Expediente: 31

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Una vez que salieron del hotel y con los estragos de una noche larga y un viaje demasiado repentino, ninguno de los dos estaba muy por la labor de callejear demasiado buscando algún sitio donde comer, así que decidieron fiarse de la recomendación que les dio el propio recepcionista sobre un establecimiento cercano en el que se comía bien y que, al ser una zona turística, solía mantener la cocina abierta hasta tarde, por lo que podrían ir sin problema. El restaurante estaba a pocos metros del hotel y no lo encontraron demasiado abarrotado de gente, por lo que no tardaron en coger mesa en la terraza y pedir, por fin, algo para llenarse los estómagos. A pesar de que podrían haber pedido cualquier cosa, ambos decidieron pedir platos fríos y ligeros para tardar lo menos posible en visitar al director de Commerzbank. Sin embargo, Raoul acabó sucumbiendo a los encantos de una de las fotografías en la que la carta representaba unos schupfnudel.

Durante la espera, el rubio se permitió gozar de unos minutos de relajación para actuar como un simple turista y se dedicó a observar su alrededor, las calles, la gente, el ambiente y la arquitectura de las casas. Desde la mesa en la que estaban sentados, podía ver la torreta principal de la catedral romana, con su oscurecida y maltratada piedra y le llegaba vagos retazos del olor a algas de agua dulce del río Elba, que pasaba junto a su hotel y que también podía ver desde el balcón de su habitación. Se entretuvo, además, en pararse a oír los ecos de un idioma que no manejaba pero que le llamaba la atención, hasta que le pusieron su plato por delante y todo su mundo desapareció para centrarse en aquellos apetitosos y gruesos fideos de patatas regados con salsa de queso.

- Agoney, sé que tú eres muy tiquismiquis con la dieta —habló señalando el plato de ensalada que el canario había elegido— pero tienes que probar esto ¿Quieres?

- No, no. Gracias.

Raoul levantó la vista hasta él, saliendo de su burbuja gastronómica y se fijó mejor en que Agoney no había tocado aún su plato, un poco ladeado en la silla, como si ni se hubiera molestado en sentarse bien para empezar a comer y que mantenía los ojos pegados a la pantalla de su móvil.

- ¿Aún estás viendo el vídeo de Diana?

- Sí.

- ¿Qué buscas o qué esperas encontrar?

- No lo sé.

Raoul enarcó una ceja.

- ¿Cuándo has reseteado lo del borderío?

Agoney, entonces, pausó el vídeo y se quedó mirándole, como si le hubiese molestado de verdad esa pregunta. Suspiró, bebió un poco de agua y se sentó correctamente para mirarle de frente.

- No sé qué busco y tampoco sé qué espero encontrar, pero algo hay.

- ¿Corazonada o pista?

- Corazonada. Es esta imagen —le mostró el vídeo pausado en la última escena, en la que Diana miraba fijamente a la cámara— ¿No te resulta raro? Se lleva todo el tiempo mirando hacia abajo y, justo antes de que el vídeo termine, ella mira a cámara. Es como si pretendiera decir algo, señalar.

Raoul, queriendo prestarle atención, cogió el móvil de las manos del canario y vio esa parte del vídeo tres veces seguidas en silencio y con concentración. Después, asintió y se lo devolvió.

- Puede ser que haya un mensaje oculto ahí, pero aquí no tenemos los medios suficientes para descifrar eso.

- ¿No puedes pedírselo a alguno de los expertos en lenguaje corporal que trabajan para el CNI?

- Ya está pedido.

Agoney hizo el amago de dibujar una fugaz sonrisa, pero se quedó en una mueca imperceptible.

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