Expediente: 22

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En febrero, el verano había invadido Somalia. Las altas temperaturas, que sobrepasaban los cuarenta grados en el desierto de aquella zona del Cuerno de África, provocaba una cantidad molesta de sudor en la frente de Agoney, que no quería permitirse hacer un innecesario movimiento para secarse una zona que volvería a estar empapada en cuestión de un par de minutos.

El traje de camuflaje en tonos beige y marrones que le ayudaba a ser uno con el paisaje desértico, le pesaba más que otras veces con aquel calor infernal. Por suerte, tenía la ventaja de estar instalado bajo el refugio de un pequeño edificio en ruinas que, antes de aquella guerra, era la única escuela de una aldea que ya no existía. Parpadeó para evitar que el sudor se le colara en los ojos y volvió a enfocar la vista a través de la increíble mira de su Barret M95.

Lo había apoyado en el suelo, fijándolo con el bípode que el fusil traía incorporado. El cañón lo había colado a través de un agujero en el muro hasta que la lente de la mira salió también al exterior. En ese momento, Agoney observaba todo lo que había al otro lado del edificio a pesar de estar tras sus muros.

Podía oír los insectos que se atrevían a hacer vida allí, cantando por el calor, ajenos por completo al conflicto que la raza humana tenía montado en aquel lugar. De vez en cuando, venía una ráfaga de viento árido que impactaba contra él y resecaba sus labios, que ya empezaban a molestar, aunque intentaba ignorar esa sensación. Debía hacerlo, cualquier estímulo ajeno o propio que no tuviese nada que ver con su misión le podían hacer rebajar el nivel de concentración.

A través de la lente, observaba un campamento enemigo. Era difícil de ver, pero el Ejército de Tierra ya sabía que estaban allí y se habían dedicado a observarlo durante días, turnándose entre dos, pero siempre vigilado las veinticuatro horas. El campamento estaba rodeado por otros tres pelotones, también observado por sus respectivos tiradores desde cada flanco que pudiese tener. Lo tenían rodeado, no había escapatoria posible. Era una victoria prometida, por lo que podrían haberse tomado un par de días más en observar y analizar, pero eso también implicaba dejarles a ellos un par de días más de margen para que los detectaran.

Agoney, por su posición cercana y estratégica, era el que debía dar el primer paso y a él le irían siguiendo los demás pelotones hasta que el enemigo comprendiese que no tenían ni una sola oportunidad. Podría haber esperado esos dos días, uno o tan solo media hora. Podría haber sacado el cañón de su Barret de ese agujero y haber cometido el riesgo de rodar hasta el otro extremo del edificio para tener un ángulo diferente, aunque sólo fueran dos metros y asegurarse de que no tenía ningún punto muerto en el que no hubiese reparado antes. Podría haber elegido cualquiera de esas opciones sin problema, tenía luz verde para hacerlo a su modo, pero ya llevaban más de cien horas con la fase preliminar, cuatro días de vigilancia, y ya era hora de pasar a la fase activa.

Observó el objetivo durante diez minutos más, se pasó la lengua por instinto por los labios ásperos, cogió aire hasta que ya no pudo más y lo expulsó por completo, preparándose. Activó el sistema de comunicación con el que se informaban de forma segura entre los demás pelotones y tomó la decisión.

- Es seguro.


Agoney abrió los ojos con un ligero sobresalto tras las imágenes que habían pasado a toda velocidad por su cabeza, interrumpiendo su sueño. Se le había quedado una sensación un tanto desagradable en el cuerpo tras aquello y quiso levantarse a beber agua a su cocina. Sin embargo, algo no iba bien. No reconocía el colchón bajo su cuerpo, ni le resultaba familiar la postura en la que dormía, tampoco le sonó la primera imagen borrosa y a oscuras que tuvo de su entorno. Frunció el ceño y se frotó los ojos, intentando deshacerse cuanto antes de la agobiante sensación de sentirse desubicado. Poco a poco, reconoció la estantería con las fotos que Raoul le había estado descubriendo.

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