XXVI. Quédate

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Rami.
 
—Arona no robó esas cosas.—dije seriamente.—Yo le pedí que las guardara en su auto. No deberían hablar sin saber nada.—reclamé. Todos se sorprendieron y se apartaron. Caminé a mi consultorio enojado.
 
—¿De verdad, Rami?.—preguntó Ben siguiéndome. Cerró la puerta y nos quedamos solos.
 
—Si, Ben. Las iba a llevar a casa para hacer una investigación.
 
—Bueno. Deberías decirle a Sylvester entonces. Ahorita está hablando con ella. La pobre estaba muy impactada..—Ben abrió la puerta y Lucy apareció en ella.
 
—¿Podemos hablar?.—dijo hacía mí.
 
—Estoy ocupado.
 
—Esto te conviene.—Ben me miró con los ojos grandes y luego se marchó. La rubia cerró la puerta de nuevo.
 
—Creo que ya supiste el escándalo del robo.
 
—No fue un robo, iba a explicarle a Sylvester que yo le pedí que guardara esas medicinas.
 
—¿Y por qué ella no lo dijo cuándo le preguntó?
 
—¿Y tú qué sabes?
 
—Sé que con esto tu residencia en Alemania está peligro. Aunque Sylvester te dijo que ya era segura para ti, luego de esto… lo dudo mucho.—me incliné con atención.
 
—De todas formas ya pensaba en rechazar la residencia.—me miró sorprendida.—Resulta que quiero quedarme aquí, con Arona.
 
—Eso no puede ser verdad.
 
—Pues créelo.—Me dirigí a mi escritorio.
 
—¡No puedes estar con una ladrona como ella!.—la miré sorprendido.—No creas que nadie en este hospital sabe lo que hizo.
 
—Ella no lo hizo. Y no debería importarles.
 
—¿Por qué estás tan seguro de que no lo hizo?
 
—Porque la conozco bien. Ella no es como tú.—aquello ultimo la hizo enojar un poco.
 
—¿Estás tan seguro que no te abandonará al último minuto? Renuncias a tu sueño de toda la vida y al final ella no te quiere. Piénsalo. Es una posibilidad. A menos que ella termine en la cárcel.
 
—Basta, Lucy. No quiero hablar más contigo. Vete.—exigí conteniendo mis ganas de botarla yo mismo. La ignoré mientras salía y daba un portazo a la puerta. Olvidaba que Lucy era orgullosa y resentida. Tratarla de esa forma era como obligar a un volcán que hiciera erupción, pero no podía tratarla de otra forma.

Unos segundos más tarde, dejé mis cosas y salí al pasillo. En el ascensor estaban Arona y Sylvester.
 
—Los dejaré para que se despidan.—dijo el hombre saliendo del ascensor.
 
—¿Despedirnos?.—exclamé con un nudo en la garganta, mirando directamente a la chica. Pude ver la tristeza y la pena en su rostro. Ni siquiera podía mirarme a los ojos por más de cinco segundos.
 
—Ya no trabajaré más aquí.—murmuró.
 
—Tú no robaste esas medicinas, Arona.—dije seguro. Ella me miró sorprendida.
 
—¿Cómo puedes saberlo? Te robé a ti y a… esa chica de mi antiguo trabajo.—su labio tembló. La tomé de los brazos.
 
—Estoy seguro que eso de tu trabajo fue una trampa. Sini nunca me hubieses devuelto mi reloj. Eres una buena mujer, Arona. ¿Por qué estás haciéndote responsable de algo que no has hecho?
 
—No me conoces lo suficiente como para asegurarlo.
 
—Claro que sí. Conozco como eres. Eres dulce, divertida, sincera.—sus ojos comenzaron a mojarse con mis palabras.—Quédate, por favor.
 
—No puedo. Y tampoco deberíamos seguir viéndonos.—aquello casi rompe mi corazón.
 
—No estoy de acuerdo con eso.
 
—No soy buena para ti, no soy nadie aquí. Y ese sueño de estudiar medicina, es una estupidez.—lloró.
 
—Claro que no lo es.—sujeté sus mejillas.—Tú puedes hacer eso y mucho más. Yo voy a apoyarte.
 
—No puedes hacerlo.—se alejó quitando mis manos de su rostro.—No lo merezco.
 
—Claro que lo haces. Mereces todo lo que yo pueda darte.
 
—Yo no soy caridad, Rami.
 
—¿Quién está hablando de caridad? Lo hago porque quiero hacerlo y además… además estoy enamorado de ti.—ella negó con la cabeza.
 
—¿Y qué hay de Alemania?
 
—De eso quería que habláramos. No me he decidido.
 
— No tienes que decidir nada. Sylvester acaba de decirme que la residencia es tuya. Completamente tuya.—la miré sin saber que decir.—Irte es tu sueño.
 
—Por favor, no te vayas.—la detuve tomándola de la muñeca.
 
—Tengo cosas que resolver en mi vida. Por favor, ya no me busques.—se soltó y se marchó. Al quedarme ahí de pie viendo cómo se alejaba sentía mi corazón romperte de nuevo. Era tan injusto lo que estaba pasando. Y no lo entendía. Arona no era una ladrona. Cegado ahora por mi orgullo lastimado, regresé a mi consultorio hecho pedazos. Una vez ahí, rompí y tiré todo nuevamente.

Esclavo de sus besos 《Rami Malek》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora