Capítulo 8: Los mellizos del pasado

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— No hay que darlas... — Musitó Giulia.

Los tres fueron testigos de cómo Ercole fue perdiéndose de vista a medida que avanzaba, y cuando ya no pudo ser visible por más tiempo, Giulia caminó hacia donde se hallaba su bicicleta para unirse al dúo. Una vez montó la bicicleta, miró a Luca (tenía la mirada perdida), y a Alberto (que estaba más serio de lo usual).

Andiamo - Les ordenó Alberto. —. Tú primero, Giulia, Luca y yo te seguiremos.

La pelirroja le asintió al mayor de los tres y comenzó a pedalear cuesta abajo seguida de cerca por Luca y Alberto. El frío viento nocturno de Portorosso hizo que a Luca se le pusiera la piel de gallina a la hora del descenso. A diferencia del Monte Portorosso, el corazón del pueblo estaba bastante más iluminado, por lo que no fue difícil regresar a casa una vez estuvieron en la plaza.

— ¿Qué sucedió?, ¿por qué se fueron con tanta prisa? — Inquirió Massimo ansioso una vez los tres muchachos hubieron entrado derrapando al patio de la casa. — ¿Están bien los tres?

Alberto fue el primero en descender de su bicicleta. Esperó a que Luca descendiera de la suya, y al hacerlo, lo tomó de la muñeca y lo dirigió al interior de la casa. Luca podía sentir la tensión en su pareja, pues no habló hasta haber pasado junto a Massimo, y esto fingiendo tranquilidad en cada una de sus palabras.

— Todo de maravilla, nada que no pudiéramos manejar nosotros juntos. — Y dicho aquello, entró a la casa con Luca siguiéndole el paso.

Massimo no quedó del todo convencido con lo dicho por Alberto y Giulia se dio cuenta de esto.

— Ercole. — Fue lo único que dijo y se acercó a besarle la mejilla a su padre para después subir junto a los muchachos.

Alberto había conducido a Luca al interior de su habitación, la cual solo era iluminada por la tenue luz de una lampara de aceite sobre el escritorio de Alberto. Él permanecía sentado en la silla de su escritorio, mientras que Luca reposaba sentado a la orilla del colchón del moreno.

Ambos permanecieron en silencio hasta que los golpes a la puerta hicieron que Alberto despegara los labios para indicarle a Giulia que podía acceder al cuarto. La pelirroja no tardó en entrar y cerrar la puerta detrás de ella para acercarse al silencioso par y tomar asiento en el suelo, sobre una almohada que había traído de su propia habitación. Como el silencio prosiguió aun cuando Giulia ya había entrado, decidió ser ella quien rompería la tensión y empezaría con la plática.

— ¿Quiénes eran ellos? — Le preguntó al par. —, ellos no vivían aquí antes de que ustedes llegaran al pueblo.

Alberto desvió la mirada y respondió a la pregunta formulada por la pelirroja.

— Alfonsina y Alessandro Solandri — Murmuró con molestia. Aún no olvidaba como este último se había acercado a tocar a su pareja, mucho menos la forma en la que lo había llamado. Luca abrió los ojos de par en par, no se atrevía a hablar. —. Un par de monstruos marinos que, hasta ahora, por muy increíble que pareciera, no se habían atrevido a meterse con nadie en el pueblo.

— ¿Monstruos marinos? — Se sorprendió Giulia.

Alberto asintió con la cabeza y después prosiguió.

— Llegaron al pueblo dos años después de que ustedes se fueran — Murmuró y tanto Luca como Giulia se volvieron para verle. Él no devolvió la mirada a ninguno de los dos. —, parecían un par de turistas comunes y corrientes. Actuaban con tanta naturalidad que le lograron mezclarse con el resto de humanos del pueblo sin ser detectados, todos estaban convencidos de ello... a excepción de mí.

Amore Mio ᭥ ᭄ LubertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora