𝑳𝒆𝒊𝒈𝒉𝒕𝒐𝒏
Tener la autoestima alta no me detenía a la hora de asumir mis mayores errores (los cuales, lamentablemente, eran más de los que me gustaría haber cometido). Tampoco es que fuese un desastre; mis cagadas solían ser mínimas, pequeñitas, casi invisibles.
Como esa vez que traté que mi mejor amigo de la infancia jugara a un juego nuevo inventado por mí de baloncesto y acabé haciéndole sangrar la nariz de un balonazo; o cuando perdí la virginidad con el primer chico que me hizo tilín a los quince; o cuando cogí el balón firmado por LeBron James de mi padre para ir a jugar al parque; o cuando descosí una falda de mi madre para coserla de nuevo y hacer una nueva prenda; o cuando me perdí por el centro comercial más grande de Nueva York por no quedarme donde mis padres me habían dicho; o cuando quise encargarme de hacerle el bajo de los pantalones del uniforme escolar a mi hermana y acabó yendo con los tobillos al aire... Eran cagadas pequeñitas, ¿verdad? Nadie las recordaría a la larga. O quizá sí, pero con una sonrisa en la cara porque con el tiempo se hacían graciosas.
Me había considerado siempre una persona de bien, atractiva (o potra, como decía mi mejor amigo francés) y bastante segura de mí misma y de las acciones que tomaba, pero eso no quitaba que había sido una completa irresponsable.
―Vamos a respirar, a tranquilizarnos... ―murmuró papá cuando le comuniqué mi decisión.
Se pasó las manos por su cabello oscuro, que comenzaba a esclarecer en algunas partes por culpa de la edad. Hacía poco que mis padres habían cumplido los 50 pero, sinceramente, se conservaban muy bien. Ambos tenían la misma energía que siempre y se querían de la misma forma o incluso más que cuando comenzaron a salir a los veintipico. Lo único que había diferente en su vida éramos mis hermanas y yo. Scarlett, Charlotte y yo, Leighton. Lo cierto es que querían la parejita y... Bueno, lo siento papá, te apañas con tres niñas.
Mm... ¿Por dónde iba? ¡Oh, sí!
El enfado de papá parecía también un preinfarto, por lo que intenté parecer tranquila y segura de mi decisión, a pesar de saber que era un intento muy claro de suicidio económico para mí. ¿Existe ese término? Meh, si no existe, lo invento yo.
―No seas tan pesimista, papá ―pedí―. Quien no arriesga, no gana. Me lo dijiste tú cuando no quería pedir plaza en París porque pensé que no me cogerían.
―Una cosa es pedir plaza a una escuela de diseño de moda y otra...
Se interrumpió a sí mismo al escuchar la puerta de nuestro apartamento abrirse. Entró mamá con Charlotte y Scarlett. Venían de comprar el material para el curso escolar al que entraríamos en un par de semanas. Char comenzaría octavo grado (último año de secundaria) y Scar, duodécimo grado (último año de preparatoria). Ellas estaban a punto de cerrar sus etapas y empezar otras, y yo acababa de hacerlo en ese momento.
―Buenas tardes, cariño. ―Mamá besó mi mejilla y luego los labios de papá―. ¿Y esa cara larga, amor?
―Siéntate, tu hija mayor tiene una mala noticia que darte.
―A ver, es malo para depende de quién ―me quejé―. Para mí está bien y seguramente para Char también. Papá es un dramático y...
―Desembucha ―me interrumpió mamá cruzándose de brazos delante de mí.
―He dejado el trabajo para abrir mi propia tienda online.
Papá, como si fuese la primera vez que lo escuchaba, se dejó caer al sofá y se tapó la cara con las manos mientras negaba con la cabeza. Miré a mamá, que me miraba con incredulidad, y sonreí para parecer más segura de mí misma.
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Al caer las estrellas ©
RomanceCon veinticuatro años, un ex novio más tóxico que el arsénico y una empresa recién inaugurada, Leighton comienza una nueva vida de la mano de su prima Emma en Los Ángeles, a unas tres mil millas de su quería Gran Manzana. Garrett sigue resentido con...