𝑳𝒆𝒊𝒈𝒉𝒕𝒐𝒏
Estaban siendo unos días duros. Sentía que volvía al principio, a cuando llegué a Los Ángeles y no podía hacer nada más que trabajar porque ni dormir podía. Pero esta vez era peor, porque me sentía mal por haberle hecho daño a Garrett. Fueron dos semanas muy intensas en las que trabajé día y noche, literalmente, teniendo así que poner un armario extra en mi habitación para poner la ropa que había hecho. Tenía stock para meses.
Había gente que ahogaba las penas en alcohol, otras teniendo sexo con lo primero que se encontraban, y yo lo hacía trabajando. Y sí, me servía para despejarme y no pensar demasiado en nada, pero había un problemilla que Emma se esmeraba continuamente en recordarme.
―No estás yendo a ninguna parte, Leighton. No estás trabajando en ti, que es lo que te hacía falta. Han pasado dos putas semanas y ni siquiera has hecho amago de hablar conmigo o, al menos, con la psicóloga. Porque, joder, esto si que no puedes sacarlo adelante sola. ¿Es que no lo ves?
―No te metas, Emma, de verdad... ―pedí por enésima vez esa semana.
―Sí me meto, sí ―replicó―. ¿Sabes qué va a pasar? Que cuando te des cuenta, ya será demasiado tarde, porque vas a intentar recuperar a Garrett y a este paso él ya se habrá casado y tenido hijos.
La miré mal. Ella ni se inmutó. Solo se cruzó de brazos y me miró con insistencia.
―Cuida tus palabras, Em.
―No voy a cuidar más las palabras contigo, Leighton. Somos como hermanas, joder. Vivimos juntas, comemos juntas, tenemos un negocio juntas... Me preocupo por tu salud mental y ahora mismo ésta no está para nada bien. Y tú lo sabes. ¿A qué esperas? ¿Cuánto tiempo más vas a seguir mirando a Garrett escondida en la azotea para ver cómo está? ¿Cuánto tiempo más vas a seguir durmiendo tres horas diarias? Se te escapa el tiempo, Leigh.
En ese momento no pude más. Me fue imposible contenerme y, después de dos semanas, volví a romperme. No me gustaba nada, joder. Me di la vuelta para que Emma no me viera, pero no se quedó conforme porque me abrazó desde atrás, apoyando su cabeza en mi espalda.
Me dolía el corazón casi de forma literal. Era horroroso. Sabía que lo mejor para los dos era curarme yo para poder estar bien a la hora de quererlo como él merecía. Pero, joder, saber que había una posibilidad de que él encontrara a alguien que le gustara más, que no sería muy complicado porque yo era un desastre andante, me bajaba los ánimos y me quitaba las ganas de todo.
―Te quiero muchísimo, Leigh, y no puedes seguir así. Tienes que irte.
Dijo lo que yo había pensado hacía dos semanas, cuando llegué a casa después de mi charla con Garrett. Lo primero que me pasó por la cabeza fue volver a Nueva York, alejarme un tiempo de Los Ángeles y de Garrett para recomponerme y curarme, pero solo de pensar que Holland estaba allí... No podía volver allí para estar mejor, sabiendo que ese imbécil rondaba mi casa y estaba buscándome.
―No puedo volver a Nueva York, Em...
―París.
―¿Qué?
―Vete a París todo el tiempo que necesites. Porque sí, lo necesitas. Un mes, dos, los que necesites. Has hecho stock para mínimo medio año y tenemos a Riley para seguir cosiendo.
―París es muy caro, Emma, no puedo...
―He hablado con Alphonse.
―¿Cómo? ―Me giré a verla con el ceño fruncido.
―Estaba preocupado por ti porque hablabas poco con él y me preguntó. Le conté lo sucedido y me ha dicho que si lo necesitas, tiene el ático de su apartamento vacío porque su hermano se ha ido de mochilero por Europa hasta pasado abril.
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Al caer las estrellas ©
Roman d'amourCon veinticuatro años, un ex novio más tóxico que el arsénico y una empresa recién inaugurada, Leighton comienza una nueva vida de la mano de su prima Emma en Los Ángeles, a unas tres mil millas de su quería Gran Manzana. Garrett sigue resentido con...