Presentaciones

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Cuando el espectáculo terminó, el área pública de "El Dimm" se transformó en un pandemónium. Cada hombre tomó a otro, al que pudo, para saciar sus apetitos desbordados.

Por los rincones, se vislumbraban parejas muy próximas y moviéndose. Por lo que Ana sabía en ese club existían límites. Bien, no esa noche.

Esteban fue al baño, eso dio espacio para hacer preguntas.

—¿Por qué estamos aquí? ¿Y por qué nos trajiste?

—No podía venir solo.

Ana no entendía la lógica.

—¿Y por qué querías verlo?

No respondió. La vulnerabilidad brotando de sus bonitos ojos castaños; esos que hacían que su pareja y ella misma, quisieran protegerlo de todo sufrimiento. Ana estaba convencida de que su amigo desconocía poseer tal poder.

—¡El tipo es increíble! Jamás pensé que fuera tan guapo. ¿Cómo es que no se dedica al modelaje o a ser actor de telenovelas? Porque cohibido, no es.

—No es lo que parece. Se tituló en Economía —dijo, con un intento de sonrisa—. Y no le gusta que le tomen fotografías.

—Eso es extraño.

—No es un engreído, Ana. Es simpático y sencillo. Te agradaría.

—Te hizo pedazos el corazón. ¿De verdad crees que me caería bien?

—Espera a conocerlo. Lo amarás como todos —dijo el chico, lleno de tristeza.

—¿Crees que fue bueno venir?

—Yo necesitaba verlo otra vez. Aunque sea la peor idea.

Esteban regresó y Ana ya no pudo preguntar más.

Algo le chocaba; si era un economista, tal vez exitoso, ¿qué ocurrió para que terminara en un antro de mala muerte haciendo ese tipo de cosas?

De pronto Esteban imprecó una vileza. Más tenso que cuerda de arco apuntó su ira a un punto detrás de ella. El ser que más detestaba en la tierra.

La maldición susurrada advirtió a Eduardo y lo devolvió desde sus profundos recuerdos, que a metros se notaba, no eran felices. Primero vio a Esteban furioso, con los labios apretados y los puños y después, al punto que miraba con odio.

Tan seguro de sí como si caminara por una pasarela. Era Gabriel, que se acercaba por entre las mesas y sonreía con idéntica pureza que Eduardo vio diez años atrás. La expresión beatifica, pero traviesa; casi igual aspecto.

Sintió el mismo vértigo; un hundimiento en las tripas, como se siente al mirar un abismo insondable.

Gabriel solo tenía ojos para él. Los demás no le interesaban. Y Eduardo supo que su vida estaba a punto de cambiar, otra vez y que no haría nada para evitarlo. La oportunidad de apartarse ardió conforme Gabriel se acercaba. Sus mutuas miradas lanzaban chispas.

Ana se sintió muy incómoda cuando el tipo que se desnudó rato antes se acercó a la mesa.

Sí, era bello. Más de lo que pudo vislumbrar en la pista. Y detrás de él caminaba otro, un rubio, con el cabello a los hombros y tan impresionante como el primero. Sus facciones eran más angulosas. Y mientras que el ángel resplandecía, prodigando sonrisas, el otro hombre mostraba una actitud reservada. Era serio y tenía la mirada tranquila y analítica.

Gabriel llegó y se detuvo apenas a un metro de Eduardo. Lo contempló lleno de felicidad, como si, después de una larga ausencia, tuviera enfrente a su persona favorita.

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