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Gabriel, por su propio pie descendió dos tramos de escaleras y seguido de Érick y de otras presencias que emergieron de rincones oscuros, recorrieron un pasillo.
Si no se había desorientado, regresaban hasta donde se encontraba la casa y la supuesta madre.
Al final del pasillo había una lámpara de luz blanca, alumbrando dos puertas enfrentadas. Erick abrió la de la derecha y se hizo a un lado. Gabriel supo que habían llegado por el olor acre, mezcla de sudor, copal, flores y predominando, el de la sangre.
La temperatura era gélida. Pensó que, tan solo desnudarse, iba a ser una tortura.
En el centro de una habitación que por lo menos medía cincuenta metros cuadrados, había una formidable plancha de piedra negra, inclinada más o menos a sesenta grados. De las esquinas, colgaban cadenas empotradas en la roca y en los extremos, se veían grilletes de cuero y acero para evitar el movimiento sin importar cuan fuerte pudiera ser el sujeto asegurado. La única luz provenía de un débil foco, que colgaba de un alambre mugriento, justo por encima de la mesa, resaltándola como si fuera una obra de arte.
Toda su voluntad no sirvió para dar un paso dentro. Fue Erick quien lo empujó para que cruzara de una buena vez el umbral.
En un momento estaba rodeado por cuatro o cinco personas. O cosas, no podría asegurar nada más que la oscuridad que emanaba de ellos.
—Por aquí, guapo —. Érick le tomó del codo y lo obligó a recorrer los metros que le separaban de la horrorosa mesa. De cerca era peor. Fría y espeluznante, con hondas ranuras talladas que desde el centro iban abajo y a los lados, pensadas para que la sangre escurriera con facilidad al suelo de tablones de madera ennegrecidos, salpicado con grandes manchas oscuras alrededor de la losa.
Esas manchas le hicieron preguntarse por qué, hasta qué punto y quién fue quien sangró ahí la última vez.
—Hay alguien que quiero que conozcas. Pero no vendrá ahora. Así que vas a ponerte cómodo mientras tanto.
Miró a los lados de Gabriel, chasqueando los dedos. Los que estaban a su alrededor, arrancaron su chamarra y camisa a tirones. Ataron sus manos atrás y lo obligaron a arrodillarse.
Érick se paró frente a él.
—Tal vez quieras beber algo —dijo con voz socarrona, mientras se llevaba las manos a la bragueta y comenzaba a soltar los botones.
"¿Beber?"
El estómago se le anudó, tenía náuseas.
"Iván está a salvo, Eduardo no tiene que pasar por esto", se recordó.
Nada antes le aterrorizó tanto como estar arrodillado frente a un hombre que se sacaba el miembro. Era la misma situación que había vivido y buscado miles de veces, pero el terror que sentía y el horror del entorno sacaba todo lo erótico. Eso no iba a ir de sexo, sino de dolor, humillación y violencia. ¡Y por el cielo que no quería pasar por ello! Porque incluso en los lugares más sórdidos, en los encuentros más lascivos, en sus performances más escalofriantes y pervertidos, siempre tuvo una certeza; Iván jamás permitiría que fuera lastimado.
Al exhalar, su aliento escapó como vapor de sus labios temblorosos. Nunca se sintió más solo.
—Abre la boca, Gabriel —dijo Érick. En su mano, sostenía su rigidez a un centímetro de sus labios resecos— ¡Y cuidado con los dientes! Si me muerdes, te los arrancaré uno por uno.
***
Rodeado por una pavorosa oscuridad, escindida únicamente por un delgado y tenue haz de luz situado encima de él, se encontraba Gabriel, encadenado sobre una superficie de granito negro.
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Dénnari
Paranormal"Son caídos. Antes no fueron ángeles ni cosa parecida. Su naturaleza etérea es diferente, una de las muchas criaturas que habitan la tierra, sin que el hombre lo sepa. Obligados a vivir como humanos, sin serlo, atados al peso de lo prohibido. Tran...