𝑳𝒆𝒊𝒈𝒉𝒕𝒐𝒏
Definitivamente, algo había cambiado. Ya no hablo de mi autoestima, las noches de profundo sueño que había conseguido tener o de la seguridad en mí misma, que habían vuelto a ser lo que eran antes. Me refería a mi relación con Garrett. Me estaba dando cuenta de que la nostalgia que sentía hacia lo que tuvimos era bastante real y que, además, lo comenzaba a echar de menos.
Había pensado en ir yo sola al parque de las Secuoyas, pero me apetecía pedírselo a Garrett porque... No sé exactamente la razón, pero me apetecía pedírselo. Y había acertado, porque estaba siendo un día para el recuerdo.
Cantábamos casi a gritos las canciones que salían en la radio (yo quería poner de nuevo mi disco de éxitos de ABBA, pero me lo prohibió) y yo sacaba alguna que otra foto y vídeo para añadir a mi carpeta de recuerdos con Garrett. Tardamos unas dos horas más o menos en llegar al parque. Tras pasar por el Centro de visitantes del parque y que nos dieran mil y una explicaciones sobre el parque y su historia, lo que veríamos y algunas precauciones (como que no comiéramos nada en el coche pues había osos por el parque y si olían la comida, vendrían donde estuviésemos), comenzamos nuestro recorrido en coche.
Fueron unos largos minutos muy agradables y divertidos. Pasear por debajo de árboles que nos hacían sentir tan insignificantes a su lado, ver algún que otro oso a lo lejos... Era lo mejor. Me sentí de nuevo como una niña. Cuando acabamos ese tour, aparcamos y fuimos caminando por el paseo que se podía hacer a pie. Obviamente tenía que sacarme una foto con el General Sherman, uno de los árboles más grandes del mundo, si no el que más.
―¿Qué tal he salido? ―le pregunté contenta, acercándome a Garrett rápidamente después de que me hiciera una foto con el General Sherman.
―Preciosa.
Me la mostró y sonreí satisfecha.
―¿Os saco una foto juntos, pareja?
Nos giramos y vimos una abuelita delgada y de pelo rosa, que nos sonreía amable. Agarré mi móvil de las manos de Garrett y se lo di a la señora.
―Muchísimas gracias, señora ―le dije mientras le agarraba la mano a Garrett para llevármela―. Solo debe darle al botón blanco de abajo.
―Tranquila, cielo, yo controlo estas cosas. Tengo diecisiete nietos.
―Ay, hostia ―susurró Garrett mientras me lo llevaba―. Esos son muchos nietos.
―Ya te digo.
Nos colocamos delante de la valla de madera de la secuoya y Garrett, a pesar de no gustarle las fotos, pasó su brazo por mis hombros, seguro de lo que hacía, y yo pasé el mío por su cintura. Sonreí y la señora nos sacó Dios sepa cuántas fotos. ¿Y sabéis qué quise hacer? Darle un beso y que nos capturara de esa forma. Lo quise muchísimo, Dios.
―¡Listo, pareja!
Nos acercamos a ella. Le sonreí ampliamente mientras me devolvía el móvil.
―Muchas gracias, señora. Es usted un sol ―dije mientras me guardaba el móvil. Luego las miraría.
―No es nada. Una pareja tan bonita como la vuestra merece una fotografía en condiciones en este lugar tan bonito. Mi Robert me pidió matrimonio aquí.
―Oh, qué bonito.
Y fue entonces cuando Garrett tuvo que soportar que Theresa (la abuela de diecisiete chavales) y yo habláramos por largos minutos tanto de su vida como de la mía. Cuando la hija de Theresa fue en su busca, nos despedimos y Garrett y yo nos fuimos hacia el coche.
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Al caer las estrellas ©
RomanceCon veinticuatro años, un ex novio más tóxico que el arsénico y una empresa recién inaugurada, Leighton comienza una nueva vida de la mano de su prima Emma en Los Ángeles, a unas tres mil millas de su quería Gran Manzana. Garrett sigue resentido con...