Ye Wuchen.

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—Despierta. Has dormido demasiado tiempo...,  despierta...  —resonó una voz insustancial sobre el mar sin límites de su conciencia.

    —¿Quién es?  —preguntó—. ¿Quién me llama?

    Abrió los ojos, pero todo lo que podía ver, de su vista desenfocada, era la oscuridad que lo rodeaba.

    —¿La Noche?

    De repente un gran dolor proveniente de su cabeza, emanó. El dolor se volvió tan fuerte que sintió como si se le abriera el cráneo; se sobresaltó del lugar donde estaba acostado. Apretó sus manos en la cabeza sacudiéndolo para que al menos así cesara. 

    Después de unos minutos de dolor: levantó la cabeza y miró a su alrededor. Su vista desenfocado volvió a la normalidad en un instante y perforaron la oscuridad como una hoja afilada. Ya con su visión recuperada, pudo evaluar su entorno y se percató que estaba en el interior de una pequeña choza. 

    Él era un joven delgado y de piel pálida; aparentaba de unos diecisiete o dieciocho años. Vestía ropas tan blancas como la nieve. Su rostro era guapo, pero muy afemeninado. Su cabello negro colgaba sobre sus delgados hombros de una manera natural, e incluso bajo la cortina de la oscuridad: en ocasiones daba un tenue brillo con una especie de lustre oscuro. Sus dedos y muñecas eran delgados dando la sensación de fragilidad y debilidad. 

    Su apariencia era del tipo menospreciado por los demás, y especialmente por los del continente Tianchen, ya que valoraban la fuerza por encima de todo.

    —¿Dónde estoy?

    No tenía idea de cuánto tiempo había dormido, pero su cuerpo estaba muy rígido como una piedra, y con gran esfuerzo logró ponerse de pie. Para la persona promedio su entorno parecería oscuro, pero para él, este escenario era tan brillante como el día. El aire fresco, con el sabor de la paja del techo, se detectaba por los alrededores. En ese momento escuchó la voz de un anciano en el exterior y frunció el ceño. Empujó su cuerpo adolorido hacia la puerta y salió de la cabaña con pasos rígidos.

    La noche era sombría, ya que no se presenciaban la luna ni las estrellas. Un anciano a unos metros estaba sentado en el suelo(bajo la cortina de la oscuridad) rodeado de siete u ocho niños que tenian sus ojos fijos en él: cautivados por las fábulas que había relatado innumerables veces antes.

    —El ataque del Reino del Diablo trajo calamidades y desastres a todo el continente: arrojó a su gente a un abismo de abyecta miseria. Los cuatro países que históricamente habían codiciado las tierras de los demás, se vieron obligados a unirse y luchar contra la invasión del Reino del Diablo. Sin embargo, ¿cómo podrían los simples humanos obtener la victoria sobre residentes tan fuertes del infierno? 

   »Justo cuando el continente estaba a punto de ser arrojado por el borde de un acantilado, la humanidad no tuvo otra opción que suplicar al Reino de Dios. Y en el último momento, el Reino de Dios envió a sus salvadores: eran las dos únicas hijas de Dios. Una de ellas era blanca  —igual que la nieve—  de la cabeza a los pies: Su cabello, su ropa y su enorme par de alas. Ella fue llamada el [Ángel de Alas Blancas]. Su hermana era toda negra como la oscuridad más oscura: Cabellos, ojos y también sus alas. El par de alas tenía una apariencia similar a la de los demonios. Ella fue llamada el [Ángel de Alas Negras].

    »Usando sus fuertes poderes, las dos ángeles pasaron un mes ahuyentando a los demonios. Libraron su batalla culminante con el Señor del Terror —que era de los Reinos del Diablo— en la parte norte del continente. Aunque era solo uno de los Señores del Terror, era muy poderoso. También trajo a sus compatriotas de las tierras del Reino del Diablo para invadir el continente. 

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