Expediente: 34

535 65 92
                                    

Miguel entró en la comisaría con su gorra entre las manos. Una vieja reliquia que le llevaba acompañando en sus largas jornadas de trabajo desde hacía muchos años y que hacía otros tantos que había empezado a perder la potencia de su color azul, que ya pasaba de cobalto a un extraño azul de Prusia. Miró a todos lados, buscando alguien con quién hablar y se topó con una mujer que le recibió amablemente tras un mostrador.

- Buenas tardes, caballero ¿En qué puedo ayudarle?

- Eh... quería poner una denuncia.

- ¿Puedo preguntarle qué ha ocurrido?

- He visto algo muy extraño hoy cuando volvía del trabajo y me gustaría poder hablar con algún policía.

La mujer asintió y le hizo pasar a una sala de espera donde estuvo sentado unos largos veinte minutos. En ese tiempo, se dedicó a leer todos los carteles del enorme panel de corcho que se encontraba a su lado: recomendaciones de seguridad vial, recordatorios de educación cívica, un par de anuncios discretos de gabinetes de abogados y una lista de personas en búsqueda y captura acompañadas de sus nombres y fotos en blanco y negro.

Cuando se cansó de leerlo todo, se puso en pie y caminó con las manos a la espalda, admirando el ambiente tranquilo del vestíbulo y se preguntó si es que la gente ya no ponía denuncias o es que entre semana no había tiempo para preocuparse por perder tiempo en intentar resolver problemas legales. Llegó a la altura de una bonita howea que le daba un toque de verde al estilo aséptico y ordenado de la comisaría, sim embargo, su decepción fue mayor cuando la vio llena de polvo y con un más que seguro "made in china" grabado en algún lugar de su tronco de plástico.

- Disculpe, señor —dijo una voz a su espalda— ¿me acompaña, si es tan amable?

El hombre se giró y descubrió a un agente de policía que acababa de salir de alguna de las puertas. Miguel se acercó a él y le siguió por donde el agente le guió hasta llegar a la zona donde otras veces ya le habían atendido alguna que otra denuncia. Tres de las cuatro mesas contaban con sus respectivos agentes trabajando, aunque ningún civil se encontraba allí. Ocuparon la mesa libre y esperó a que el agente preparase en el ordenador el documento que necesitaba para tomarle todos los datos.

- Bien, ¿Qué es lo que quiere denunciar? Mi compañera me ha dicho que usted solo ha referido ver algo muy raro al volver del trabajo.

- Mire, señor agente. Yo trabajo en el campo. Me he dedicado al mundo agrícola desde que era un chavalito y me muevo mucho por la zona de El Campillo, pero hay veces que voy hasta Aldehuela ¿Conoce el convento que hay allí? ¿Uno muy pequeño que está perdido en medio del campo? —el agente se lo pensó unos segundos, pero finalmente asintió— les llevo las frutas y verduras que las monjas no tienen en sus huertos, es un acuerdo que tenemos desde hace años. Pues bien, cuando venía hoy de vuelta de allí vi a dos personas, un hombre y una mujer. Él tenía una escopeta, señor agente. Escuché el disparo ¡Y aquello está en un coto privado! ¿Sabe la multa que el Seprona me puso a mí una vez por cazar perdices allí? ¡más de cinco mil euros y retirada de licencia! ¡Y ahora encima no es ni temporada de caza! Además, ella... no sé, diría que la vi hacer como algún aspaviento raro en mi dirección antes de que el tío pegase el tiro, pero no estoy seguro.

- ¿Se refiere a como intentando llamar su atención?

- Eso me pareció, pero ya le digo, no lo puedo asegurar realmente. Lo mismo podía ser eso que estar haciendo el baile de San Vito, váyase usted a saber.

- ¿Pudo ver algo más? ¿El disparo era hacia ella, hacia usted o hacia otro lugar?

- Eso ya no lo sé. A ella no creo porque no la vi caer al suelo, aunque paró de correr, eso sí.

Élite SecretaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora