Capítulo 3. Casiopea

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𝑳𝒆𝒊𝒈𝒉𝒕𝒐𝒏

El miércoles por la tarde decidimos tomarnos unas horas libres y fuimos a celebrar nuestros primeros pedidos. Ni más ni menos que tres pedidos desde Honolulu, Nueva York y Los Ángeles. La persona de Honolulu había hecho un pedido de siete prendas y, al verlo, casi lloré de emoción. Fue una muy buena inauguración.

―Sé que hoy está siendo un muy buen día, pero tengo que preguntarte esto ―dijo Emma mientras volvíamos a casa.

―¿El qué?

―¿Saben tus padres lo de Holland?

Bastaba un solo nombre para venirme abajo en cuestión de segundos. No dejé que me lo notara, así que me limité a negar con la cabeza y seguir caminando hacia el apartamento.

―No saben ni que lo hemos dejado, aunque lo supondrán, espero.

―Si no les has dicho nada, no lo sabrán, Leigh...

―Bueno, pues ya se lo diré cuando me sienta preparada.

―Puedo decírselo yo a mi padre y así él se lo dirá a los tuyos.

―Em, mis padres adoran a Holland ―murmuré mirándola y sonreí, aunque estoy segura de que mi tristeza se reflejó mejor de lo que me hubiese gustado―. Ya suficiente tienen encima sabiendo que su hija se ha lanzado a una piscina con poca agua. No quiero decepcionarlos más.

―No sé cuántas veces te lo tengo que decir ―protestó―. No los has decepcionado con esto, solo los has asustado. Y tampoco lo vas a hacer si les cuentas que tú y Holland ya no estáis juntos. ¿Desde cuándo un padre se decepciona al saber que su hija ha dejado a su novio maltratador, cabrón, hijo de puta y capullo?

―Eso ellos no lo saben...

―¡Por eso! Si supieran la verdad, todo sería diferente.

―No sé si quiero decirles eso, Em.

―Deberías hacerle caso a la doctora Hunter y buscar un psicólogo también aquí. Sigues haciéndolo, Leigh.

―No sigo haciéndolo.

―¡Claro que sí! Estás culpándote constantemente, como si tu tuvieras la culpa de lo que te hacía ese gilipollas. Es que alucino, porque ni siquiera lo odias.

―¿Se puede odiar a alguien a quien has amado? ―inquirí mirándola a los ojos.

―Oh, entonces no odias a Garrett. ―Emma se cruzó de brazos, mirándome desafiante.

Pi-lla-da.

―Yo no estaba...

―No acabes de decirlo antes de que te arrepientas de estar mintiéndome a la cara ―protestó―. Claro que estabas enamorada de él. Da igual lo mucho que quieras negártelo a ti misma. Y esa es la razón por la que no lo odias.

―No puedo ni verlo.

―Porque está tan bueno que temes lanzarte a su cuello y a lo que no es el cuello, pervertida.

Lancé una carcajada ante su comentario y su sonrisa pícara y le agradecí internamente que hubiese cambiado el rumbo de la conversación, pues ya comenzaba a ser demasiado abrumadora para mí.

Emma era mi mejor amiga, además de mi prima, desde el primer instante que pisó el salón de mi casa de la mano de tío Hunter y tío Quentin. La habían adoptado a punto de cumplir los cinco años y a mí me pareció muy curioso que no se pareciera a mis tíos. No me juzguéis, a esa edad no entendía del todo el concepto de la adopción. Me encantaba ir con ella al colegio y presumir diciendo que era mi prima porque disfrutaba de lo lindo viendo la cara de los niños extrañados al escucharme, pues no nos parecíamos en nada, más que nada porque ella era filipina y no compartimos ni un gen.

Al caer las estrellas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora