26. Dueles

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"Y la perdí..."


El regreso de Mente causó felicidad a más de uno en el Inframundo.

Una vez terminado su canto, se vio rodeada de espíritus y deidades que deseaban saber los detalles de su viaje, la abrazaron con cariño y casi no le daban espacio para moverse debido a todos los que tenía encima. Ella sonreía inmensamente, mientras le daba palmaditas a Moros y saltó sobre Tánatos que le dio una grata bienvenida.

Se veía feliz.

Y quise creer que lo estaba, porque no pude acercarme a ella. No lo hice, porque sabía que sería masoquismo insistir en algo que solo conseguía dañarme. No quería preguntarle porqué tardó tanto en volver... O solo, no quería conocer la respuesta.

Y ese agobio me obligó a alejarme.

No la saludé como ella lo esperaba, a pesar de haber cruzado miradas y descubrirla sonriéndome.

No bajé a recibirla, porque estaba enojado... y dolido. Con ella, pero más conmigo.

Y tampoco la busqué, a pesar de que mi corazón suplicaba por ello.

No, yo solo decidí alejarme.

Y me aferré a Perséfone. Porque ella me había elegido a mí, y yo le debía eso. Le debía amor, y pensaba dárselo, a pesar de no conocerlo realmente. Tomé su mano y la besé, provocándole un ligero sonrojo que luego le siguió una risa nerviosa. Era su día, era nuestro día... pero lo sentía demasiado ajeno, lejano, vacío. Ya no compartía su felicidad. ¿Cómo podría? Si lo único en lo que podía pensar era en el dolor que me carcomía y quemaba por dentro.

Tarde... ella llegó demasiado tarde.

Cuando culminó la fiesta y los dioses abandonaron el Inframundo, el reino retomó su cotidianidad sumiéndose de nuevo en un silencio sepulcral y pesado. Ya había acabado, pero eso solo sería el inicio: ahora tenía una reina a mi lado, pero un alma rota en mi interior.

Los días pasaron y así semanas, y yo hacía todo por evitar a la ninfa de ojos esmeraldas que recorría nuevamente los infiernos, cantando y encandilando con su voz a las almas que también se alegraron por su regreso. No quería encontrármela, no quería saber de ella.

Si me esforzaba, hasta podía creer que seguía en el exterior, disfrutando de los colores y siendo feliz. Más feliz de lo que era cuando se marchó.

Dejé de ir a la Cumbre, para no coincidir juntos. Abandoné las estrellas y los atardeceres, para no incomodarme con la idea de que ella los estaría viendo desde algún punto del Inframundo y yo no resistiera las ganas de hacerlo con ella.

Los primeros días Mente no parecía darse cuenta de eso, porque buscaba el modo de encontrarse en mi camino. Donde fuera que estuviera, siempre la veía por algún lado rondando y riendo por los alrededores, así que optaba por retirarme y volver después.

Pero no tardó en notarlo, haciendo que un día me confrontara. Pero la ignoré, a pesar de sus intentos por llamarme o intentar entablar una conversación, yo solo... no podía. No podía mirarla sin que doliera. No podía estar a su lado, sin que quisiera saber el porqué de su retraso. Y tampoco sabía cómo lidiar con la aflicción en mi pecho cada que escuchaba su voz, me confundía.

Ella lo intentó, muchas veces. Pero yo fui un tonto y seguí evitándola. Y lastimosamente, mis huidas no quedaron impunes ante los ojos del Inframundo, ya que los rumores iban y venían en picada, molestándome todavía más. No quería malentendidos, no quería problemas, no quería... que me relacionaran con ella. No de esa forma.

HADES | Dioses latentes #1 (PAUSADA POR CORRECIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora