Cerca del amanecer escuchó la llave de la puerta. No estaba profundamente dormido, pero podría decir que despertó por el tintineo, aunque no se movió.
Sabía quién era, no solo porque no muchos tenían llave de su desván y ninguno tenía razones para estar ahí a esas horas. Llevaban algún tiempo alejados de la vida desenfrenada. Ese tipo de visitas imprevistas ya no eran frecuentes.
Fue su vínculo. Si aquel lazo fuera luz, en ese momento estaría resplandeciendo por la cercanía de su Xosen.
Lo escuchó andar en la penumbra. El desván nunca estaba del todo oscuro, por los ventanales que en las noches de luna llena iluminaban de lleno la estancia, además de que dejaban entrar toda la luz artificial de la calle. Por ello no encendió las luces, quizás tratando de no importunar.
Iba por todo el lugar, cerrando ventanas y luego ajustó el termostato. La temperatura no tardó en subir y, cuando dejó de hacerlo, se dio cuenta de que tenía horas temblando de frío.
Sintió cuando Gabriel se acercó y se subió a la cama. Se acercó a él, que no había abierto los ojos.
Iván no estaba enojado. No se podía estar enojado con un Xosen. Y el calor y aroma de Gabriel le infundieron un alivio tremendo. Era como si estuviera reviviendo.
Cuándo Gabriel intentó abrazarlo estaba listo para abrir los ojos y sonreír. La mayor parte del malestar ya se había esfumado.
Pero apenas lo tocó, Gabriel saltó exclamando una majadería. Encendió la luz. Iván apretó los párpados y escondió el rostro.
—¡Pero si estás helado!
Se levantó y volvió con un cobertor suave, se acostó junto a él y los cubrió a ambos. Iván no pudo evitar suspirar cuando un calor delicioso lo cubrió.
Estuvieron así un rato, sin decir nada. Y después Iván se percató que Gabriel lo abrazaba, no como alguien que rescata a otro de la congelación, sino como alguien que se refugia. Parecía necesitar consuelo.
Abrió los ojos. Gabriel tenía el peor aspecto del mundo; los ojos rojos, ojeras y el semblante demacrado.
—¿Qué te pasó?
—¿Que te pasó a ti? ¿Intentabas lograr una hipotermia? Te ves terrible, tienes los labios morados de frío. ¿No comiste nada, ¿verdad? Deje las ventanas abiertas para que tuvieras sol ¿y ni siquiera pudiste cerrarlas?
Iván bajó la mirada, avergonzado.
—Qué par, ¿eh?
Gabriel apretó los labios, después sonrió. Él tampoco había comido casi nada ni dormido en días.
—¿Quieres comer? —preguntó.
Iván negó.
—¡Vamos, no me hagas esto! Necesitas alimentarte.
—¿Y tú porqué me haces esto? —susurró. No solían reprocharse cosas. Pero estaba cansado—. Yo solo te necesito a ti.
—Me tienes, Iván. Mi voluntad es tuya. ¿Qué puedo hacer?
—Dime qué hiciste. Y cuánto tiempo te fuiste esta vez.
—¡Dios! No puedo creer que me preguntes esto. Me fui el lunes en la mañana. ¿Sabes lo que eso significa? ¡Qué estuviste casi una semana sin comer y...! —Observó la mesita de noche, el vaso vacío— ¡Al menos bebiste agua!
Iván lo miró sorprendido. No por haber sido abandonado a su suerte, sino por qué no había notado el paso del tiempo.
—Pensé que habían pasado solo dos días.
—Nunca más voy a irme tanto tiempo! ¡Jamás pensé que te dejarías morir de hambre! ¿Serías capaz? ¡No puedo creerlo! Ya nos hemos separado antes por lapsos incluso más largos.
—Sí —dijo Iván, cerrando los ojos como si estuviera cansado del regaño—. Y siempre ha sido por el mismo motivo.
Gabriel no respondió. Tardó unos momentos en silencio, después se levantó y se alejó con dirección al refrigerador. Tardó un rato, haciendo toda clase de ruidos con la licuadora y otras cosas.
Y durante ese tiempo, Iván decidió salir de sus pantalones y meterse entre las sábanas. Después de días de frío, el calor se sentía bien. Su Xosen volvió con una mesita plegable de madera que usaban para llevarse el desayuno a la cama. Sobre ella, una jarra pequeña, dos tazas y un vaso de cristal, alto, delgado, lleno de un líquido espeso color rosado.
—Te va a doler el estómago si intentas comer ahora, pero algo tienes que meter en tu organismo. ¡Estás en los huesos! Bebé el té primero. Así te hidratas. Y luego tomas todo el batido. Solo es durazno con un poco de yogurt.
—Gracias, amor.
El caliente líquido que tenía un olor agradable; menta, cedrón y tal vez jengibre.
Bebieron en silencio hasta terminar el té, echados, sintiendo el calor de la piel del otro. Si tan solo pudieran quedarse así mucho tiempo, todo estaría bien.
Tal vez la moderada hipotermia a la que se sometió, le afectó el cerebro. Sentía que no estaba funcionando bien. A pesar de ello, una línea de pensamiento comenzaba a formarse. Pensó en Ana, tan hermosa, gentil, abierta, tan sencilla y fuerte a la vez, defendiendo lo que sentía por encima incluso de lo que pensaba. Había encontrado su Némesis, pensó, como Gabriel había encontrado a Eduardo.
Una diferencia entre ellos era que Gabriel congenió bien con Ana. A ella no le costaría nada adaptarse a ellos. Los dos estarían encantados de tenerla.
—Quiero saber...
—No hablaré contigo hasta que acabes el batido. ¿Quieres mi atención? Termina la bebida.
Iván sonrió. Apuró en pocos minutos el contenido del vaso. En efecto, sintió un fuerte dolor en el estómago, que pasó por alto.
Quitó la mesita y se recostó abrazando a Gabriel, acortando lo más posible la distancia, hasta que sus cuerpos estaban unidos al punto de no dejar espacio entre ellos. Contra su pecho no había pena que lo alcanzara, ni miedo.
Era el más apacible refugio.
Suspiró aliviado después de tanta desolación.
—¿Recuerdas la última vez que estuvimos bien, solos tú y yo? —preguntó. Jamás se atrevió antes a preguntar eso, dolía. Pero a últimas fechas ya todo dolía.
—Seguramente fue cuando fuimos a Nautla. Pusimos esa tienda, ¿recuerdas? Para amarnos en contacto con la naturaleza. Regresamos picoteados de los moscos, sin dormir y arañados.
—Quiero volver a estar así, Gabriel —dijo Iván sin mirarlo. Sus sexos se tocaron, pero por una vez, ninguno parecía tener otra intención que la de estar unidos en el abrazo—. ¿Para qué fuiste a ver a Ana?
—Para decirle la verdad.
¡Qué declaración más simple!
Iván se incorporó un poco para contemplar la cara casi inexpresiva que lo miraba.
—¿Qué pasa? —preguntó asustado —¿Qué es lo que te pasa Gabriel?
Tomó distancia para observar. Tuvo la loca idea de que el que estaba en su cama no era Xosen, su compañero vinculado. ¡Pero era absurdo! ¡Era él! Solo que algo estaba cambiando.
Gabriel sonrió, sin alegría.—Estamos cansados. Ven a dormir, mañana seguiremos hablando. Ya no tengo que fingir que voy al trabajo —. Y lo último lo dijo con un tono de cinismo que Iván nunca escuchó antes en Gabriel.
Aplacó sus instintos absurdos y volvió a sus brazos.El cuerpo de Gabriel se aflojó y poco después respiraba tranquilo. Estaba dormido. Iván se acomodó para verlo dormir.
¡Era tan hermoso saber que se pertenecían! ¿Cómo podrían superar esta terrible etapa de sus vidas, que ya llevaba diez años y que justo acababa de ponerse aún peor con la llegada de Ana?
Renunciar a ella era no solo lo justo para todos, además era lo más sensato. ¿Pero eso traería más problemas a su relación con Gabriel?
No era algo fácil de saber.
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Dénnari
Paranormal"Son caídos. Antes no fueron ángeles ni cosa parecida. Su naturaleza etérea es diferente, una de las muchas criaturas que habitan la tierra, sin que el hombre lo sepa. Obligados a vivir como humanos, sin serlo, atados al peso de lo prohibido. Tran...