Capítulo 22. Teti. Mado de apellido

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¡Después de este capítulo, vienen tres más antes del epílogo. Así que, amigas y amigos, queda nada para ponerle fin a esta historia! Por cierto, notita importante al final.♥

𝑮𝒂𝒓𝒓𝒆𝒕𝒕

El día de Navidad había llegado y tenía a toda mi familia en casa. No en mi casa, sino en casa de mis padres. No me gustaba mucho estar rodeado de tanta gente (y menos si eran tan escandalosos) pero al fin y al cabo eran mi familia, por lo que tenía que apechugar.

Al menos tenía a mis primos allí, aunque solo tenía tres ya que los hermanos de mis padres se habían juntado entre sí. Es decir, el hermano de mamá, tío Collin, se había casado con la hermana de papá, tía Eliza. De allí habían salido los trillizos: Jade, Jordan y Josephine. Tenían quince años y eran bastante maduros, incluso más que Graham. También estarían mis no-primos, que eran los dos hijos de los mejores amigos de mis padres, Violet y Jude. Éstos eran Layla y Neil. Tenían la edad de Graham y uno más respectivamente. Por último estaba Elian, otro amigo de la familia, pero lo único que tenía era un perro de diez años y vivía con él en Toronto. 

Esa noche Graham había dormido en mi apartamento pues la noche anterior salimos de fiesta con mis amigos y los suyos. Eran las once cuando nos levantamos. Él fue a la ducha antes (expresamente porque quería que le preparara el café) y cuando salió, entré yo. Al acabar, fui a mi habitación y me encontré un mensaje de Leighton.

Leighton: Feliz Navidad, bombón.

Sonreí y le escribí rápidamente una respuesta.

Garrett: Feliz Navidad, flor. Más tarde te llamo.💖

Solo llevábamos dos días separados y ya quería ir a Nueva York a comérmela a besos. Pero, bueno, tocaba aguantarse y unos días más. Hablábamos cada día por teléfono, pero durante el día le dejaba su espacio para no agobiarla y que disfrutara con su familia, pues ya no la volvería a ver hasta primavera, seguramente.

Mientras me vestía, Graham apareció ya vestido con un pantalón de vestir y una camisa. En mi familia casi todos se arreglaban bastante el día de Navidad. Yo solo me ponía un pantalón de pinza y una camisa de estrellitas, y tirando.

―¿Tienes ese reloj negro tan tocho que te regaló el abuelo Gabriel?

―¿El que tú tienes igual? ―pregunté. Él asintió con la cabeza―. Sí, aquí está. ―Señalé el cajón.

―Te lo tomo prestado. El mío está roto y quiero que vea que lo llevo.

―¿Y yo cuál me pongo? ―protesté cuando él ya se estaba poniendo el reloj.

―El que te regaló la abuela. Así quedamos bien con los dos.

―Buena idea.

Los abuelos nos regalaban relojes cada dos años aproximadamente. El mismo a los dos. Pero ni Graham ni yo salíamos con ésos a la calle porque eran caros y grandes, por lo que no eran demasiado prácticos.

―Venga, una foto para mi cuñada ―dijo mientras se colocaba el cuello de la camisa delante del espejo. Sacó el móvil, puso la cámara y me miró―. Venga.

―No me gustan las fotos.

―Lo sé. Ven, vamos.

Le hice caso sin rechistar porque, aunque no me gustaran mucho las fotos, me hacía ilusión que Leighton me viera. Graham sacó solo dos fotos y nos decantamos por la primera. Salíamos bien dentro de lo que cabe.

―Se la mando.

―Mándamela a mí también.

―Marchando.

Al caer las estrellas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora