidiendo a gritos más garrote, agachada como estaba no se soltaba de la escalera, el primo le hundía entre las nalgas la gruesa tranca, que a cada empujón sus grandes senos se columpiaban en la blusita, que amenazaban con salirse, su prima ahora se inclinó quedando debajo de ella, con sus manos le desabrochó los botones de
la blusa, dejándole los senos de fuera.
Ahora Ana cleta con una sonrisa en su rostro, se arrodillo y comenzó a mamarle los dos senos, y chuparle sus deliciosos pezones, lengüeteándolos, mordiéndolos, chupándolos con sus labios con furia. Angélica lo disfrutaba, le gustaba la manera en que se la cogían.
Ana cleta con mucha destreza con sus dos manos agarró los dos senos, mamándoselos uno y uno, dejándole marcados los mordiscos en la blanca piel.
Mientras que Melquíades detrás de Angélica, no dejaba de caderear las grandes nalgas, empujándole con furia el grueso garrote adentro del caliente y apretado fundillito.
Gritando:
— ¡Puta insaciable te lo devoraste todo! —
Angélica entre chupadas y empujones se sintió perdida en este mar de carne y húmeda boca, la sensación en su cuerpo era delirante y exquisita, la lujuria de la mujer no encontraba
el límite, en este mete y saca de garrote, pero, ella solo suplicaba desesperada por mas vergota, su cuerpo se calentaba más por cada segundo que pasaba en esta cogida.
— ¡Oh! ¡Dame más! ¡Dame en mi fundillito! ¡Dame! —
Ana cleta con la húmeda lengua le mamaba, le chupaba y le lamia devorando los pezones, y entre más le entraba el garrote en las nalgas, más se le despertaba su lujuria, queriendo ser saciada su calentura.
No más de seis minutos de delicioso zangoloteo, la muy puta sintió un calor recorrer todo su cuerpo, le anunciaba su culminación, apretó fuerte su fundillito queriendo ordeñar esa vergota que le hacía caminar sobre las nubes.
Volteaba los ojos al sentir esas deliciosas mamadas de pezones, que no paraban ni un momento, apretó sus piernas para hacer más intenso el orgasmo, y como vil puta que era,
semi encuerada a mitad del establo alcanzo el éxtasis, y se empezó a venir estando bien ensartada entre sus nalgas.
Tenía diez gruesas pulgadas adentro de su caliente fundillito, gritando la puta de puro placer, escurría su panochita sintiendo su cuerpo caliente y sudoroso, sacudiendo con
furia las dos nalgas en su orgasmo, como si su primo montará un potro salvaje, que intentaba tirarlo de su lomo.
— ¡Ah! ¡Me vengo! ¡Ah! ¡No te pares! ¡Ah! —
Melquíades sintió el orgasmo de su prima, como se derramaba sin soltar la caderita, le bombeo más rápido el fundillito, escuchaba a su prima-hermana venirse, sacaba hasta la punta su vergota y se la volvía a hundir de golpe, hasta chocar con esas dos grandes nalgas, intentando meterle lo más profundo posible en el fundillito.
— ¡Ay! ¡Mi culito! ¡Ah! ¡Me estoy! ¡Ah! —
Al escuchar los quejidos de Angélica, y sentir como el fundillito se apretaba tanto durante el orgasmo de ella, Melquíades no aguantó más, sintió la eyaculación en la punta del garrote, un delicioso escalofrió le anuncio su culminación de este acto sexual, no pudiendo evitarlo comenzaba a soltar sus chorros de leche caliente, adentro del apretado fundillito.
Uno tras otro chorro, salían de su cuerpo sudoroso inundándole su tripita, sin bajar el ritmo de las metidas de garrote que le daba, unía sus quejidos a los de ella en una interminable y deliciosa venida.
— ¡Me vengo! ¡En tu culito! ¡Primita! ¡Ah! ¡Me estoy! ¡Ah! ¡Eres una diosa erótica! ¡Ah! ¡Ah! ¡Tus nalgas! ¡Ah! —
Las enormes nalgas, se movían de izquierda a derecha al alcanzar su orgasmo, en ese momento Angélica sentía caliente, cada chorro de leche lo sentía caer adentro de su goloso
fundillito, seguía meneando ella su cadera y apretando más el culito, tratando de deslecharlo todo por completo, era su premio y quería sacarle hasta la última gota.
Terminó Melquíades cayendo sobre la espalda de Angélica, dejando toda su vergota bien ensartada en el fundillito, bajando sus brazos para manosear sus deliciosas chichotas.
Ana cleta separo sus labios del pezón de Angélica, poniéndose de pie, mientras Melquíades jalaba a Angélica enderezándola sin soltarle sus dos grandes senos, con el garrote
aún bien ensartado en el fundillito.
Todavía Angélica caminaba descalza entre las nubes, cuando Ana cleta acercó sus labios a la cara de su prima, dándole un delicioso y lesbiano beso en la boca, acariciando Ana cleta con ternura la caliente cara de su prima.
Quien ya estaba muy roja de su venida. Mientras Melquíades le manoseaba los dos grandes senos.
Muy despacio le besaba el cuello de Angélica, sacando sus últimas gotas de leche caliente, adentro del pequeño fundillito que lo sentía bien apretadito.
— ¡Ah! ¡Que delicia! ¡Ah! —
Se quejaba Angélica al sentirse estrujada en sus senos por esas manos toscas, era una gran cogida la que su primo-hermano le daba a Angélica, quien todavía se retorcía de puro placer, nunca pensó tener una experiencia como esta, esa vergota le torturaba de manera deliciosa el fundillito.
Le prendía todo su cuerpo al máximo, ya volvía a “tierra” Angélica escuchando:
—Ahora me toca a mi prima, yo también quiero derramarme. —
Comentó Ana cleta, caminando hasta donde estaba la mesita de centro, quitó las cubetitas y sacó una cobijita de un cajón de mimbre, acomodándola sobre la mesita, en su mano derecha tenía un grueso consolador de dos cabezas de treinta pulgadas de largo, volteó para ver a su prima con una sonrisa de oreja a oreja, le expresó:
—Ven acá cabroncita, te voy a coger primita. —
Angélica todavía bien ensartada de su fundillito con sus ojos entre abiertos, volteó a mirar a Ana cleta, viéndole la enorme vergota de goma entre sus manos, dándole risa, sabía que la cogida apenas empezaba entre ellas.
Gritó emocionada:
— ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Mira eso Melquíades! ¡Mira con que me quiere coger tu prima! —
Melquíades volteó su cara mirando el grueso consolador, seguía acariciándole los senos a su prima, disfrutando su venida, ahora escuchando a Ana cleta decir:
—Ven aquí Angélica ábrete bien tus piernas, nos lo vamos a compartir prima, ahora yo te voy a joder todo tu bizcochito. —
Ana cleta lo sostenía con su mano derecha, se lo enseñaba agitando el grueso y largo consolador de goma. Melquíades ya bien derramado sacó su garrote del pequeño fundillito.
Angélica se enderezó, enseguida bajó sus manos acariciándose su par de nalgas, ahora caminó a donde estaba su prima, tapando su hermoso cuerpo solo con la blusita que estaba abierta de enfrente, enseñando sus dos grandes senos que se le balanceaban a cada paso que daba.
Mientras su primo agitándose su garrote, admiraba esas blancas nalgas que eran notoriamente más grandes que las de su prima-hermana, Ana cleta.Está historia continuará....
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las cartas de"EL CLUB 69 DE ARIES" Yolanda me contó....
Ficción GeneralDespués del libro negocio redondo violencia, drogas y sexo el camino a la perdición. Ahora solo quedan las cartas de "EL CLUB 69 DE ARIES". En donde las personas dan su punto de vista, haciendo una nueva novela llena de erotismo y de lujuria, "Yol...