21. El Espejo de Emociones.

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Alaska

El recorrido por los aires de Francia te hacía sentir como en casa, más que eso, como en familia, a pesar de que ningún lazo sanguíneo nos unía, sí lo hacía la euphoria y todo lo que sabíamos hacer. Eran muchos más que en el campamento de las Forjadoras, y todas eran igual de unidas y amables con nosotros, no dudaban en darnos un abrazo, el abrazo que todos necesitábamos después de todo.

No entendía prácticamente nada del francés, pero al menos cuando estaban a mi alrededor, procuraban hacerme entender lo que decían, su calidez y amabilidad los distinguía de cualquier lugar en el mundo, pero también un poco el aura oscura que rodeaba a todo el instituto, parecía tener el instinto de un bufón peligroso, en definitiva, no con nosotros al menos.

El primer día que llegamos nos ofrecieron cenar caracoles, pero no nos mostramos muy animados por probarlos, algunos sí, pero la mayoría no, terminamos optando por otras opciones. Al día siguiente nos ofrecieron más comida, pero esta vez su especialidad en todo el instituto, crepes bretones, todos descubrimos por qué era su mejor platillo, de cerca lo mejor que habíamos probado en nuestras vidas, fue un completo festín para nuestras papilas gustativas.

El uniforme que ellos tenían era otra de sus múltiples maravillas presentadas, presentaban tonos cafés oscuros como la madera nogal, completamente formales en faldas con tablones y chalecos del mismo color, para agregarle un limpio y fuerte contraste con camisas blancas algo pomposas y mangas largas que presumían ser demasiado finas, los zapatos eran una elección un poco más libre, ya que en su mayoría eran botas o botines con calcetas negras.

Era un atuendo perfecto acorde al clima que tenían, ellos sí podían salir al exterior al menos en el terreno que estaba dentro del mismo castillo, sin contar las protecciones que tuvieron que activar después de lo ocurrido con euphoria, siempre tenían a hechiceros en turno manteniendo dichas protecciones y asegurándose de que no hubiera alguien a kilómetros de distancia.

El uniforme para los hombres era demasiado contrastante, debido a que no se trataba de ningún color café oscuro, sino un color negro en su mayoría si no es que completamente, de igual manera, bastante formal, pero hermoso.

No habíamos tenido la oportunidad de conocer a la directora del instituto, estaba ocupada con varios hechiceros y no se encontraba aquí, sino a las afueras de Francia, probablemente lidiando con personas infectadas que no debían cruzarse a atacar a otras. Nadie quería mencionar mucho acerca de los ataques por parte de los demonios, pero era un simple reloj de arena, tarde o temprano sería inevitable saber a lo que nos íbamos a enfrentar.

Para el atardecer, Fernando me había pedido que lo viera en las salas de descanso del ala norte, que es hacia donde me encuentro caminando, con un Adam bastante serio para mi gusto solo unos metros detrás de mí, se le veía mucho más relajado dentro del instituto que en el bote, pero eso no quitaba su actitud sobreprotectora con todos nosotros, velaba y vivía por nosotros.

— No hagas nada que te mate, Alaska.

Me giro y comienzo a caminar un poco de espaldas solo para mostrarle mi duda y mi nulo entendimiento por lo que me decía.

— Si no hiciera nada que me pudiera matar, ni siquiera estaría aquí.

— Sabes perfectamente a lo que me refiero—hace una pausa y yo me giro para evitar tropezar—, Fernando quiere en definitiva tener algo de lo que te dio Dante aún después de saber que él no creyó en ninguno de ellos para darles algo.

— Bueno, en eso tienes razón—accedo pensando un poco en ello—, pero también es verdad que mi cuerpo no es el mismo desde entonces, lo cual podría significar que esta "cosa"—hago un gesto con mis dedos sin saber de qué otra forma llamarle—, ha mutado y podría significar un avance para lograr que ellos también accedan a la cura, de igual forma tenemos que darle esa inmunidad, ¿recuerdas? No puedo hacerlo sin ti, te necesito para ello.

Alaska: RegeneraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora