Expediente: 47

656 64 134
                                    

Cuando Raoul despertó, aún no había rayos de sol que entraran por la ventana. Se frotó los ojos, estiró sus músculos y se paró a escuchar los posibles movimientos que pudiera haber en su salón. Sin embargo, no escuchó nada. Todo parecía estar quieto e inhabitado, como un día cualquiera en el que nadie se había quedado a pasar la noche allí. Estiró la mano para ver cómo el reloj de su móvil marcaba las seis y media de la mañana. Soltó un bufido y se puso en pie.

Salió de su habitación y entró al baño para lavarse la cara y despejarse como parte de su rutina diaria, que ya hacía de forma automática. Luego, caminó hasta el salón, temiendo que Agoney hubiese decidido irse en mitad de la noche y por eso todo estuviera en silencio. Sin embargo, lo encontró sentado en uno de los sillones del salón, con el portátil sobre las piernas. Se fijó en que estaba con la cabeza apoyada en una de sus manos y que tenía los ojos cerrados, así que se acercó con lentitud hacia él, agarró el portátil con cuidado y empezó a apartarlo para quitárselo de encima.

- Quieto –dijo Agoney de pronto.

- Eres como perrillo guardián, estás alerta hasta durmiendo –susurró, como si a esa hora y con esa tranquilidad en su salón aún no se le estuviera permitido hablar en voz alta.

- Solo descansaba la vista.

- Ya, claro.

- La pantalla encendida me avala.

Raoul, al ver que era cierto que el ordenador no se había bloqueado por sí solo por falta de uso, no pudo evitar soltar una mezcla entre risa y bufido. Suspiró y se sentó en el brazo del sillón que ocupaba Agoney.

- ¿No has dormido absolutamente nada?

- Creo que no.

- ¿Crees?

- No recuerdo nada entre las tres y media y las cuatro y cuarto, así que es posible que ahí me durmiese.

- Del cero al Agoney Hernández ¿Cómo de mal hay que estar para recordar la cantidad de tiempo que no recuerdas?

Agoney le miró con una ceja enarcada.

- En mi pueblo decimos buenos días y ya.

Raoul soltó una carcajada.

- Buenos días, Ago –dijo en un nuevo susurro y se inclinó para dejar un beso en su mejilla.

- ¿Y ese beso tan gratuito?

- En agradecimiento.

- ¿Por qué?

- Por devolverme la confesión anoche.

- En mi defensa diré que creía que estabas dormido.

- Ah, así que ¿Si hubieras sabido que estaba despierto me hubieras dejado con las ganas?

- Obviamente, nadie ha dicho que haya dejado de estar enfadado contigo.

- Me parece muy feo de tu parte, Agoney —se levantó del sillón, haciéndose el enfadado— y sí, te he llamado Agoney, por tu nombre completo, para que veas que ahora el ofendido soy yo. Voy a desayunar.

El canario vio, con cara de incredulidad, como Raoul desaparecía camino a la cocina sin volver a mirarle ni una sola vez. Dejó el portátil sobre la mesilla de centro que tenía frente a él y se levantó para ir hasta la cocina también. Se quedó unos segundos observando a Raoul, dándole la espalda, mientras rebuscaba en su despensa para preparar algo de desayunar. Entonces, se acercó a él, le agarró de la cintura para poder darle media vuelta y le dio un beso en los labios que Raoul no dudó ni un segundo en seguir.

- Yo sí que estoy ofendido de que después de lo de ayer, ahora te limites a un besito de mierda en la mejilla –rebatió cuando rompió el beso.

- Bueno es que siempre me había tocado a mí dar el primer paso, ya era hora de que espabilaras tú, la verdad —sonrió al ver la media sonrisa contenida en la expresión de Agoney, que gritaba "touché"— ¿Has podido avanzar algo?

Élite SecretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora