La tundra

883 18 0
                                    

Los nativos de estos lugares dicen que hay una tundra justo al norte de aquí, la cual es habitada por espíritus benevolentes. Estos espíritus conceden una Revelación a todo aquel que los visita por la noche, una vez que el sol ha desaparecido por completo y dejado al mundo en oscuridad.

Conduje hasta la enorme envergadura de hielo y esperé, con la intención de echar un vistazo a lo que fuera que esta gente veneraba. Ellos envían a sus hijos a la tundra en la víspera de su quinceavo cumpleaños, envueltos en pieles de animales para impedir que se congelen, para solicitar una audiencia con estos espíritus. Una vez que ésta ha finalizado, los niños corren a casa para compartir la experiencia con sus padres. A partir de ese momento son considerados adultos por todos en el pueblo. Parejas comprometidas también visitan la tundra antes de su boda; los invitados se quedan en vela toda la noche hasta su retorno, ya que al regresar la pareja decidirá si continuarán con su matrimonio o lo abandonarán. Los más ancianos visitan la tundra cuando se encuentran muy enfermos, y frecuentemente empeoran su condición por pasar toda la noche allí; sin embargo, cuando regresan la mayoría de las veces lo hacen con un aire de serenidad.

Así que esperé, curioso por descubrir qué clase de fenómeno podría inspirar a las personas tan poderosamente. Esperé por horas, abrigado con mi parka y sentado en el capó de mi camioneta. Esperé hasta que sentí que moriría congelado.

Pude escuchar al espíritu antes de que pudiera verlo. Un crujido en la nieve me hizo voltear. Un hombre encorvado con la piel grisácea estaba parado a sólo unos metros de mí, me miraba con unos ojos tristes, amarillentos, parte un cráneo del cual apenas brotaban unos cuantos cabellos grasosos. Respiraba pesadamente, y uno de sus brazos lucía como si hubiese sido destrozado y dejado sin tratar, provocando que sanara incorrectamente. Trozos de carne mal cicatrizada cubrían sus débiles piernas. El hombre me miró quizá por unos diez segundos, antes de desaparecer de un momento a otro.

Volteé hacia todos lados, buscándolo, pero se había ido. Al acercarme hacia donde había estado, encontré un par de huellas ensangrentadas en la nieve. Lleno de temor, me subí a mi camioneta y me dirigí al pueblo tan rápido como el hielo me lo permitió. Algunos pueblerinos me estaban esperando cuando llegué, pues se habían enterado de que salí hacia la tundra y estaban curiosos de lo que podría pasar. Salí rápidamente de mi camioneta y corrí al pueblerino más cercano, exclamando:

—¡¿Qué tienen de benevolente esos espíritus?! ¿Qué es tan inspirador acerca de ellos? ¿Cómo es que los ayudan?

—¿Qué fue lo que viste? —preguntó el hombre, con su mirada remedando el temor en mis ojos.

—Vi un hombre, ¡terriblemente desfigurado y extremadamente enfermo! —le grité, mientras los demás pueblerinos se hicieron hacia atrás—. ¿Por qué? ¿Qué es lo que significa? —clamé.

—Los espíritus sólo muestran una cosa… —me explicó el hombre—, muestran a sus visitantes dentro de un año en el futuro.

Creepypastas cortosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora