Capítulo 23. Dependencia

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𝑳𝒆𝒊𝒈𝒉𝒕𝒐𝒏

Había pasado unos días de mierda. Y todo por mi propia culpa, por estar dándole vueltas a la cabeza sin parar. Los momentos en los que se supone que debería estar feliz y distraída, con mis hermanas o mis padres, sentía una especie de vacío en el pecho y una sensación de inseguridad y desconfianza que hacía mucho no sentía. Mi cabeza se montaba sus propias películas y las frase que más cruzaban por mi mente eran:

«¿Y si cuando vuelvo Garrett ya se ha fijado en otra?»

«Con lo intensa que soy a veces, se cansará rápido de mí.»

«Ojalá le hubiese pedido que viniera conmigo para no pasar tantos días alejados el uno del otro.»

Eran frases que me daban miedo. ¿Por qué? Pues porque ya había pasado por algo similar; eso solo me demostraba que estaba comenzando a depender de otro hombre, de Garrett. Había salido de una relación de la que era dependiente, para meterme en otra y volver a caer en los mismos errores. Y, sinceramente, no quería volver a meterme en un pozo de inseguridades, desconfianza, peleas, dolor, celos... Porque eso es lo que genera una relación dependiente. No es sana, por mucho que las dos partes se quieran o se amen.

Porque, sí, yo quería a Garrett. Pero no quería quererlo de esa forma. Quería quererlo bonito, de forma sana.

Ya era 2 de enero. "Nuevo año, nueva vida", dijo Charlotte el día anterior. Eso me hizo darle aún más vueltas a la cabeza, porque yo ya tenía mi nueva vida desde septiembre, pero... ¿qué era esa sensación de vacío que me hacía querer alejarme de todo? Lo dicho, no estaba bien. A lo que iba... Ya era 2 de enero, por lo que tocaba regresar a Los Ángeles. Y me daba miedo todo lo que iba a suceder allí.

Las despedidas con mi familia me habían dejado un cuerpo extraño.

―Haz lo que el corazón te pida. Él lo entenderá ―me dijo Scarlett.

―No sé qué es lo que te ocurre, cariño, pero solo espero que cuentes conmigo si necesitas ayuda para solucionarlo. Y si es un problema de corazón... soluciónalo siguiendo sus indicaciones―. Esas fueron las palabras de mamá. 

Lo que decía el corazón era lo que más daño nos iba a hacer a ambos, pero que quizá a la larga sería lo mejor.

Papá nos llevó al aeropuerto y me abracé a él como una lapa, haciéndole reír. Besó mi frente largos segundos y yo aún me aferré más a él.

―Ten mucho cuidado con todo y se necesitas cualquier cosa, llámame, ¿sí?

―Sí, tranquilo.

―Te quiero, cielo.

―Yo también te quiero, papá.

Besé su mejilla unas cuantas veces y dejé que mi prima y él se despidieran mientras yo sacaba mi maleta y mi tote bag. Abracé a mi padre una última vez antes de irnos las dos hacia el interior de la terminal.

Una hora después nos sentamos en el avión. Emma apoyó su cabeza en mi hombro cuando nos hubimos abrochado los cinturones.

―Todo saldrá bien, Leigh.

Agarré su mano y la estreché con más fuerza de la que pretendía.

―Espero que sí, Em.

Me hubiese gustado que el viaje durara un suspiro, para terminar rápido con todo y quitar la tirita de golpe, pero el avión parecía ir a 2km/h en vez de a 900.

Al menos el vuelo en sí fue bastante entretenido dentro de lo que cabía, pues en nuestra misma fila (que eran de tres) había una mujer mayor española que traía una baraja de cartas con las que nos pasamos todo el viaje jugando. No negaré que perdí varias rondas por estar distraída.

Al caer las estrellas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora