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Jimin sabía exactamente por qué el hombre que estaba de pie en la puerta era un prostituto.

Desde el momento en que lo hizo entrar en la casa con el gesto de quien proporciona asilo a un convicto fugado, él no dejó de mirarlo en silencio, confundido. Era obvio que carecía de la capacidad mental necesaria para dedicarse a una ocupación más intelectual. Pero de más está decir que un hombre no necesitaba poseer inteligencia para hacer aquello por lo que lo habían contratado.

—Dese prisa —susurró Jimin, tirando con ansiedad del musculoso brazo del hombre. Cerró la puerta de golpe tras él—. ¿Cree que le habrá visto alguien? No había previsto que se presentase usted sin más en la puerta principal. ¿Es que a los hombres de su profesión no se les enseña a guardar cierta discreción?

—Mi... profesión —repitió él, desconcertado.

Ahora que lo tenía a salvo de las miradas públicas, Jimin se permitió observarlo de arriba abajo. A pesar de su aparente escasez de intelecto, era notablemente apuesto. En realidad, era bello, si es que podía aplicarse semejante adjetivo a una criatura tan masculina. Poseía una constitución robusta a pesar de ser delgado, con unos hombros que parecían abarcar la anchura de la puerta al completo. Su cabello negro y brillante era espeso y algo rizado, y su rostro relucía gracias a un pulcro afeitado. Tenía una nariz algo grande y una boca delgada y sensual. Y también un par de notables ojos azules, de un tono que Jimin estaba seguro de no haber visto antes; a excepción, tal vez, de la tienda donde el farmacéutico local fabricaba tinta cociendo plantas de indigofera y sulfato de cobre durante varios días hasta que producían un azul tan intenso y profundo que se acercaba al violeta.
Sin embargo, los ojos de este hombre no poseían la mirada angelical que, por lo general, uno podría asociar a dicho color: era astuta, curtida, como si hubiese contemplado con demasiada frecuencia el lado desagradable de la vida que el rubio no había llegado a conocer.

 Sin embargo, los ojos de este hombre no poseían la mirada angelical que, por lo general, uno podría asociar a dicho color: era astuta, curtida, como si hubiese contemplado con demasiada frecuencia el lado desagradable de la vida que el rubio no h...

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A Jimin no le costó comprender por qué las personas pagaban por gozar de la compañía de aquel hombre. La idea de alquilar aquella criatura masculina de poderosa mirada para que hiciera lo que uno le ordenase resultaba extraordinaria. Y tentadora.

El rubio se sintió avergonzado de la secreta reacción que experimentó al verlo, de los estremecimientos fríos y calientes que recorrieron todo su cuerpo, del intenso rubor que tiñó a sus mejillas. Se había resignado a ser un soltero... Incluso se había convencido a sí mismo de que el hecho de no haberse casado le permitía disfrutar de una gran libertad. No obstante, su inquieto cuerpo, por lo visto, no entendía que alguien de su edad no debía verse ya acosado por el deseo.

En una época en la que tener veintiún años se consideraba ser viejo, llegar soltero a los treinta decía a las claras que esa persona se había quedado para vestir santos. Había dejado atrás su mejor momento, ya no era deseable. Ojalá pudiera aceptar su destino.

Jimin se obligó a sí mismo a mirar directamente aquellos extraordinarios ojos azules.

—Tengo la intención de ser franco, señor... No, no importa, no me diga su nombre; no vamos a conocernos lo suficiente como para que yo necesite saberlo. Verá, he tenido oportunidad de reflexionar sobre una decisión que tomé más bien de manera precipitada, y el hecho es que... en fin, que he cambiado de idea. Le ruego que no se lo tome como una ofensa personal, no tiene nada que ver con usted ni con su físico y, por descontado, así se lo haré saber a su jefe, el señor Kim. En realidad, es usted un hombre muy apuesto, y muy puntual, y no me cabe duda alguna de que se le da muy bien lo... bueno, lo que usted hace. Lo cierto es que
he cometido un error. Todos cometemos errores y, desde luego, yo no soy una excepción. Son muchísimas las veces que cometo pequeñas equivocaciones al juzgar...

𝙄𝙍𝙍𝙀𝙎𝙄𝙎𝙏𝙄𝘽𝙇𝙀; 𝙆𝙊𝙊𝙆𝙈𝙄𝙉 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora