XXXVII. Irse

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Arona.

A veces me sorprendía lo rápido que podían pasar los años. Cuando me detenía un momento a pensar en mi vida pasada, la melancolía me abrigaba intensamente. En la actualidad soy lo que nunca pensé que iba a ser. Me sentía completa en este momento, aunque mi única familia era mi madre, mis únicas amigas eran Gina, Verónica y Sadie, logré terminar mis estudios de medicina y Sylvester me dio empleo en seguida en el hospital.

El ultimo nombrado paso a ser muy importante en mi vida. Además de ser pieza clave en mi desempeño profesional, destacó como una figura amorosa y atenta que pronto se ganó un lugar muy preciado en mi corazón. Corazón que antes le pertenecía completamente a Rami Malek.

Decidí no volver a buscar a Rami ni intentar saber nada de él. Lo que pasó entre nosotros fue muy bello, tan espontaneo y fugaz. Siempre estaré agradecida con él por haberme aceptado en el peor momento de mi vida. Ahora, solo me quedaba brillar. Brillar junto a las personas que amaba y me amaban. Justo ahora no podía pedir nada más. Soy extremadamente feliz. La sonrisa en mi rostro no iba a dejarme mentir. Pensaba siempre en eso cuando estaba con Sylvester. Al verlo, todo mi mundo se movía, mi cuerpo y mi mente daban un tremendo vuelco de emociones. Era un hombre maduro y atractivo. Su voz fuerte y varonil era irresistible. Me sentía orgullosa de estar con él, así como lo hacía cuando por fin podía ponerme mi bata blanca de doctora.

Todos los días, Sylvester y yo charlábamos un poco en mi consultorio, que curiosamente, era el antiguo consultorio de Rami. Era inevitable pensar en él, incluso con Sylvester hablándome o abrazándome.

—Recuerda la cena de mañana. Es muy importante.—me decía el castaño mientras nos dirigíamos a la puerta.

—Me lo has dicho tres veces.—me reí.—No lo olvidaré porque yo lo he estado organizando también.

—¿Solo por eso?.—me abrazó de la cintura.

—Y porque es nuestra noche.—respondí y lo besé. Él sonrió y abrió la puerta con una mano, con la otra sostuvo mi mano izquierda acariciando mi sortija de compromiso. Me dio un corto beso y luego nos dispusimos a salir.

Al parecer ambos vimos a Rami al mismo tiempo de pie frente a la recepción, porque ninguno de los dos continuó caminando a donde pretendíamos hacerlo. El moreno y yo hicimos contacto visual luego de que él nos observara por completo. Verónica me lanzó una mirada de preocupación.

—Rami. Que gusto de verte. ¿Cuándo volviste?.—le preguntó Sylvester acercándose.

—Esta mañana.—dijo aun sin dejar de mirarme.

—Es grandioso. Tienes que contarnos como te fue. ¿De verdad que ya pasaron cinco años?.—Rami giró un poco la cabeza para verlo. En su rostro vi lo algo molesto. Apretó la mandíbula y le dedicó una mirada de desconfianza hacia el castaño.

—Ya era tiempo de que llegara.—intervine.—Me envió un mensaje esta mañana. Quedamos en beber un café. Olvidé decírtelo.—dije hacia mi prometido.—Además estabas apunto de tener una reunión importante. Debes ir.—tragué saliva.

—Bien. Si puedo los alcanzaré luego.—giró un poco y besó mi mejilla. Luego se despidió de Rami con un asentimiento de cabeza. Él solo lo ignoró.

—Ahora vuelvo, Verónica. Cualquier urgencia me llamas al celular.—dije hacia la recepcionista y mi amiga.

—Si, doctora.—volví la vista a Rami quien ya estaba próximo a la salida. Aceleré el paso detrás de él.

—¡Espera!.—lo detuve en el estacionamiento. A veces vestir zapatillas en el trabajo no era bueno. El moreno se detuvo y mi corazón casi al mismo tiempo. Me miró profundamente a los ojos. Esos ojos que una vez me absorbieron como agujeros negros, en ese instante, sentía toda la intensidad y la química entre nosotros.

—Espero que si aceptes ese café.—continué.

—Realmente necesitamos hablar.—asentí con la cabeza sin descifrar bien su tono. Seguía molesto.

Salimos del estacionamiento y cruzamos la calle. Tomamos asiento en una de las mesas de afuera y pedimos dos cafés sencillos.

—¿Qué tal te fue en Alemania?.—pregunté nerviosa. Me miraba intensamente y su presencia me hacía sentir que me haría caer desmayada en cualquier momento. Se miraba muy atractivo, con un poco de barba y el cabello levemente largo. Esto parecía un sueño.

—No quiero hablar de Alemania.—dijo tajantemente. Luego sacó una hoja doblada y la levantó.—¿Sabes lo que es esto?.—dejó la hoja en la mesa. La tomé y con solo ver la letra supe lo que era.

—¿De dónde lo tomaste?.—exclamé sin aliento.

—¿Sylvester te hizo hacerlo?

—Tenía que hacerlo. Sino, ya no ibas a poder ir a Alemania.—expliqué.

—¿No te diste cuenta de lo que hizo? ¿Fuiste tan ingenua para no saberlo?.—reclamó.—Te obligó a escribir eso solo para separarnos. Él se enamoró de ti, pero tú y yo estábamos juntos, todo el mundo lo sabía.

—Eso no es verdad. Yo no...--callé. No sabía si podría volver a mentir.

—¿Tú no me amabas?.—dijo quebrándose.—¿Entonces por qué esta carta responsiva parece más una carta de amor? Te sacrificaste por mí, lo sé. Tú no robaste nada y sé que no harías eso por cualquier persona.—pausó.—Yo no soy cualquier persona para ti.—un nudo duro se formó en mi garganta. Los ojos de Rami se convirtieron en cristales de repente. Me dolía.

—Él sabía...—.continuó hablando.—Que si me iba no podría regresar en un mes o dos. Estaba obligado a quedarme durante cinco años, como mínimo. Él jamás lo mencionó. ¿Ahora te das cuenta?

—Pero siempre quisiste irte ¿Cuál es la diferencia?

—La diferencia es que yo te amaba, y quería quedarme por ti.—dijo casi gritando. Pronto quise llorar.—Sé que es tarde ahora, pero si me dieras una oportunidad...

—Me voy a casar.—él apretó fuerte la mandíbula y sin controlarse se levantó de la mesa y cruzó la calle, como dispuesto a buscar a Sylvester.

—¡Rami!.—corrí detrás de él y logré alcanzarlo en el estacionamiento.—Por favor, detente.—lo jalé del brazo, se detuvo al darse cuenta que nos miraban desde dentro del hospital.—Nunca quise lastimarte, por eso era mejor que no estuviéramos juntos.—lloré.—Sería más fácil que tu salgas con las personas que conociste en Alemania.

—No conocí a nadie. Y no quiero a nadie.

—No deberías decir eso.

—Sylvester no debió hacer lo que hizo.

—Él no sabía nada. El que decidió irse fuiste tú.—reclamé. Me miró en silencio.

—Tú me dejaste ir. Tú dejaste que nos separara. Tú dejaste que pasaran cinco años de mi vida pensando en ti y que al volver, no hubiera nada.—espetó muy molesto.

—Basta, Rami.—exclamó su amigo Ben llegando por detrás. Yo estaba muy afligida y herida. Mi garganta no me dejaba hablar.—Es suficiente.—Rami negó con la cabeza repetidas veces y simplemente se alejó yéndose con él. Dentro de mí, quería que siguiéramos hablando hasta calmarnos y comprender todo. Yo en ese lugar, lloré.

Esclavo de sus besos 《Rami Malek》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora