Epílogo. 13 febrero

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𝑳𝒆𝒊𝒈𝒉𝒕𝒐𝒏

Estaba un poco nerviosa.

Bueno, vale, muy nerviosa.

Llevaba solo un día en Los Ángeles y de momento no había salido de casa. Me estaba esperando a esa noche porque aún me faltaban unas horas para mentalizarme de que, por fin, iba a ver a Garrett.

Ya estábamos a día 13 de febrero. Ese día debía pasar un meteorito a no sé cuántos kilómetros de la Tierra. Cuando lo vi en la televisión la primera noche que pasé en Nueva York, supe que ese debía ser el día que me reencontrara con Garrett. La primera vez que él dijo que nos veríamos al caer las estrellas, no pudimos cumplirlo. Pero esa vez sí lo haríamos.

Durante la mañana estuve haciendo arreglos a las nuevas prendas que había hecho inspirándome un poco en la moda parisina esas semanas. Habíamos decidido usar esas prendas para crear la línea de primavera a la cual llamamos "Avec amour, París". El nombre había sido idea de Alphonse.

La tarde me la dediqué enteramente a mí. Necesitaba tranquilizarme, pero no logré éxitos. La bomba de baño me puso de los nervios porque no acabó de deshacerse, los cordones de la bota que quería ponerme eran un nudo gigante, el pelo decidió revelarse contra mí y se me cayó más de una cosa al suelo gracias a mi torpeza y mis nervios.

Yo solo esperaba que lo que me estaba ocurriendo no fuera un adelanto de lo que ocurriría con Garrett, porque sino me daría un infarto.

Cené hamburguesas completas con un poco de ensalada (hay que cuidar la línea) junto a Emma y acabamos de ver los capítulos de Juego de Tronos que habíamos dejado a medias cuando me fui.

―He visto Emily in Paris estas semanas. Para saber cómo vivías.

―Por Dios, Em ―carcajeé y ella me siguió.

―¿Ningún francés buenorro?

―Solo Alphonse ―bromeé.

Ella sabía de sobras que no había nadie más que Garrett ocupando mi corazón.

Cuando Emma se fue a dormir, me deseó suerte y yo me metí también a mi habitación para vestirme. Había pensado en ponerme el vestido que él diseñó pero en rojo, pues había hecho otro, pero lo vi demasiado exagerado. Acabé poniéndome ropa normal. Una camiseta de manga larga negra y ajustada, con el cuello alto, y una falda negra corta, aunque no demasiado. Me puse unas medias del color de mi piel ya que refrescaba bastante y en los pies me coloqué unos botines negros.

Estuve un rato mirándome en el espejo de la entrada y me puse bastante feliz al darme cuenta de que seguía piropeándome a mí misma sin problema alguno. Y menos mal.

Salí de casa a las doce en punto, que era la hora a la que normalmente nos encontrábamos en la azotea. Crucé la calle a paso rápido y sonreí como una boba al ver que había dejado la puerta del portal abierta. Supe que había sido él. Subí con el ascensor hasta el último piso y luego subí por las escaleras hasta la azotea. Me detuve en la puerta, respiré profundamente y comencé a contar hasta quince.

Un, dos, tres, cuatro, cinco... A la mierda.

Abrí la puerta de la azotea y recibí la brisa gustosa, cerrando los ojos unos segundos. Cerré con cuidado y, al dar un par de pasos, lo vi. Estaba sentado en el suelo con su telescopio entre las piernas.

Lo estaba viendo de espaldas, pero bastaba su cabellera negra y su ancha espalda para que mi corazón diera un vuelco y volviera a latir un poco más rápido que de costumbre. ¿Qué digo un poco? Mucho. Sentí que las manos me sudaban, y eso que no era algo que me ocurriera comúnmente. Las sequé a toques con mi falda y justo él se dio la vuelta, pues escuchó la puerta cerrarse.

Al caer las estrellas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora