Atravesando el espejo

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Dicen que si invocas su nombre en un espejo tres veces, su fantasma se te aparece. Los que lo han intentado han muerto en extrañas circunstancias, dicen que es Verónica que viene a buscar a los que la invocan para llevárselos al infierno.

Susana era una de esas personas a las que les encantaba el oscurantismo y vestía de negro, usando pintalabios morados y sombra de ojos oscura. Ella misma parecía una zombi con sus ojos rojos de tanto fumar marihuana y su extremo maquillaje de chica gótica con docenas de piercings en las orejas y una bolita negra saliendo de su labio inferior. Era divertido escuchar sus historias de miedo y siempre le gustaba presumir de practicar magia negra con algunas amigas, que no debían ser menos pintorescas que ella.

Juan estaba escuchando su relato de "La Verónica" con escepticismo. Era un chico estudioso que no creía nada que no se pudiera demostrar. Para él los fantasmas no existían y por tanto la historia que había contado Susana al grupo le pareció una estupidez para paletos.

- ¿Cómo sabes que es cierto? - dijo, despectivo.

- Los que lo han hecho han muerto en extrañas circunstancias...

- Pero si eso es cierto, ¿cómo sabrías que han invocado a Verónica? ¿Acaso todos los que mueren en su cuarto de baño en extrañas circunstancias la han invocado a ella?

- La gente que lo hace, suele intentar demostrar que es mentira y por tanto, no lo hacen solos. Hay testigos, conozco una amiga que vio morir a alguien al intentar invocarla. De hecho otra amiga que estaba allí está recibiendo tratamiento psiquiátrico porque no puede soportar estar sola.

- Venga ya... - la atajó Juan.

- Si no te lo crees, ¿por qué no la invocas tú? -le retó a Juan Carolina, otra compañera de clase.

- Pues porque no tengo ningún interés es hacer gilipolleces delante de un espejo - explicó Juan.

- ¿Cuánto te juegas a que si la invocas aparece? -dijo Susana, ofendida.

-Cincuenta euros. Me vas a pagar la juerga de este fin de semana, guapa.

- Hecho - dijo Susana, extendiendo su mano pálida con su mirada de loca de siempre -. Estoy harta de escuchar versiones de terceros. Quiero ver a Verónica con mis propios ojos.

Habitualmente tenía una mirada un tanto extraña con sus ojos saltones, su piel pálida y su maquillaje extremo que resaltaba sus grandes ojos negros. Al decir eso, sus ojos parecían tan ávidos que ninguno de los presentes entendió ese entusiasmo por un tema tan escalofriante. Parecía estar buscándose la muerte.

- Estás chalada, tía - replicó Juan -, no vamos a ver a ese fantasma ni a ningún otro. Los fantasmas no existen. Lo que no entiendo es por qué no la has invocado tú ya.

- Porque no quiero ir al infierno - replicó ella -. Vamos a los baños, lo haremos ahora mismo, tenemos tiempo hasta que empiecen las clases.

Todo el grupo de amigos les siguió por el pasillo del instituto. Entraron en el baño de los chicos y se aseguraron que no hubiera nadie más. Luego entraron todos y se situaron detrás de Juan y Susana, que se colocaron frente al espejo.

- A ver ese dinero - dijo Juan.

- Aquí está, será tuyo cuando invoques su nombre tres veces y no se aparezca.

- ¿Cómo decías que se llamaba? - preguntó Juan al ver el billete blanco y morado sobre el lavabo.

- Ya lo sabes - replicó Susana, no pienso pronunciarlo aquí.

- Estaba seguro, eres una cagada. A ver, ¿qué digo?

- Dilo tú - se exasperó Susana.

- Está bien... Juan miró al espejo, sonriente y, seguro de que se sacaría cincuenta euros con esa tontería, y pronunció con voz teatral y grave.

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