EL UNO, DOS Y TRES DE ANTONIO.

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LAS CARTAS DE “EL CLUB 69 DE ARIES.”

LAS RAÍCES DE MI FAMILIA.

CAPÍTULO CUATRO.

Angélica estuvo durmiendo lo que restaba de la noche, su cara estaba con una sonrisa muy picará, llena de total satisfacción sexual.
Pero esta noche fue como si hubiera sido un abrir y cerrar de ojos, la bruja mala con prisa entraba en la recámara, ya eran las seis treinta de la mañana, se comenzaba hacerse tarde para ir a la escuela.
— ¡Angélica! ¡Angélica ya es bien tarde! Y no te levantas, tienes que ir a la escuela. —
Gritó enojada su madre, queriéndola carrerear para que se preparara para ir a la escuela, mientras con prisa le abría las cortinas de las ventanas para que entrara la luz.
Angélica intento abrir los párpados, pero la luz le lastimaba la vista,
estaba muy desvelada totalmente mareada, después de vivir su caliente noche erótica.
—Mande mamá. ¿Qué pasa? ¿Por qué tanto grito? —
Contestó entre dormida, creía que apenas se había acostado y que algo sucedió.
— ¡Mira la hora que es Angélica! ¡Y tú ahí todavía bien echada! ¡No lo puedo creer! ¡Angélica eres una irresponsable! ¡A las siete entras a la escuela y tú todavía dormidita! —
Continuaba la bruja mala regañándola en la habitación,
manoteando de un lado para el otro, mientras la dulce princesa toda desorientada miraba para todos los lados de la habitación, como si estuviera cruda.
Ahora se quiso levantar, movió las piernas doliéndole hasta el alma.
— ¡Ay! Mis piernas me duelen. —
La joven estaba envarada por sus ejercicios de flexibilidad, que hizo en la noche, ya se le habían enfriado las piernas, pero cuando se puso de pie, sintió como una fuerte patada en el mero bizcochito, dio un paso punzándole hasta el culito, sus piernas no le soportaron el peso, cayendo ella de sentón sobre la cama, ahora sintió bien adoloridas las dos nalgas, recorriendo el golpe la columna vertebral, doliéndole hasta el cerebro.
Su madre cuando se detuvo a mirarla, en medio de la regañiza, le vio la cara a esta inocente doncella, con unas alarmantes ojeras, se veía muy desmejorada la joven, se asustó de
ver así a su hija, ahora se preocupó,
de mirándole en su rostro las expresiones de pesadez, creyendo que amaneció enferma, sí, estaba muy enferma, ahora le preguntó:
— ¿Que te paso Angélica? ¿Estás bien? —
—No me siento bien, no se mamá me siento muy cansada, me tiemblan mucho las piernas, me duele todo mi cuerpo, no me puedo ni sostener de pie. —
Contestó Angélica con voz de dolor, intentando levantarse de nuevo, pero hacia muecas de malestar al sentir su cuerpo sumamente adolorido, yo diría totalmente molido.
— ¿Que sería? ¿Qué te paso Angélica? Ayer en la noche te veías muy bien, mira vete en el espejo, que cara tienes hija ¡Mírate! Te ves muy enferma. —
Seguía diciendo muy preocupada su madre. Angélica volteo su cara para verse frente al espejo que tenía en el closet, observo detenidamente su cara, se le veían unas ojeras realmente alarmantes en el rostro, se veía totalmente cansada.
Intento otra vez levantarse de la cama, pero al dar el paso le dolían horribles las piernas, le punzo la panocha y el culo.
¡Claro! Esto era por la falta de costumbre, de masturbarse con unos gruesos consoladores de esta manera tan maratónica, toda la noche se la paso con ese delicioso mete y saca en sus golosos e insaciables agujeritos, estaba totalmente adolorida, y más que muerta la pobre princesa, nunca se imaginó la reacción de su lujuria.
—Te ves muy mal, mejor quédate en la cama, note vaya a pasar algo hijita. —
Expresó su madre Patricia muy preocupada, al mirarla de esta manera, no encontrando ninguna buena explicación de su mal estado físico, solo amaneció mal y muy demacrada punto.
—Solo dame media hora más y me levanto mamá. —
Comentó la dulce e inocente princesita, con mucho sueño y con una cara de súplica, realmente se sentía muy mal la joven, solo deseaba estar acostada durmiendo, pues se caía de cansancio.
—Qué más da, mañana ya son las vacaciones, reposa hija no te preocupes por la escuela, duérmete un poco, para mí lo importante es que te mejores. —
Mostró compasión la bruja. Así que Angélica al escuchar esto, enseguida se metió en la cama y en menos de un minuto, se quedó otra vez totalmente dormida, su madre sin encontrar explicación alguna, se salió de la recámara dejándola descansar.
Hasta las once de la mañana cuando se despertó solita Angélica, se puso una minifalda de color café, una camiseta blanca y unas sandalias.
A como pudo, la joven caminó bajando con mucho cuidado la escalera para comer algo, le dolían y le temblaban las piernas por cada escalón que bajaba, el goloso bizcochito le punzaba al igual que el insaciable culito, las nalgas le dolían
como todo su hermoso cuerpo, con su mano se agarraba del barandal para evitar caerse.
Al bajar Angélica caminó en la sala, daba pasos casi como el robot ese de la guerra de las galaxias, que parecía recién cogido. Y se encontró a su
madre trabajando en la cocina haciendo la comida, volteó a
mirarla, preguntándole: — ¿Ya te sientes mejor hija? —
—Sí, no sé qué es, pero me duele todo el cuerpo, me siento muy pero muy débil, no tengo ganas de nada, ni hacer nada, solo tengo mucho cansancio en mis piernas. —
Se quejó la pobre Angélica, sobándose sus piernas, pero nunca le dijo la cabrona a su madre, digo, la dulce princesita a la bruja, que le dolía especialmente su fundillito, que por forzarlo tanto al tragar el señor
vergonón, que las piernas le dolían mucho por tanto brinco que dio en la orilla de la cama, durante toda la noche, ensartándose su delicioso largo y grueso consolador.
Pero sinceramente díganme. ¿Quién no se sentiría débil y muy cansada, después de dieciséis maratónicos orgasmos en toda la noche?
Creo que hasta la más pinche puta lujuriosa se nos tuerce, con más razón esta pobre virgencita inexperta, que apenas encontraba interesante el arte de meter y sacar unos gruesos consoladores, hasta sobre calentar todo el cuerpo en su lujuria de alcanzar deliciosos orgasmos, porque ella anteriormente solo se masturbaba con sus dos manos,
después de su orgasmo ya se dejaba tranquila su panochita.
—Come algo Angélica te sentirás mejor, tal vez es resfriado o te quiere dar calentura, termina de comer y te vas a descansar otra vez a tu cama. —
La hermosa princesita le contestó:
—Sí, me quiero dormir otro poco, mamá, estoy muy cansada. —
La joven agachando la cabeza estaba escondiendo las sospechas de su dolor. Claro la doña le atino, si, si era bruja, adivino que es calentura, pero de la calentura que sale en medio de las piernas, y se hace muy insaciable, esta pinche zorrita que tenía por hija, sí que tenía la panochita muy, muy
insaciable, golosa y exigente.
Estuvo Angélica con su madre en la cocina comiendo y platicando, hasta las doce treinta de la tarde, después se regresó a su recámara con su pretexto de descansar un poco más, pues seguía muy cansada, así que le expresó:
—Descansaré otro poco en mi cuarto mamá, aún me siento muy débil, tal vez se me pase este cansancio si me duermo otra vez. —
—Sube a tu recámara hija, no te haré ningún ruido para que descanses otro buen rato. —
Señaló preocupada su madre, sin pensar cual era realmente el problema.
Para la bella princesa, fue otro pedo choncho volver a subir la escalera, a como le punzaba todo, sentía que el culo la abandonaba y una verga la perseguía, a cada paso que daba, pero cuando Angélica entro a su habitación fue directo al armario, sacó la caja colocándola sobre su cama.
Agarró el consolador grande, muy detenidamente lo miró diciendo:
—Nunca me imaginé que así me sentiría por tanto coger con ustedes, tal vez otra pequeña cogida me haga sentir mejor, me duele mucho mi bizcochito.
Pero tal vez ya sea hora de “comer” su vergota, y así se me pase el dolor que tengo en mi papayita, tal vez si alcanzo un orgasmo me relaje. —
Pues a pesar de cómo se sentía, la dulce y tierna princesa, no, mejor dicho, la hija de su puta madre lujuriosa, con ambas manos se quitó su pequeña panti, enseguida se la escondió debajo de su almohada, solo se dejó su pequeña faldita por si la pinche Gestapo subía a la recámara para buscarla.
Ahora la cabrona caminando chueca, se asomó con cuidado al pasillo, para ver y estar segura en dónde estaba la bruja malvada, checando y estando segura que se encontraba en la planta baja, precisamente en la sala.
Así que esta caliente, golfa puñetera, no cerró bien su puerta de la habitación dejándola entre abierta, para escuchar a su madre cuando subiera las escaleras a su recámara, para ver como seguía su hijita.
Angélica con su mano derecha agarró el grueso y largo consolador, abriendo enseguida su boca, chupándolo de una de las gruesas cabezas, bajó su mano izquierda acariciándose suavemente su adolorido bizcochito.
Muy despacio se sentó en la orilla de la cama, comenzando a meterse la gruesa punta, abriéndosele muy despacio su papayita, sintiendo sus adoloridos labios vaginales recibir de nuevo al enorme, grueso y largo vergonón de goma, produciéndole un
poco de dolor, al abrirse de nuevo su panochita dándole paso entre estos, se detuvo al sentir el dolor en su
bizcochito, soltando un débil quejido de dolor y de lujuria.
— ¡Ah! —
Ya tenía la gruesa cabeza adentro de su mojado bizcochito, así que comenzó a moverla muy despacio, metiéndose ahora solo tres pulgadas del grueso consolador, su cuerpo se
empezó a calentar poco a poco, despacio se recostó sobre la cama dejando sus piernas abiertas, pero tocando el piso.
Con su mano derecha se empezó a meter y sacar la vergota en su papayita, cada movimiento la iba mojando más y más, en un suave mete y saca de garrote, mientras con la otra mano se levantó la camisa,
comenzándose a manosear sus grandes senos y los pezones, cerrando sus ojos reposando, disfrutando más de esa rica masturbada que se estaba dando.
Ahora se sacaba toda la gruesa punta, liberando su panochita, enseguida se la ensartaba cinco pulgadas adentro ya sin ningún problema, le estaba dando más placer que dolor, disfrutando de su cuerpo, era tanto el
placer, que sentía que la joven logro introducirse nueve pulgadas del grueso consolador, abría la boca paseando su lengua por sus labios saboreando ese caliente orgasmo que ya venía en camino.
Entre más le entraba el consolador, más se le despertaba su lujuria, que riendo ser saciada por completo, ahora con las yemas de los dedos, se apretó fuerte su pezón, mientras su mano derecha no paraba de meter y sacar el grueso consolador en su bizcochito.
Con ese delicioso ritmo sentía casi llegar al clímax, por estar sus piernas colgadas en la orilla de la cama tocando el piso, ahora extendió las piernas en el aire poniéndolas rígidas, las apretó cuando sintió un rico calor y un escalofrió ya recorría toda su espalda, anunciándole que explotaría su caliente orgasmo expresando:
—Soy una puta insaciable, me lo comeré todo. —
La muy puta bombeo seis veces más el grueso consolador en su bizcochito, hasta poder lograr meterse once pulgadas del grueso consolador, sin contenerse disfrutando de los
escalofríos que la iban poseyendo, era tan delicioso que la muy cabrona soltó unos quejidos de placer involuntarios:
— ¡Ah! ¡Sí! ¡Ah! ¡Que rico! ¡Ah! Mi panochita. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! —
Su carita de piel blanca, ya estaba roja muy caliente, con su mano izquierda se seguía apretando su pezón, después de un momento lo soltaba, acariciándose sus dos grandes senos,
que estaban muy duros recibiendo su orgasmo, su clítoris estaba tan sensible, que al tocarlo con su dedo pulgar la hacía brincar, como si fuera una fuerte corriente eléctrica.
No soportaba ya ni tocarse, estaba muy sensible su derramado bizcochito, que se escurría de placer, mientras con su mano derecha ya más despacio se seguía metiendo y sacando el consolador.
Después que en la noche tuvo muchos orgasmos, ahora era tan fácil y rápido sentirse entre las nubes con una sola masturbada de bizcochito, ahora alcanzaba un segundo orgasmo.
— ¡Ah! ¡Me vengo! ¡Ah! ¡Mmmm! ¡Me! ¡Ah! Otra vez ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! —
Expresó entre dientes, queriéndolo gritar al mundo todo su delicioso e interminable orgasmo.
En esos momentos sonó el timbre de la puerta de enfrente, su madre fue a abrir para ver quién era el que tocaba.
En medio de su venida a Angélica le temblaban las piernas de su delicioso éxtasis, tomando profundo su aire solo escuchó a su madre decir:
—Pásate Antonio, ella está arriba en su recámara, está un poco enferma, sube a verla, se sentirá mejor si te ve, está la pobre metida en la cama, por eso no pudo ir a clases hoy, hubieras visto cómo se veía en la mañana la pobre. —
—Gracias señora, solo le traigo la tarea para las vacaciones, los maestros me dijeron que yo que vivo cerca de ella, que si les hacia el favor de traerla, que se la pasara a dejar,
para que no se atrase en las vacaciones, y entregue toda la
tarea a tiempo. —
Comentó Antonio, mientras le mostraba una libreta con muchos apuntes a la señora Patricia.
—Ve, sube y anímala, se alegrara de verte, está en su cuarto, te digo que esta acostada en su cama. —
Expresó Patricia, haciendo una seña con su dedo índice de su mano derecha. Antonio miró con rumbo a las escaleras, en donde quedaba la habitación.
Al escuchar esta conversación, Angélica abrió los ojos enormes, escuchando los pasos de los dos subir la escalera, rápido a como pudo se sacó el consolador del mojado y venido bizcochito.
La joven bajó las piernas tocando el piso, sin recordar que le dolían, agarró la caja de los consoladores
escondiéndola de prisa debajo de su cama.
Enseguida y con mucha prisa se subió a la cama, con ambas manos se colocó la colcha encima de ella, en ese momento se abrió por completo la puerta de su habitación, entrando la bruja mala a su recámara, estaba acompañada de su príncipe azul, si, del apuesto Antonio, el mejor amigo de Angélica, y siempre soñado amante, el príncipe azul dueño
de todas sus masturbaciones.
—Mira quien te vino a ver hija. —
— ¿Cómo estas floja? —
Le preguntó Antonio, mirándola con una sonrisa de oreja a oreja, puesto que a él le gustaba mucho la joven. Angélica estaba muy nerviosa, porque la bajaron de golpe de su nube, por poco y la cachan cuando se venía, estando ella bien ensartada de su bizcochito por semejante monstruo, agachando la vista y con la voz un poco excitada solo pudo decir:
—Me… me dio un mareo cuan… cuando fui al baño mamá. —
—Eres una exagerada y floja Angélica, tú ya te ves bien, toda la mañana descansaste, y no te he dejado que te esfuerces en nada, eres una floja y no otra cosa señorita. —
Expresó la malvada bruja. Quien se acercó a tocarle la cara, puso su mano derecha y Angélica estaba muy pero muy caliente, podía yo describir “hirviendo” de su carita.
— ¡Oh! ¡Dios mío! Pero… pero si estas con calentura Angélica, tienes bien caliente la frente y las mejillas, tu cara está bien roja, pero… pero ¿Cómo? Si te vi fresca en la mañana. ¿Qué te paso ahora? —
¡Claro! Como no va a estar caliente de su cara, después de la deliciosa masturbada que se estaba dando la joven, consiguió la rica venida alcanzando a meter las once gruesas pulgadas de consolador en su panochita.
¿Cómo pudiera ella estar fresca y tranquila? Eso… eso sí es imposible, como Angélica sabía bien la razón, y estaba muy consciente de su
calentura, solo pudo contestar:
—No te preocupes mamá, ya se me pasara esta temperatura, solo me dio un mareo. —
— ¡No! Iré a comprar mejórales para la calentura, te ayudarán para sentirte mejor. —
Comentó la madre otra vez preocupada, mirando para todas partes de la habitación, buscando la puerta para salir a toda prisa del lugar.
—Yo puedo ir a la tienda para comprarlas señora Patricia, no se preocupe tanto. —
Comentó el príncipe azul Antonio, al ver como se puso la señora Patricia.
No importándole a todo lo que se enfrentaría en esas calles, ese caliente príncipe, con tal de ayudar a su bella e inocente doncella.
— ¡No! No, aquí es solo pérdida de tiempo el buscarlas, no creo que tenga don Abundio, iré mejor hasta la farmacia del centro del pueblo, me tardaré unos treinta minutos de
camino, pero es más seguro ir hasta allá, para encontrar lo que necesitas hija. —
La noble princesa, le contestó:
—Mamá estoy bien, ya se me pasará. —
—Ahora vuelvo hija y no te descobijes, no mejor ponte nada más una sábana para que no te acalores tanto, ahorita regreso con la medicina. —
—La acompaño señora Patricia. —
Se ofreció Antonio a ir con ella, como fiel escudero de la bruja malvada, pero la señora Patricia con una sonrisa le contestó: —No gracias, mejor has le compañía a Angélica, ahora vuelvo no me tardo tanto. —
Se dio la vuelta a toda prisa, saliendo de la recámara caminando por el pasillo bajando las escaleras, solo se escuchó cerrar la puerta de la entrada.
Angélica al oír la puerta cerrarse, con su mano derecha aventó la colcha que la cubría, esta se cayó al piso, brincó la joven de la cama con mucha prisa, levantándose la minifalda, enseñándole a su amigo gran parte de sus blancas nalgas.
Antonio abrió los ojos y la boca al ver ese culito correr hacia la ventana, y eso no es todo, ahora Angélica se empinó por la ventana, para mirar mejor y asegurarse de que su madre se marchaba de la casa, en ese momento la minifalda no cubría gran cosa, pudiendo ver Antonio las dos piernotas medio separadas, sus blancas nalgas bien empinadas, también le miró sus labios vaginales con unos vellitos adornándole alrededor del bizcochito,
provocándole al instante una
erección entre las piernas, solo de ver todo ese hermoso panorama que le mostró su mejor amiga.
— ¡Ya se fue mi madre! ¡Ya se fue Antonio! —
Gritó Angélica de gusto, mientras él estaba con su cara de estúpido, mirándola sin parpadear, sin poder articular una sola palabra, solo la veía como una gran diosa erótica.
No sabía que decir por el delicioso par de nalgas que miraba, mientras Angélica seguía en la ventana bien empinada, viendo como el coche de su madre avanzaba sobre la calle hasta perderlo de vista, cuando dio vuelta en la esquina.
— ¿No me quieres coger Antonio? —
Preguntó ella con voz melosa, ahora girándose mirándole el chipote en el pantalón, que no pudo esconder el joven, quien trato de responder:
—Yo... yo… yo… —
No pudo decir nada el muy pendejo. Angélica lo miró con una sonrisa sin decirle nada más, sin esperar una respuesta, Angélica de inmediato con sus dos manos se quitó la camiseta, dejándole ver sus dos grandes senos al aire libre.
Poniendo a babear a su amigo, admirándole sin poder hablar sus hermosos pezones rosas, que estaban para mamárselos por horas y horas, la chica realmente estaba hermosa de
frente y de espalda.
Lo siguiente que le preguntó lo acabo de apendejar.
— ¡He y! ¿No me quieres meter tu garrote en mi bizcochito? —
Antonio se puso rojo de pena, sin saber que decirle, lo cierto es que su garrote si quería joder toda esa caliente y atrevida papayita.
—Vamos tímido, mira esto. ¿No te gusta? —
La cabrona con sus dos manos se levantó la minifalda, enseguida se sentó sobre la cama acostándose en está, abriendo las piernas de par en par, enseñándole todo su peludo bizcochito bien abierto, sus labios
vaginales que eran rosas mojados, su clítoris aún grande y de color rosita, la minifalda no le tapaba nada, se podía mirar hasta su pequeño fundillito que era rosa, estaba bien hundido entre sus dos blancas nalgas.
—Es… estas... tan... tan hermosa Angélica. —
Fue lo único que pudo decir Antonio, con los ojos bien abiertos, admirándole todo su peludo bizcochito, que estaba muy deseoso de su garrote.
Ahora la bella doncella con una cara de inocente le suplico a su príncipe azul: — ¡Cógeme por favor! Estoy bien caliente, anda ya cógeme por mi bizcochito, méteme toda tu vergota en mi panochita. —
Expresó la princesa con una voz de putita mimada, suplicando y mirándole el pantalón ya queriendo ver si vergota.
Antonio volteó hacia la ventana, después miro hacia la puerta de la recámara, estaba nervioso de que no entrara nadie, ese bizcochito era todo para él, y el tiempo corría sin detenerse, así que temblándole las manos se bajó el cierre, se desabrochó el pantalón, sacándose su erecto garrote dejándolo todo de fuera.
Angélica lo miró fijamente, era el primer pene real que veía en vivo, tenía unas seis pulgadas de largo, no tan grueso, mientras él se sentía muy orgulloso de enseñárselo en todo
su gran esplendor.
Angélica se desilusionaba al verlo, si no hubiera visto primero el grueso y largo consolador, la historia fuera muy diferente para su príncipe.
Pero qué más da, ya estaba ahí Angélica acostada en la cama bien abierta de piernas, esperaba que le metiera su pequeño camotito en su goloso, mojado e insaciable bizcochito.
Desesperada la chica ahora le gritó:
— ¡Dámelo! ¡Vamos Antonio! ¡Dámelo ya! ¡Dámelo! —
Al escucharla, enseguida Antonio le colocó la punta de su tieso garrote, en la entrada de la peluda papayita, con sus manos se agarró firme de las dos piernas de piel blanca, mirándole esos deliciosos y suaves muslos, se la empujó metiéndosela hasta que sus dos huevos rebotaron en las blancas nalgas.

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