Expediente: 46

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Raoul abrió los ojos con temor. Alguna vez a lo largo de su carrera había recibido algún que otro disparo, pero nunca de una forma tan directa y con un fin tan claro como el que había efectuado Daniel Valle contra él. Durante ese microsegundo entre que volvió a abrir los ojos y fue consciente de su alrededor, su mente iba tan a mil que se llegó a preguntar qué era lo que iba a sentir a continuación ¿dolor? ¿escozor? ¿la sangre brotar? ¿O tal vez desvanecerse si la bala había ido a parar a algún lugar crítico? Su cabeza había escuchado un grito de dolor, pero lo había sentido tan lejano que ni siquiera sabía si había salido realmente de él.

Se le agolpó en la mente esa oleada de dudas que no tenían ningún tipo de sentido y lo estaban aturdiendo por momentos. Sin embargo, no sentía nada más que un pinchazo, simple pero muy desagradable, en el brazo izquierdo. Miró hacia Daniel, sin saber qué iba a encontrarse y, para su sorpresa, vio como el agente había caído de rodillas en el suelo y se sujetaba la mano derecha contra su pecho, de la que emanaba una preocupante cantidad de sangre que caía sobre el suelo y sobre la pistola, ahora tirada frente a él.

Se quedó quieto y comenzó a mirar a su alrededor, buscando desde dónde había venido ese disparo ajeno. Miró por todo el recinto que sus ojos podían abarcar, pero la cantidad de materiales de obras abandonados, maquinaria desvalijada y la oscuridad que la recién estrenada noche proyectaban por la pista y el graderío le impedían ver algo con claridad. Entonces, se fijó en que en la parte alta de la grada, allí dónde habría ido algún palco VIP, o un pasillo amplio que hubiese permitido las vistas a todo el pabellón y el acceso a los asientos, una sombra se movió de la nada, casi como si hubiera aparecido de pronto allí, despegándose de la oscuridad de la formaba parte.

Agoney bajó a toda velocidad del fondo de las gradas hasta llegar a la zona de la pista en la que se encontraban los dos agentes, portaba en sus manos su arma reglamentaria y no dejaba de apuntar a Daniel con ella. Raoul iba a decirle algo, cualquier cosa, pero en ese momento escuchó el chirriar de unas ruedas en la grava del exterior frenando con prisa. En cuestión de segundos, los demás integrantes de la Élite estaban entrando también en el enorme pabellón, pero se quedaron rezagados al ver la escena que tenían frente a ellos, sin entender nada de lo que estaba ocurriendo.

Raoul hizo el amago de acercarse a Agoney y volver a hablar, pero este le hizo un gesto con la mano para que no se moviera de su sitio y la dureza con la que le miró le quitaron las ganas de intentarlo de nuevo, así que simplemente dio un par de pasos hacia atrás hasta llegar al coche y sentarse en el mismo asiento en el que había venido, como si de pronto le hubiera entrado por todo el cuerpo el bajón de todo lo ocurrido. Se miró el brazo izquierdo y vio como su blanca camisa estaba rajada y teñida de sangre por el roce de la bala desviada de Dani. Suspiró al darse cuenta de que esa hubiese ido a parar a su pecho o a su cabeza y se tapó la herida con la mano.

- ¿Alguien piensa explicar algo? –susurró Esther, que aún no podía quitarle la mirada de encima a su compañero tirado en el suelo.

Agoney se puso en cuclillas frente a Daniel, quién reflejaba el dolor en su cara sin dejar de sujetarse la mano atravesada por aquella segunda e inesperada bala.

- ¿Quieres hablar tú, agente Valle?

- Has fallado, Hernández –habló con dificultad, entre dientes.

- ¿Yo? En absoluto ¿Para qué coño querría matarte? Será mucho más satisfactorio verte entrar a alguna de esas cárceles dónde te reencontrarás con criminales que seguramente tú metiste allí.

- No entraré en la cárcel.

- ¿Tú crees?

La mirada del agente, llena de dolor y rabia, le sirvieron lo suficiente para darse por satisfecho. Se incorporó, pero no se alejó lo más mínimo, adjudicándose a sí mismo la custodia momentánea de Daniel.

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